A las personas se las adoctrina. A los animales se los adiestra. Vivimos preocupados por las apariencias, por controlar que nada delate nuestras debilidades. Debido a ese culto al control nos hemos deshumanizado y premiamos las actitudes frías y calculadoras en detrimento de lo vivo y espontáneo. Porque bajo control se vive mal, pero al menos con la seguridad de que nada ni nadie puede herirte si tú no infliges dolor a los demás. Es el espejismo de quien vive en una dictadura y cree tener libertad de acción y palabra. De eso y mucho más trata Apflickhorna (She Monkeys), una de las óperas primas más sorprendentes del último cine sueco que se alzó con el premio a la mejor película en el festival de Tribeca y en los Guldbagge de su país. Una historia marciana sin aparente línea argumental dispuesta a modo de pequeños momentos aislados de violencia implícita, un poco a imagen y semejanza de la nueva ola de cine griego representada por Canino y Attenberg. Apflickorna trata la represión y la autorepresión, la manipulación y la contención. Es una historia de amor y de poder, de amistad y de competencia. Un cuento de gentes sensibles, maneables e influenciables, que aprovechan cualquier ocasión para hacerse con el látigo y dirigir según intereses propios. Puede que algunos la tachen de provocativa al exponer actitudes extremas mediante dos personajes poco habituales: una niña de apenas ocho años y una chica adolescente a punto de ser mujer. Pero lo pecaminoso no está en el propio acto sino en los ojos que observan, y Apflickorna no busca más que dejar atónito al espectador en un microcosmos cerrado y con sentido, con muchos sentidos. Incluso el discurso sobre el control sirve para incluir una trama de amor homosexual contada de forma muy sutil. La rigidez que impone el deporte, la falta de un referente paternal que guíe, las imposiciones sociales que obligan a esconder muchas cosas debajo de la alfombra... Apflickorna es muy compleja, y resta a la espera de que espectadores valientes sepan bucear en su mundo tan extraño como la vida misma. Las formas serán extravagantes pero el fondo es el de siempre, universal y enriquecedor: exponer la complejidad y la contradicción del ser humano y sus actos. Aunque puede escocer, aunque otros nombres como Haneke o Von Trier hablen de lo mismo de forma más brillante, y aunque muchos no conectarán con su belleza bizarra, no deben perdérsela.
Nota: 7
Si te gusta esta crítica, vótala en Filmaffinity
No hay comentarios:
Publicar un comentario