SIN RESPIRO (A TOUTE VITESSE, FULL SPEED), de Gaël Morel (Francia, 1996)
Alrededor de Quentin, un joven aspirante a escritor, se tejen distintas historias de amor, desenfreno y dependencia. Julie quiere a Quentin, no concibe la vida sin él, es su gran compañero de juegos, su principal apoyo, el único confidente con el que cuenta. Jimmy le es fiel a Quentin y su relación viene de lejos: comparten una visión desangelada de la vida, pero también unas ganas tremendas por comerse el mundo, aunque Jimmy es todo brutalidad y Quentin ha sido tocado por el don artístico. Un triángulo de tres vértices regido por una única máxima: disfrutar el momento, empaparse del presente, vivir al límite, correr lo más rápido posible para adelantar a la muerte. Pero cuando aparece Samir, el equilibrio que existía entre los tres se rompe y todos se dejan contagiar por la locura, la inestabilidad y la fugacidad propia de los veinte años. Samir quiere a Quentin, pero este no puede corresponderlo. Jimmy acaba prendado de Julie. Y Quentin quiere volar por su cuenta, trasladarse a la capital, iniciar una carrera como artista y romper con el círculo de amistades viciadas y viciosas que ha creado sin quererlo. Cuando la ausencia de Quentin es ya un hecho, todos los personajes se atropellan, se desnudan. Se necesitan, pero juntos también se hacen daño. Hasta que la muerte, que ya marcó la llegada de Samir, cae implacable. El sueño da paso a la cruda realidad. La edad de la inocencia queda echa pedazos y Quentin retorna a sus orígenes, volviendo al entorno rural y marginal donde creció, sabiendo que nada volverá a ser lo mismo. Consciente tal vez que la bildungroman o mejor novela de aprendizaje que escribirá más adelante es la historia que ha vivido.
Gaël Morel firmó con Sin respiro su segunda película bajo el influjo del estilo y las temáticas del cineasta André Téchiné, con el que había trabajado en calidad de actor en la generacional Los juncos salvajes. Tras recibir la nominación al César al mejor intérprete revelación, Morel decidió centrarse en su faceta como cineasta. Justo el año en que Téchiné dio a luz Los ladrones Morel presentó este cuento de inadaptados que se lían y se quieren a pesar de los pesares. Una película llena de personajes apasionados, con escenas y diálogos que se atropellan y se solapan, con un montaje débil y al mismo tiempo vigoroso al dar forma a la particular forma de vivir y sentir de los protagonistas. Un film lleno de imperfecciones, claramente un Téchiné menor con poco oficio y muy buenas intenciones, pero en el fondo simpático: pese a sus irregularidades, destila magia y candidez, e incluso sus formas desaliñadas se convierten en la clave para sentir a flor de piel los dramas iniciáticos que vemos en pantalla. Cine francés discursivo, no apto para todos los públicos, libre en todos los sentidos. Una oportunidad más para disfrutar de los actores de Los juncos salvajes, ahora piezas muy importantes del cine de nuestro país vecino. Morel ha seguido rodando películas, casi todas trazadas por la adolescencia y el descubrimiento sexual y homosexual. También ha continuado actuando para su amigo y maestro Téchiné. Sin respiro es sin duda su mejor trabajo: hay que rescatarlo.
Nota: 7
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