W.E. se presta al chiste. El nombre de su directora, la cantante Madonna, es suficiente para ver W.E. desde otras perspectivas. Somos malpensados, y más si se trata de dejar por tierra a una de las grandes estrellas de la música de las últimas décadas (una actividad olímpica de la que Elton John y otras reinonas del montón son especialistas). Los detractores de la dama del pop dirán que el hecho de que la artista se sienta identificada con Wallis Simpson, la incomprendida amante del rey Eduardo VIII que en su día sufrió el acoso mediático y la inquina de toda una nación, es una demostración de la megalomanía de quien se ha permitido gastar tantos medios y tiempo simplemente para alimentar su ego. Eso sería un juicio nada objetivo. Los que quieran dar rienda suelta a su pluma dirán que Madonna podría ser escritora de novela rosa, diseñadora de escaparates, directora de videoclips adolescentes o creadora de anuncios navideños de perfumes pero nunca cineasta. De nuevo, eso sería una valoración poco seria. Hablar si se puede de W.E. obviando la personalidad de su instigadora es algo difícil pero creo que necesario. No porque la película lo merezca sino porque Madonna lo pide. W.E. será más o menos fallida pero de lo que no hay duda es que Madonna se ha creido su historia, ha vivido en sus carnes sus dos relatos de amores imposibles y ha intentado levantar un film con todas las de la ley. Y eso me parece admirable viniendo de alguien que no necesita meterse en camisas de once varas ni exponerse al veredicto de la opinión pública (todavía más si cabe, porque cuando te llamas Madonna todo lo que haces se convierte en noticia). Pero no nos desviemos de lo estrictamente cinematográfico. W.E. peca de exceso: la cámara sufre de espasmos incontrolados cuando la historia requiere algún plano fijo o estático que encuadre las emociones de los personajes sin buscar la rima visual; las interpretaciones de los actores, puede que en parte por una cuestión de mal guión, no brillan como deberían; y sobre todo, la historia de trasfondo de época a lo El discurso del rey y otra de soledades en el Nueva York contemporáneo con planos a lo Wong Kar-Wai se funden técnicamente con bastante solvencia (Madonna domina las transiciones temporales y el montaje de la cinta es vigoroso) pero no casan a nivel emocional (el paralelismo de lo que les ocurre a las dos protagonistas ni complementa ni completa lo que sienten los personajes, y eso deja a W.E. totalmente vacía). Hay amor, pero ese amor telenovelesco, exagerado e imposible que nadie se cree. Hay una carcasa técnica impecable pero también el mismo sentimiento que un poema cursi escrito por un alumno de la ESO. Y eso, aunque queramos ser benevolentes con Madonna y su equipo, es imperdonable. Nadie mejor que Madonna sabe que la base de cualquier espectáculo es entretener al público y W.E., si bien sobrevive durante hora y media larga, acaba aburriendo al personal. Valoramos el intento. Reconocemos que las críticas lapidarias tenían bastante razón. Y admiramos a Madonna por su hiperactividad. Más que una mala película, estamos ante una película que no es buena. Que es diferente pese a ser lo mismo. Menos mal que los títulos de crédito con la canción Masterpiece, ganadora del Globo de oro, prometen devolvernos la Madonna de siempre: la artistaza 'acaparaportadas', la máquina de trendic topics y la visionaria de hits discotequeros. Porque si W.E. es un naufragio Madonna es la culpable y al mismo tiempo la única superviviente. Ole por ella.
Nota: 5
Si te gusta esta crítica, vótala en Filmaffinity
No hay comentarios:
Publicar un comentario