Hay cuestiones con respecto cierta crítica cinematográfica que aun pensándolas no las expresarías nunca, pero que al asistir a un evento como el Festival de San Sebastián se vuelven tan evidentes, al observarlas de forma tan directa en el mismo auditorio de proyección producen tal sensación de contrariedad que de golpe y porrazo surgen de tu interior como aquel gran secreto jamás confesado. Lo diremos de la forma más clara y elegante posible, y de ello el lector podrá entender los perfiles diferentes de quienes aplaudieron y de quienes no expresaron ningún señal de afecto hacia Le Week-end.
Muchos cronistas cinematográficos criados en el seno de la Nouvelle Vague francesa y el Neorrealismo italiano sienten una animadversión incomprensible hacia el cine asiático, las cintas 'de género' o las películas de nueva factura; nos referimos a ese sector apolillado que habló pestes de las gentes del Dogma 95 sin darse cuenta de que en esencia el movimiento planteaba cuestiones ya formuladas dentro de la historia del cine; o los mismos que prefieren narraciones lineales, en orden cronológico y mucho diálogo en detrimento de las piruetas visuales fruto de las conquistas técnicas de los últimos años. Otro sector, en cambio, siente un profundo desapego por lo tradicional, se ha criado con el cine norteamericano de los setenta y ochenta, utiliza el cine como ejercicio de evasión y entidad abstracta llena de mitomanías, y como resultado entiende el cine como arte pero también como industria, algo que les sirve para arrugar la nariz siempre que el otro bando más inmobilista defiende 'x' film por sus referentes o supuestos vínculos con 'los clásicos indiscutibles'.
Los más perspicaces ya se habrán percatado que Le Week-end, film británico que cuenta el viaje a París de una pareja de ancianos que pasa un momento difícil en su relación conyugal y en sus vidas por separado, encantó a los miembros del primer grupo, y gustó, aunque sin demasiado euforia, a los del segundo. No citaremos nombres de profesionales o sellos concretos, pero los que siguieron las tablas críticas de las distintas revistas pudieron darse cuenta de esa profunda división. No se trata de que como espectadores nos situemos en una corriente de opinión u otra, ni tampoco intentamos desde aquí dirigir la opinión de Le Week-end hacia un bando concreto, pero sí sirve para alertar a todos: hay que relativizar todo lo que se escriba sobre el film en los próximos meses.
Se han escrito maravillas y frases muy frías con respecto Le Week-end, y todo ello no hace justicia a la película. Personalmente no coincido ni con unos ni con otros: la obra no me apasiona porque ya la hemos visto mil veces, muchas de ellas mejores, firmadas por nombres como Woody Allen o Julie Delpy, pero al mismo tiempo es innegable que los actores tienen libertad de acción, absoluta complicidad y gran protagonismo en escenas tan bien planteadas como la cena en casa del amigo del personaje de Jim Broadbent. La decisión del jurado de premiar al actor inglés con la Concha también resulta sospechosa: o bien el jurado estaba entre los entusiastas y seguramente cambió el premio de interpretación femenina a última hora ante el imponente trabajo de Marian Álvarez, algo que afectó al marcador de Le Week-end, o bien el grupo liderado por Haynes no estaba entre los apasionados pero sentía cierta obligación de premiar a un film tan fácil de galardonar como difícil de cuestionar por el oficio de todas sus partes. Le Week-end dará pie a muchos ríos de tinta: ya lo hizo durante el certamen y lo hará antes y después de su inminente estreno. Desde el blog ya dejamos clara nuestra postura: el film es una colección de momentos ingeniosos con otros tópicos. Y sí: ya estamos cansados de París como ciudad cinematográfica de la escapa cinematográfica, de la buena comida, de la Torre Eiffel y de tantas otras cosas más.
Para entusiastas de las crisis maritales en manos de actores portentosos.
Lo mejor: Ni innova ni quiere innovar (según el grupo uno).
Lo peor: Ni innova ni quiere innovar (según el grupo dos).
Nota: 5
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