
Joe Wright nos sorprende con su tercera película, la más edulcorada de toda su filmografía y sin el sello de época que basaba la personalidad de productos tan competentes como
Orgullo y prejuicio y
Expiación. Otra adaptación literaria, en este caso la crónica del periodista Steve Lopez, redactor de
Los Angeles Times, es el motor del libreto de
una película que aterriza a destiempo, no solo por llegar a las salas con demora, ni tan siquiera por sus al final mermadas posibilidades de Oscar: es una obra que, por mucho que se empeñe en hablar del 'aquí' y del 'ahora', está infectada de naftalina y buenos sentimientos, ese tipo de cine academicista que tanto gustaba en los desiguales 80. Jamie Foxx y Robert Downey Junior, excelentes dentro de las posibilidades que permite la historia, no se alejan demasiado del Tom Cruise y el Dustin Hoffman de
Rain Man, aunque el palmarés de una y otra cinta difiere considerablemente porque, entre aquélla y la que ahora se estrena, median veinte años de cambio y nuevas formas. El tiempo puede haberle restado magia a la música de
El solista, quizás nos ha dotado de mayor objetividad para analizar un relato que, sin notas desafinadas, nos ofrece una entretenida, casi siempre manida, harto previsible y bastante simpática trama de tragedia social y finales felices. Aunque Wrigh quiera remitirnos a las Torres Gemelas o el desastre del Katrina,
El solista es más una película de romanticismo rancio que, por su desparpajo, deja verse sin demasiadas complicaciones: algo parecido le sucede al cine de Gabriele Muccino, autor de
Siete Almas y
En busca de la felicidad. No hay demasiada alma, no hay ni crudeza ni lirismo, pero sí mucha corrección y dos interpretaciones calibradas al detalle, el mayor disfrute de la sonata.
El solista es una película televisiva, familiar, sin demasiadas complicaciones y con regusto final agradable para el público menos exigente. Si algo demuestra Wright, aunque estemos ante su peor jugada, es ser un autor popular, uno de los pocos artistas que piensa en el público sin por ello ceder ni un atisbo de personalidad o libertad creativa. El solista nos ofrece un Wright desnudo, al final el más deficiente: sus tics lacrimógenos, el extraño montaje que hilvana las capas y texturas de un caos obvio y un metraje excesivo, lleno de subrallados y titubeos en su tramo final, rompen el equilibrio, ese camino ascendente que parecía ser la trayectoria de Wright. El solista, aún así, no es una mala película: nuestras esperanzas hacia Wright siguen intactas, en busca de mejores conciertos. Curioso: Wright ha dejado la estética del pretérito para realizar su película más desfasada...
Nota: 5