El cine francés cae simpático y al mismo tiempo da rabia. Su capacidad de producir año tras año comedias románticas de éxito internacional es un mérito, en lo económico muy rentable y en lo cinematográfico no siempre satifactorio. La delicadeza parece (y en el fondo es) un título más de esa lista de enamoramientos que desde que se estrenase Amélie llevan el rostro (angelical, 'de palo', mono, soso...) de Audrey Tatou. No hay nada malo en tener un sello distintivo a nivel internacional, pero al cine francés hay que reconocerle cierta trampa y agotamiento de fórmulas. Todo ello la película lo sabe, lo intuye y lo medio lleva a la práctica. Es consciente que no debe ni quiere ser una historieta más al mostrarnos el dolor de la joven Nathalie al perder a su novio, un giro dramático retratado con más dureza de la habitual para un cine que en teoría quiere llegar a ser un divertimento blanco. Y quiere alterar las previsiones de la audiencia y la crítica al presentarnos la relación entre la resarcida Nathalie con un sueco más bien feo, en verdad el actor galo François Damiens, que acabamos queriendo como el sex symbol de Pio Marmaï (sí, señores: aquí muere el guapo). No es que la fábula de La bella y la bestia sea el último grito, pero bien pensado en un tiempo en el que nadie, ni delante ni detrás de las cámaras, cree en los cuentos de hadas volver al espíritu naif del género romántico puede resultar hasta rompedor. Aquí en España pocos captarán el doble sentido de la banda sonora compuesta por la cantante Émilie Simon, que en la vida real escribió y grabó las canciones al perder a su pareja, justo el mismo trance que sufre la protagonista de La delicadeza. Por lo demás estamos ante una película que se deja ver, bastante irregular, interesante si no se ve con ojos exigentes y totalmente disfrutable si amas ver a Tatou haciendo de Tatou. A ratos esquiva el cliché, luego se recrea en los lugares más comunes y finalmente acaba en terreno neutral. Es inevitable que entre alguna media sonrisa se cuelen un par de bostezos, un ligero recuerdo de Amélie, un '¡anda, esto ya lo he visto!' o un '¡no, otra vez la Torre Eiffel iluminada de noche no!'. Delicada en esencia pero totalmente brusca, cambiante y descompensada en su estructura. El cine francés cae simpático y da rabia. La delicadeza es la nueva comedia francesa veraniega. Y francamente: ya cansa un poco, solo un poco.
Nota: 5'5
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