Viendo La estrella uno piensa indudablemente en la necesidad de un cine social que cuente los problemas más inmediatos de la variada idiosincrasia española, y al mismo tiempo se evidencia lo difícil que es acometer con éxito uno de los géneros más complicados aunque injustamente denostados por parte de ciertos sectores de crítica y público. La estrella tiene la fuerza de una ópera prima, le sobran intenciones y recursos, rebosa temple y energía, cuenta con grandes interpretaciones y presenta un variado muestrario de la España más reciente, cuando los debates sobre la inmigración, los trabajos precarios, el boom de la construcción, el maltrato a la mujer y la complicada vida de extrarradio ya avisaban de la crisis que se avecinaba. Con todo, la empatía por la causa de sus personajes y el amplio conocimiento sobre los temas que se tratan, dos requisitos que cumple el realizador Alberto Aranda, no son suficientes para dotar de complejidad a su película. La estrella abarca mucho y aprieta poco, y se entretiene en subtramas argumentales que luego no acaban de congeniar con el conjunto, si bien el espectador entiende la relación de todas las partes y llega a simpatizar con las imágenes por la proximidad y la garra que desprenden. Estamos, por lo tanto, ante una cinta un tanto deslavazada, muy humana y espontánea, pero sin el alma del cine que busca imitar y emular a la vida. La estrella peca de cierto discurso fácil: los personajes masculinos resultan seres de una sola pieza, sin matices, interesados y desconectados de la órbita femenina de la obra; y los giros argumentales finales son más propios de una ficción televisiva que de una sólida narración cinematográfica de hora y media. Su aportación al cine social español será mínima: un bonito homenaje a todos los abuelos, padres e hijos que emigraron de Andalucía a Cataluña y que todavía ahora, a nivel cultural e idiomático, viven entre dos mundos dispares pero a la vez parecidos. Además, el cinéfilo agradecerá la confirmación de Carmen Machi como gran actriz dramática y la vuelta de Ingrid Rubio, uno de esos rostros que siempre apetece ver en la gran pantalla. Una sesión dura y agradable que confirma los grandes valores de nuestro cine, y sobre todo el gran trabajo que queda por realizar para conseguir la excelencia en un cine que sea comprometido pero no parcial.
Para los que creen que la mejor película sucede a pocos metros de nosotros.
Lo mejor: Su naturaleza híbrida entre el gazpacho y el pa amb tomàquet.
Lo peor: Demasiado tópico y poco matiz.
Nota: 5'5
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