Un año más nos encontramos con nueva película de Ventura Pons, un hombre que solo por su actividad parece buscar a toda costa el título de Woody Allen ibérico. Pons es un autor curioso que sigue en activo no sabemos muy bien por qué. Hay algunos directores más o menos acertados en su último tramo de carrera cuyos inicios parecen suficientes para legitimizarlos como cineastas de interés: aquí pondría a Bigas Luna, ya lejos de Jamón, jamón, La teta y la luna y sus primeros trabajos. Hay otros artistas que sin haber vivido un momento de esplendor de alguna manera siempre han estado de moda y su influencia ha sido transversal a muchas generaciones de cineastas: es el caso de Agustí Villaronga, que no necesita de Pa negre para ser una de las grandes figuras de nuestro cine. Hay autores 'rematadamente indies' a los que no les iría mal probar suerte con productos más accesibles: Jaime Rosales, Marc Recha y Albert Serra son los más empecinados de la clase, aunque su cine me guste siempre, en mayor medida el de los dos primeros. Y hay otros nombres que dejaron de hacer cine cuando su aportación al medio era y hubiese podido ser mayor: se me ocurre el nombre de Juanma Bajo Ulloa y otros de los llamados 'cineastas malditos'. Ventura Pons ocupa un trono para él solo. Nunca ha hecho una película remarcable o de éxito, si bien en su filmografía pueden distinguirse títulos mejores que otros. Su proyecto más internacional, Manjar de amor, pasó totalmente desapercibido, quizás demasiado. Y en los últimos años parece que Pons ha encontrado en el estilo televisivo (rápido, directo, desaliñado técnicamente, más acorde con la naturaleza teatral de sus historias) la forma de producir cantidad sin pensar en la calidad. Por qué Pons sigue empeñado en estrenar por la vía convencional (Any de Gràcia ha tenido más espectadores en Filmin que en los cines) y por qué no deja convencerse por TV3 para hacer una serie 'amb accent català i barceloní' (Any de Gràcia sirve como arranque o episodio piloto para una ficción televisiva: lo han dicho muchos antes que este blog, pero es totalmente cierto) es un misterio que no se resolverá. Una pena, entiendo, cuando muchos autores noveles no encuentran espacio y financiación para sus proyectos: ¿acaso Pons no es un creador que no molesta a nadie y que se lo ha tomado injustamente como abanderado de un 'cine catalán' no siempre visible? Por unas cosas o por otras, Any de Gràcia resulta innecesaria y prescindible, y puestos a pagar por ver o por hacer una película hubiese sido mejor confiar en otro autor y en otra historia. A cada mueca, gesto y frase de Rosa María Sardà no puedo dejar de pensar lo grande que es esta mujer, aunque Sardà siempre haga de Sardà, aunque Pons lo sepa y consienta, y aunque su interpretación resulte más propia del teatro que del cine. Aún con todo, hay que reconocer que Any de Gràcia tiene eso: cierta gracia. No es divertida, tampoco es enteramente disfrutable y entretenida, pero se deja ver y resulta hasta entrañable. Vaya, que es lo mejor que el señor Pons ha hecho desde... no sabemos cuanto. Eso aunque para nada estemos ante una gran película y ante un hombre clave del cine de aquí: ni tan siquiera merece el Gaudí local, así que ni pensar en el Goya. Veredicto: de la misma forma que me repatea que Antena 3 venda telefilms como películas en el sentido estricto del término, me molesta que una obra con vocación y entidad de telefilm ocupe 'x' número de salas para nada. Y sobre todo, que encima la estrategia sea orquestada y defendida desde el propio cine catalán. Emitida antes o después del Polònia o del 30 minuts, programas de la televisión catalana, tendría su pase, y no será este espacio el que eche por tierra una película que tiene su encanto. Hay que decir la verdad aunque duela. Frase APM: ¡que no nos engañen!
Nota: 6
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