domingo, 23 de octubre de 2016

CRÍTICA | TONI ERDMANN, de Maren Ade


Comedia triste
TONI ERDMANN, de Maren Ade
Festival de Cannes: Premio FIPRESCI. Premio FIPRESCI a la mejor película del año
Alemania, 2016. Dirección y guión: Maren Ade Fotografía: Patrick Orth Reparto: Peter Simonischek, Sandra Hüller, Lucy Russell, Trystan Pütter, Hadewych Minis, Vlad Ivanov, Ingrid Bisu, John Keogh, Ingo Wimmer, Cosmin Padureanu, Anna Maria Bergold, Radu Banzaru, Alexandru Papadopol, Sava Lolov, Jürg Löw, Miriam Rizea Género: Comedia dramática Duración: 160 min. Tráiler: Link Fecha de estreno en España: Pendiente
¿De qué va?: Inés trabaja en Rumanía. Su padre Winfried se presenta de improvisto a Bucarest para intimar con su hija, pero ese contacto sólo será posible de la mano de Toni Erdmann, un personaje imaginario.


Toni Erdmann nos traslada a una Europa global y jerárquica. En ese contexto capitalista, Inés, una joven alemana, intenta hacerse un hueco en una empresa rumana que tiene sedes y mantiene contactos con sellos de todo el mundo. Inés no puede mostrar sus debilidades, por lo que esculpe una coraza que no le permite conciliar trabajo y vida personal, ambas facetas descritas en términos poco satisfactorios. Esa careta se rompe cuando su padre Winfried, con el que mantiene unos vínculos muy poco estrechos, decide recuperar el tiempo perdido en un momento especialmente complicado para él tras la muerte de su perro y la pérdida de su trabajo. El hombre se traslada a Rumanía e inventa un personaje, Toni Erdmann, para acercarse a su hija, pero el juego acaba desquiciando a ambos, hasta el punto de que Winfried-Toni se permite la licencia de irrumpir en la cotidianidad de Inés sin previo aviso, cual constante amenaza de que la débil estabilidad de la chica, ya sea en su piso, en su oficina, en las comidas que mantiene con sus compañeros de trabajo o en los momentos de ocio que comparte con sus amigas, puede dilapidarse en cuestión de segundos.


Con estas bases, Toni Erdmann, el fenómeno cinematográfico de la temporada, se impone como la comedia más excéntrica y apesadumbrada de cuantas haya parido este siglo XXI. Es la historia de un padre y una hija mal avenidos que, en su necesidad de encontrar un sentido a la vida, asumen que la única manera de reconciliarse consigo mismos y con los demás pasa necesariamente por asumir sus parentescos. También una sátira sobre las dobles identidades, entendidas primero como el único mecanismo de supervivencia al que puede apelar Inés en una sociedad feroz; y, en segundo término, como la máscara lúdica que Winfried construye para romper la frialdad de su entorno, ofreciendo una solución escapista a los problemas que atenazan a su retoño. Una historia de redención que reivindica la figura del perdedor en contraposición al arrivismo imperante, que critica la desconexión que existe entre los seres humanos en un mundo donde todos quedamos reducidos a individuos que producen y consumen. Con todo, la resolución abre una pequeña brecha de esperanza: Winfried-Toni consigue romper la barrera que le separa de su hija, a la vez que Inés se contagia de la libertad de su "Pepito Grillo" en una transformación que culmina en una pletórica exhibición nudista de casi media hora de duración.


La película cubre un arco tragicómico (empieza y acaba con un reencuentro paternofilial en Alemania) y nos obliga a reflexionar si esas dos víctimas del sistema lograrán limar sus asperezas tras el último fundido a negro. Mientras la realidad ofrezca sinsabores, la fantasía será el único espacio donde uno y otro podrán refugiarse. O tal vez todo lo dicho únicamente ponga de manifiesto las miserias de dos personajes que no saben interactuar entre ellos si no es a golpe de ironía y eufemismos, evitando a conciencia aquello que hiere y les hiere. De ahí que Toni Erdmann, ese personaje tan metafórico como corpóreo, no desaparezca del todo en la última escena, abriendo la posibilidad de que el rol de "pallaso triste" sea recuperado por Winfried o asumido por Inés en el futuro. La dentadura postiza, las esposas, la máquina de pedos, el rallador de queso y todos los gadgets del "personaje dentro del personaje", en definitiva, pueden aflorar en cualquier momento. La comedia, en otras palabras, queda insertada en un bucle sin fin, convertida en un dispositivo tan inevitable como necesario.


Maren Ade, tras un tour de force de 160 minutos, deja en suspenso la historia y nos insta a coger la realidad por los cuernos, a salir de nuestra zona de confort. Por el camino, la realizadora no escatima en subrayados, pero su insistencia es un ejemplo de cine mayúsculo. Comedia patética, porque critica el patetismo del "aquí" y del "ahora". Comedia orgánica, porque, en lugar de servirse de una nómina cerrada de chistes, es en sí misma una gran chanza, una visión deformada, y como tal excesiva, de lo que somos. Comedia, a la postre, triste. Y si la felicidad se encuentra en las pequeñas cosas, Ade consigue de igual forma sus mejores cuotas con escenas que, a pesar de estar desconectadas del núcleo central de la historia, terminan por describir con mayor nitidez a su pareja de némesis: ahí está la charla en la azotea o la "performance" de la canción Greatest Love of All de Whitney Houston. Una cinta que, tras su apariencia de sitcom teutona, esconde una reflexión lúcida y lúdica de nuestros fantasmas. Obra maestra.


Para los que saben que "familia sólo hay una".
Lo mejor: El episodio nudista.
Lo peor: Su apariencia de "sitcom familiar" se ganará el recelo de muchos.

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