Hace unos años, este analista recuerda haber pagado 300 pesetas por ver Chocolat o Náufrago. La entrada de El baile de la victoria quedaba en 6'90 euros, y preguntarse por la subida de precios me pareció una tarea necesaria. No estamos ante el robo más grande jamás contado como rezaba la película de Daniel Monzón, pero sí ante el análisis de una realidad más que visible: la paulatina subida del importe de las entradas de cine. No exageramos: donde antes se podían ver dos películas, ahora solo se tiene derecho a una, siempre obviando el derroche de palomitas y refrescos. Si la piratería tiene la fuerza que tiene es, en parte, por el factor monetario: un ordenador vale sus euros, pero el mundo de las descargas es, a corto plazo, sinónimo de ahorro. El cine antes era una parada más dentro de un polígono industrial o zona de ocio. Ahora es casi un lujo inalcanzable, igual que la adquisición de ciertos dvds. La jugada no tiene sentido porque la mayoría de multicines se agolpan en zonas apartadas de los cascos urbanos. En todos los sentidos, se desprecia al espectador que solo viaja para ver una película: al valor de la entrada hay que pagar el dinero de la gasolina o el ticket del transporte público. Al fin y al cabo, hablamos de pérdida de tiempo: no solo contamos la duración de la película, sino los minutos que disponemos para realizar el ritual de ir, escoger y volver. No debemos olvidar que, cuando compramos una entrada de cine, un libro o un dvd, no solo adquirimos una historia, sino el tiempo que queremos invertir en una ficción que, en el mejor de los casos, nos hará olvidar nuestros quehaceres rutinarios. Con las entradas de cine por las nubes, la visita a las salas es más estresante que entretenida. No hay mayor justificación del tiempo que las reglas (que no leyes) de la piratería: con escasos clicks y minutos, el usuario accede a un amplísimo abanico de posibilidades audiovisuales. Si hay menos espectadores, el beneficio por entrada vendida debe ser mayor. Pese a todo, ¿cómo deshacer un embrollo en el que lo económico y lo cultural se pelean como agua y aceite?
Una de las medidas más curiosas para potenciar las visitas a los cines es la llamada Fiesta del cine. El espectador paga una entrada y, con ella, puede repetir el visionado de otra película a un precio considerablemente menor. La estrategia funcionó muy bien y amenaza con nuevas entregas. No deben defenderse estas acciones: la sociedad imprime con ellas la cultura de lo gratuito y debe entenderse que una entrada de cine tiene que valer su dinero, como también debe pagarse por un disco o una novela. La cultura es patrimonio de todos, pero no por ello debe o puede ser accesible a todos. Como vemos películas y no cine (o sea: historias, pero no arte), el espectador de hoy en día no valora la tarea del director, actor o guionista, y no tiene la sensación de estar pagando a los artífices de sus fantasías. De la misma forma que pagamos a la productora multimillonaria, también estamos posibilitando que el artista pueda seguir imaginando y aportando su vital granito de arena al conjunto del tejido social. Un colectivo, país o nación no puede prescindir del cine, de su cine, como elemento unificador, identificador y enriquecedor. En ningún caso el proceso debe ser gratis, por mucho que nos guste la palabra. No hay nada caro o barato, sino prioridades a la hora de gastar. En todo caso, estamos hablando de un precio excesivo, no de una dictadura: seguro que con una entrada por cuatro euros las cosas cambiarían de forma considerable. Hay precios caros, sí, pero también espectadores descarados. ¿Ello recibe el calificativo de 'fiesta'? Discutible: más fiestas son los Festivales de San Sebastián o Cannes donde, pese a todo, el cine como disciplina artística es el verdadero protagonista.
James Cameron tiene su particular lectura del tema. Avatar ha costado un sinfín de billetes, y lo desmesurado también puede aplicarse a su campaña publicitaria y beneficios en taquilla. Para Cameron, la verdadera aberración está en la película que cuesta poco y gana mucho: esos beneficios sí son netos. El comentario de Cameron es, cuanto menos, naif porque nada ni nadie puede dictar las preferencias de los espectadores. Que una película sea un fracaso o un éxito puede manipularse, pero no el hecho que una cinta guste o no. Cameron propondría la siguiente regla de tres: si Avatar vale 200 millones de dólares, la entrada podría estimarse en 10 euros, mientras que producciones modestas podrían resultar casi gratuítas para el que paga. ¿No resulta gracioso? El cine nace del dinero y la venta de entradas es la forma más lógica de recortar gastos y adquirir beneficios. Cuestiones que, en todo caso, poco o nada importan a las pandillas de amigos que ven como su carnet joven no sirve durante los fines de semana; a personas que van al cine menos porque, sencillamente, no pueden costearse una cinefilia más rica. Las entradas de cine son caras y no hay solución a la vista. Lo que fue el arte de todos (los libros precisan de una situación de alfabetismo: el cine resta abierto a todo tipo de culturas y audiencias), ahora es el lujo de unos pocos. La situación es peligrosa: cuestiones económicas a parte, el cine se está alejando de su naturaleza y esencia. Ello sí es alarmante... y caro: puede que no haya vuelta atrás.
Una de las medidas más curiosas para potenciar las visitas a los cines es la llamada Fiesta del cine. El espectador paga una entrada y, con ella, puede repetir el visionado de otra película a un precio considerablemente menor. La estrategia funcionó muy bien y amenaza con nuevas entregas. No deben defenderse estas acciones: la sociedad imprime con ellas la cultura de lo gratuito y debe entenderse que una entrada de cine tiene que valer su dinero, como también debe pagarse por un disco o una novela. La cultura es patrimonio de todos, pero no por ello debe o puede ser accesible a todos. Como vemos películas y no cine (o sea: historias, pero no arte), el espectador de hoy en día no valora la tarea del director, actor o guionista, y no tiene la sensación de estar pagando a los artífices de sus fantasías. De la misma forma que pagamos a la productora multimillonaria, también estamos posibilitando que el artista pueda seguir imaginando y aportando su vital granito de arena al conjunto del tejido social. Un colectivo, país o nación no puede prescindir del cine, de su cine, como elemento unificador, identificador y enriquecedor. En ningún caso el proceso debe ser gratis, por mucho que nos guste la palabra. No hay nada caro o barato, sino prioridades a la hora de gastar. En todo caso, estamos hablando de un precio excesivo, no de una dictadura: seguro que con una entrada por cuatro euros las cosas cambiarían de forma considerable. Hay precios caros, sí, pero también espectadores descarados. ¿Ello recibe el calificativo de 'fiesta'? Discutible: más fiestas son los Festivales de San Sebastián o Cannes donde, pese a todo, el cine como disciplina artística es el verdadero protagonista.
James Cameron tiene su particular lectura del tema. Avatar ha costado un sinfín de billetes, y lo desmesurado también puede aplicarse a su campaña publicitaria y beneficios en taquilla. Para Cameron, la verdadera aberración está en la película que cuesta poco y gana mucho: esos beneficios sí son netos. El comentario de Cameron es, cuanto menos, naif porque nada ni nadie puede dictar las preferencias de los espectadores. Que una película sea un fracaso o un éxito puede manipularse, pero no el hecho que una cinta guste o no. Cameron propondría la siguiente regla de tres: si Avatar vale 200 millones de dólares, la entrada podría estimarse en 10 euros, mientras que producciones modestas podrían resultar casi gratuítas para el que paga. ¿No resulta gracioso? El cine nace del dinero y la venta de entradas es la forma más lógica de recortar gastos y adquirir beneficios. Cuestiones que, en todo caso, poco o nada importan a las pandillas de amigos que ven como su carnet joven no sirve durante los fines de semana; a personas que van al cine menos porque, sencillamente, no pueden costearse una cinefilia más rica. Las entradas de cine son caras y no hay solución a la vista. Lo que fue el arte de todos (los libros precisan de una situación de alfabetismo: el cine resta abierto a todo tipo de culturas y audiencias), ahora es el lujo de unos pocos. La situación es peligrosa: cuestiones económicas a parte, el cine se está alejando de su naturaleza y esencia. Ello sí es alarmante... y caro: puede que no haya vuelta atrás.
7 comentarios:
Y lo más lamentable de todo es que las distribuidoras optan por exhibir únicamente las películas taquilleras y películas independientes o no hollywoodenses van directo a la góndola del video club sin siquiera pasar por una sala. Eso es por lo menos lo que pasa en mi país (Uruguay).
Qué gran reflexión Xavi!. Por mi parte puedo decirte que aquí es casi privativo el hecho de ir al cine, sobretodo si- como es mi caso- cuentas con una familia. Somos 4 y a la hora de elegir una salida al cine hay que hacerlo con mucho tacto para no terminar derrochando el dinero como cuando infelizmente accedí a ver, por ejemplo, "Papá por un día". Hoy por hoy planificamos con antelación ir al cine si visualmente lo vale, como el caso Avatar o ahora Alicia. Lamentablemente es así porque incluso, no sé si les pasa a todos, pero ir a una multisala es lidiar con los sonidos de la película de al lado, los irrespetuosos que hablan durante el film y un gran etc que ya a mi edad (cada vez me pongo más irritable con esas cosas) hacen que finalmente opte por bajar las películas de internet.
Estoy segura que si el precio bajase, la gente iría al cine y se animaría a ver películas que de pronto cambiarían su visión de ciertos fims que prejuzgan como aburridos o no válidos para una entrada cara de cine, como podría ser La cinta blanca o similar.En ese aspecto el cine es cada vez más restrictivo, volviéndose mero entretenimiento y ya, no un arte.
Comparto la opinión de Pabela, porque somos del mismo país y pasa lo mismo. En tu caso también me reflejo mucho, aunque me cuesta un poquito más hacerme la idea porque somos no sólo de países distintos sino de continentes y mundos económicos diferentes. No sé cómo estarán en España las familias de clase media para hacerse con una entrada familiar de cine, por lo que lo único que te puedo decir es que coincido con tu artículo y rechazo la estúpida teoría del Na'vi Cameron.
Debo decir que en mi caso sucede distinto porque yo vivo en una provincia al norte de Argentina, que practicamente ni es considerada como parte del país jaja, por lo que te imaginarás en el estado cultural en el que nos encontramos. Tenemos UN SOLO CINE en mi ciudad (la capital de la provincia) y creo que dos en toda la provincia. Por supuesto, los títulos que traen son todos taquilleros y comerciales, exceptuando films franceses, que traen mucho de eso.
La entrada al cine cuesta 15 pesos (el Euro acá cuesta casi 6 pesos creo) los fines de semana y $8 durante la semana. Yo soy periodista, así que entro con descuento jeje los fines de semana me cobran $7,50 :D
Pero día a día hago lo posible por hacer crecer el cine de acá, con artículos que concienticen a la gente y les den la idea de que hay que luchar por reivindicar, como dice Pabela, al cine como un arte y no como un mero entretenimiento.
Un gran abrazo desde acá, Xavi!
Te espero comentando en mis críticas recientes.
Saludos!
PM
Muy buen artículo. La verdad es que cada vez se puede ir menos al cine. Hacía varios meses que no iba, y fui ayer, pero pagar 6€ por una entrada en el día del espectador me parece increíble.
En España quedan pocos cines donde la entrada cueste menos de 6 euros. Yo conozco dos en la zona de Alicante que cuestan 4 y 3, 5 euros el día del espectador. Tengo la suerte de vivir cerca y todos los Lunes voy contenta al cine, pero claro, esto no es lo habitual... También he de decir que los estrenos llegan con posterioridad a esta sala (varias semanas después) pero no importa, porque el precio merece la espera.
No obstante, creo que no debería ser una suerte para nadie poder acudir al cine con frecuencia, sino que lo normal debería ser poder disponer de precios que nos permitieran hacerlo cada vez que nos apetece.
Pues sí, una pena. Pero, a diferencia de ti, creo que sí es un abuso que te cobren t euros para ver una película. En Andorra hay un cine en el que ver una película cuesta 5,30 euros y todas las primeras sesiones de la tarde 3,30 (de días no festivos). Sin embargo, al cine del lado una película cuesta 6 euros.
El cine puede ser caro? sí. Puede ser asequible? También. Interesa que lo sea? Parece ser que a muy pocos cines. Y el precio por el que se llega a pagar para ver una película una sola vez empieza a ser abusibo.
Y aunque el ejemplo sea Andorra, no creo que haya ninguna diferencia de impuestos entre ésta y España.
Como han dicho ni gratis ni a los precios que están ahora, ni todo estrenos hollywoodienses ni todo películas de carácter independiente, ni poner un mínimo de películas españolas ni no poner ninguna.
Me parece que lo que falla y la causa de todo es el modelo que llevan los cines de multisalas, ese modelo de empresa de sólo estrenos y subimos los precios sin miramientos.
En fin, con todo eso nos podemos también dar con un canto en los dientes porque hay países orientales que la entrada de cine vale...15 euros! caso verídico.
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