

Celda 211 es un caso atípico dentro de nuestro cine. No es difícil imaginar una segunda parte (hay dos personajes vivos, dos odios, dos infiltrados traidores y traicionados que deben concluir su última y más sangrienta pelea) o un remake a la americana, como en su día tuvo REC. Si bien es una película tensa y compacta, está lejos de ser un título perfecto. En el recuento de pequeños fallos figura Antonio Resines, un actor que vuelve a hacer el papel de siempre y que desentona ante tanta fuerza y violencia. El alcaide sin credibilidad también protagoniza uno de los momentos más discutibles: la pelea que deja a una embarazada Marta Etura inconsciente en el suelo. Los guionistas, obligados a justificar la evolución psicológica de su protagonista, incluyen un secundario (Etura) totalmente forzado e innecesario. Igual de impostados son los flashbacks que nos recuerdan la idílica vida de la joven pareja. Monzón hubiera podido empezar de forma plácida y acabar en la cima, pero prefiere ir directo al grano y maquillar el conjunto con obvias digresiones. Pese a todo, nada grave, ningún defecto extra respecto a sus émulos yankis.

Algún espectador incauto no dudará en afirmar que lo mejor de Celda 211 es que no parece una película española. La frase precisa matices, pero es cierta. A juzgar por las caras satisfechas que pude registrar tras la salida del cine, no hay duda que Celda 211 gozará de buen boca-oreja y que puede convertirse en un título importante, susceptible a revisiones y premiaciones varias. El Malamadre de Tosar tiene la fuerza y la personalidad suficiente para hacer historia, algo que no es muy habitual en el cine patrio. A falta de que se estrenen El baile de la victoria, Spanish Movie y Planet 51, parece que el público empieza a reconciliarse con el cine español (y, de paso, salvar sus números rojos). El colectivo parece dar la razón al camino que ha seguido Monzón y el resultado, pese a no ser redondo, es competente. No se la pierdan.