
John Keats era un maestro de las palabras. Aún así, al ilustre poeta le sería difícil encontrar el término exacto para definir el tedio que inspira
Bright Star, su biopic en forma de romance casto. La poesía precisa de técnica pero también de magia, un requisito que Jane Champion obvia:
hay oficio pero no alma, hay una exquisita ambientación, pero no el ímpetu, la virulencia y la energía que requiere toda pareja de amantes enamorados. El amor en
Bright Star no conoce escenas de cama, pero tampoco la credibilidad del tonteo, cortejo y amor fou final.
No inspira, no contagia, no emociona: es demasiado pulcra, correcta, conservadora, lineal, austera. Poca o ninguna credibilidad merecen los amantes si Champion no trabaja para encender la chispa, la atracción. Como resultado, la primera hora resulta una historia simpática, la misma que ya hemos visto y leído hasta la saciedad, y el final es tan vacuo, previsible y alargado que la única alegría que tiene el espectador es la de abandonar la sala. Imperdonable: la estrella del título no brilla y, para colmo, la banda sonora colecciona las notas de una nana soñolienta. Los críticos de Cannes 2009 se mostraron fríos con la película y no les faltó razón: se mire por donde se mire,
Bright Star es toda una decepción. Poca emoción tiene su inminente llegada a los cines españoles: solo la moda del amor utópico, bizarro y medieval de
Crepúsculo puede salvar este telefilm de la quiebra total. Film primaveral pero en el fondo yermo que nos hace admirar títulos blandos como
La duquesa o
Orgullo y prejuicio.
Es difícil imaginar qué atractivos vio Champion para llevar tal ñoñería a la gran pantalla. La directora, femenista y adicta al ambiente (aquí ambientillo) de época, tiene el mérito de ser una de las pocas realizadoras nominada al Oscar, pero su carrera es desigual (incluso su El piano está más desafinado de lo que se dijo). Cornish, rostro nuevo y protagonista, no convence como protagonista de la función: luce mejor la arrogancia y desfachatez que presume durante los primeros minutos. Ben Wishaw, quintaesencia del bohemio sin éxito y tuberculoso, tampoco encandila al personal. Bright Star es pintura, aunque hay cuadros más profundos y breves; es literatura, pero la nómina de libros amorosos de calidad es infinita; es cine, pero del desfasado, del totalmente prescindible. Un bluf disfrazado de soneto sin rima.