miércoles, 17 de octubre de 2018

CRÍTICA | LAZZARO FELIZ (LAZZARO FELICE), de Alice Rohrwacher


La travesía de un hombre bueno 
LAZZARO FELIZ (LAZZARO FELICE)
Festival de Cannes: mejor guión. Festival de Sitges: 3 premios
Italia, 2018. Dirección y guión: Alice Rohrwacher Fotografía: Hélène Louvart Reparto: Adriano Tardiolo, Agnese Graziani, Luca Chikovani, Alba Rohrwacher, Sergi López, Natalino Balasso, Tommaso Ragno, Nicoletta Braschi, Leonardo Nigro Género: Drama. Fantasía Duración: 130 min. Tráiler: Link Fecha de estreno en España: 31/10/2018
¿De qué va?: Un grupo de campesinos labra las tierras de la Marquesa Alfonsina de Luna en unas condiciones infrahumanas sin percibir ningún sueldo. Lazzaro, el más inocente de todos, entabla una curiosa amistad con Tancredi, el hijo de la marquesa que se acaba de fugar de la Inviolata, la villa donde reside su madre. La llegada de la policía hará que se destape lo que posteriormente los medios de comunicación describirán como "el gran engaño". Mientras, Lazzaro camina por un mundo entre hostil y fascinante.



Minuto cinco de metraje. Lazzaro se queda mirando a la luna, ese astro que da apellido a la marquesa para la que trabaja. Porque Lazzaro es el eslabón más bajo de una jerarquía viciada: es el esclavo de los esclavos, el eterno ayudante, el chico de los recados al que todos toman por el pito del sereno. Hasta que un día escucha varias veces los susurros de su nombre entre las hojas altas de una plantación de tabaco. Es entonces cuando sabemos que Lazzaro es un ser especial. Un cuerpo, un alma, puede que un concepto.


Si ver cine es un acto de fe, películas como Lazzaro felice merecen considerarse con toda justicia un milagro. Alice Rohrwacher consigue que nos acerquemos a su historia con la bonhomía ensimismada, la mirada limpia y la capacidad de asombro de su protagonista, un Lazzaro de tradición bíblica en cuyos avatares se encierra el via crucis de los parias. En su primera mitad, en forma de cuento pastoril con ecos feudales (rural y soleada, pura anacronía). Y en su segundo tramo, incidiendo en la vida de los pillos, siempre supervivencia (urbana y ceniza, pura apocalipsis). Dos partes muy diferenciadas que se clausuran con la muerte y resurrección de Lazzaro, en representación de aquello que resta inmutable pese al paso del tiempo, a la bondad inquebrantable que topa en un ciclo sin fin con la incomprensión de los demás y las injusticias del sistema. Cine poético y político, terrenal y místico. 


En las imágenes de Lazzaro felice se intuye la osamenta de ese continente que ha vivido dos grandes guerras y que sigue lidiando con la figura de los desarraigados, sean estos refugiados, inmigrantes, víctimas de la explotación laboral o personas en riesgo de exclusión social. También esa tierra que hemos construido desde la ficción, mediante el surrealismo de Fellini, el humanismo de De Sica, la provocación de Passolini o la itinerancia de los personajes de Angelopoulos, Kieslowski, Kaurismäki o los místicos nórdicos. Rohrwacher, reivindicada con atino por el Festival de Cannes, se suma a la lista de clásicos con esta reveladora película, tan extraña como reconocible, a priori tan azarosa como, a la postre, tan sumamente equilibrada y calculada, moderna y atemporal. El gran hallazgo de un cine italiano contemporáneo que, exceptuando su interés por la mafia local y más allá de excepcionales arrebatos de talento, no había sabido resarcirse de sus cenizas ni reivindicar todo su sustrato de fotogramas superlativos. Hasta ahora.


Minuto ciento quince de metraje. Lazzaro vuelve a contemplar la luna mientras una lágrima corre por su mejilla. Puede que, tras conocer la verdad de quien consideró "medio hermano", haya tomado conciencia de su condición y de la de aquellos que le someten. Ni tan siquiera encuentra arropo en una iglesia, a la que pertinentemente deja sin música. Pero no da su brazo a torcer y se entrega inocente en la última escena. Para morir. Para transformarse y proseguir con su odisea en el espacio y en el tiempo. Para, en resumen, trascender, como hacen las obras maestras.


Para seguir creyendo en la magia del cine.
Lo mejor: Imposible elegir. La escena del éxodo de los campesinos mientras la voz en off de Antonia nos cuenta la fábula de un lobo invisible ofrece diez minutos de éxtasis audiovisual.
Lo peor: Que no ganara la Palma de oro.


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