Día 4: Entre nombres consagrados y desconocidos
La semana ha empezado en Sitges con lluvia, retrasos y algún que otro colapso para entrar y salir de las salas de proyección. Ante tales inclemencias, el menú de películas ha necesitado el apoyo de grandes nombres, aquellos directores capaces de llamar la atención a amantes, curiosos y ajenos al cine habitual de Sitges. El día también ha guardado su espacio para la reunión generacional de Blair Witch, reflote de la famosa saga, y otras rarezas que, sin hacer ruido y en salas más bien pequeñas, han subido el listón de la selección oficial. De todos ellos hablamos en la siguiente crónica.
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Dog Eat Dog, de Paul Schrader. Sección oficial a concurso. |
PAUL SCHRADER. Reconozco mi desconocimiento sobre la carrera de Schrader. De él me decepcionó American Gigoló, si bien El placer de los extraños y Aflicción pueden contarse entre los mejores thrillers de la década de los 90. Con este bagaje, y sin haber visionado su producción cinematográfica más reciente, de Dog Eat Dog me podía esperar cualquier cosa. El experimento ha acabado en sorpresa. Estamos ante una película de acción atropellada en torno a tres ex convictos que, a pesar de jurarse una fidelidad amistosa, terminan por reincidir en las debilidades y la autodestrucción de su anterior etapa. Ese descenso a los infiernos está firmado con diálogos llenos de palabras, movimientos de cámara bruscos y transiciones que juegan a despistar a la audiencia. En todo ese contorno se intuye la visión de un genio, y a la vez uno no puede deshacerse de la idea de que todo sucede sin ton ni son, a puro capricho. Schrader juega a ser Tarantino, Scorsese y otros referentes, pero a duras penas remata una obra "pulp" para fanáticos de las tramas más exacerbadas. Tendrá difícil su llegada a los circuitos habituales, aunque Willem Dafoe brinde una gran interpretación y a pesar del tirón mediático del "action man" Nicolas Cage. En este caso, me reservo un mínimo margen de duda: no será hasta el segundo visionado cuando decida si esta trama criminal y "perruna" puede considerarse un "despropósito" o una "genialidad". Si el objetivo de Schrader era provocar desconcierto, sin duda ha superado el examen con nota.
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Creepy, de Kiyoshi Kurosawa. Sección oficial a concurso.
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KIYOSHI KUROSAWA. Kiyoshi Kurosawa es uno de los directores estrella del Festival de Sitges. Aunque cuenta con 61 años y una filmografía de más de 25 títulos, su nombre todavía es desconocido en Europa. En ediciones recientes, el artista nipón presentó Real, Seventh Code y Journey to the shore, esta última incluida en la prestigiosa Un Certain Regard del Festival de Cannes. Creepy, otro nombre más en su fructífera carrera, cuenta la historia de un policía que, tras sufrir un trauma laboral, decide mudarse con su esposa a un barrio aparentemente tranquilo y empezar su andadura como profedor universitario. Mientras el hombre inicia de manera "extra-académica" la investigación de tres miembros de una misma familia que desaparecieron seis años atrás en extrañas circunstancias, la mujer intenta hacer migas con su vecino, un hombre de carácter variable y desconcertante. Las dos tramas terminan por confluir en un todo que mezcla drama, thriller y un estudio sobre las psicopatías cotidianas que se esconden entre las cuatro paredes de las personas que nos rodean. Le sobra metraje y algun giro de más, sobre todo en su radical resolución, pero me parece una de las pocas obras a concurso de las que puede obtenerse una interesante reflexión de los tiempos modernos. Por algo Kurosawa, además de su contribución al horror japonés, estudió Sociología en su juventud. A título personal, el actor Teruyuki Kagawa, un secundario que eclipsa todo el metraje, merece el premio de interpretación masculina. Las ganas de descubrir toda la producción fílmica de Kurosawa son inmensas, y esta vez no nos llevamos deberes a casa: en pocas jornadas, Sitges proyectará Le secret de la chambre noir, el novísimo título de Kurosawa.
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Salt and Fire, de Werner Herzog. Sección oficial, sesión especial. |
WERNER HERZOG. Si algo han puesto de manifiesto las últimas películas de Werner Herzog es que el director germano ha perdido el pulso de la ficción. Por el camino, eso sí, hemos ganado un gran documentalista. Y, por ello, uno se pregunta por qué Salt and fire, con sus reivindicaciones ecologistas y su retrato de la actualidad, no vio la luz en forma de documental. Herzog se centra aquí en un grupo de científicos que viaja a Suramérica para alertar sobre la posibilidad de una catástrofe natural, si bien nada más pisar tierra firme son abordados por unos hombres extraños. El fallo ha dado como resultado una cinta naif, imaginamos que de bajo presupuesto, grandes ideas y un guión pobre que en más de una escena produce la risa involuntaria de los espectadores. Ni Michael Shannon, el actor más intenso del momento, ni Gael García Bernal, también presente hoy en las pantallas sitgenses con la mexicana Desierto, salvan un conjunto que, sin perder su atractivo a lo largo de su hora y media, resulta desnortada, caótica, decepcionante. Parece que Sitges ha seleccionado la película única y exclusivamente por el peso de su artífice: en sentido estricto, estamos ante una película nada "fantástica". Con todo, es de admirar que Herzog, a sus 74 años, siga poniendo el medio audiovisual patas arriba cada vez que se anima a coger la cámara. En breve veremos su nuevo trabajo: el documental Into the Inferno, también de espíritu científico, para Netflix. La intuición cinéfila nos dice que la inédita Into the Inferno contará lo mismo que esta Salt and fire, pero de forma mucho más convincente.
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Blair Witch, de Adam Wingard. Sección oficial a concurso |
LA BRUJA DE BLAIR. Blair Witch, que llegará a los cines españoles inmediatamente después de Halloween (4 de noviembre), sigue explotando la fórmula de la pelicula que sorprendió a todos allá por el año 1999. Este "reboot" da lo que promete: argumento cero y un surtido variado de sustos que, todo hay que decirlo, no han causado ni un ápice de terror entre los asistentes (hay que tener en cuenta que los habituales de Sitges son difícilmente impresionables). Sus trucos los conocemos antes incluso de que se apaguen las luces de la sala, pero no puede descartarse la posibilidad de que éste sea su atractivo para un amplio sector de la audiencia. En definitiva, se trata de ver una nueva versión, con variaciones mínimas, de una de las cintas de culto más influyentes del género. A nivel narrativo apenas se nota el paso del tiempo, si bien ahora los mochileros viajan con drones y la película (dentro de la película) aumenta las estridencias de sonido, echa mano de grandes efectos especiales (hay que recordar que su original no hacía concesiones sanguinarias) y trabaja con bastante efectividad un tramo final que, a la postre, es lo mejor de la función y el elemento que guarda menos conexiones con su sustrato noventero. Un entretenimiento de multisalas para un público juvenil: dicho esto, es lógico e incluso deseable que los acreditados presentes en Sitges incendien sus blogs, webs y demás con comentarios catastrofistas. Nosotros no salvaremos a la bruja de la quema, pero matizamos: no es tan nefasta como parece. Su presencia en la sección oficial, con independencia del bando que ocupe cada analista, no puede más que describirse como un mero trámite comercial.
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Pet, de Carles Torrens. Sección oficial a concurso. |
NOMBRES DESCONOCIDOS. En Sitges no todas las películas vienen con el respaldo popular de una gran saga o de un cineasta de prestigio. Ese es el reto del acreditado: encontrar en esos nombres desconocidos las joyas del certamen. Hoy nos apetece destacar dos obras. La primera, Pet, cuenta la historia de un hombre que se obsesiona con una antigua compañera de instituto, hasta el punto de secuestrarla, sedarla y encerrarla en una jaula como si fuera un animal. A partir de aquí, la cinta gira las tornas, convierte el verdugo en víctima, y a medida que se va desmadrando ofrece una reflexión sobre las consecuencias que resultan de humillar a una persona. El odio crea odio, y por lo tanto es un arma arrojadiza y de doble filo. Y si no, que se lo pregunten al "perdido" Dominic Monaghan, que borda este desquiciado protagonista. Acabamos con Mon ange, cinta experimental, romántica y lírica venida de Bélgica. Cambiando de registro, el director Harry Cleven cuenta la relación que se establece entre un niño invisible y una niña ciega con el paso de los años, desde su primer encuentro hasta la edad adulta. La película es y quiere ser atmosférica, si bien se olvida de explicar la génesis de los personajes (la madre del chico queda como misterio sin resolver), y por lo tanto de reconducir el relato a lecturas sociales, culturales o familiares más elevadas. Como todo film sensible, necesita de la complicidad del espectador: unos verán en sus fotogramas poco más que un anuncio de colonia al ralentí, mientras que otros apreciarán poesía con regusto a cine fantástico. Un debate que seguirá días y días a juzgar por los corrillos que se han formado al acabar la sesión.
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