miércoles, 11 de noviembre de 2009

CELDA 211 7 / 10

Las prisiones agilizan el sistema y hacen invisibles los problemas de toda sociedad. Para el ciudadano de a pié, que nunca se verá involucrado en trifulcas penales, es un alivio pensar que los delincuentes más peligrosos viven entre rejas, aislados de todo y de todos. Pero el sistema no es tan idílico y las barreras entre el bien y el mal son más flexibles y esquivas. Los asesinos merecen pena, pero también son detestables los carceleros abusivos. Al final, la realidad fuera de la prisión puede que no sea la mejor opción, aunque la vida en celdas sea nula, asfixiante. Sobre este mensaje pesimista se asienta una película de género que toca todos los palos: la crítica social, el thriller de acción y el drama carcelario, un subgénero que Monzón adopta de gloriosos títulos americanos (desde La gran evasión hasta Cadena Perpetua). Celda 211 es una película poco complaciente, llena de matices, directa y brutal. Su primera escena ya es toda una declaración de intenciones: la estampa de un preso enfermo que decide cortarse las venas con la afilada punta de un cigarrillo. Monzón obvia cualquier tipo de presentaciones y hace del motín central la razón de ser de su relato. La inteligencia del artista consigue hacer veraz lo que en manos de otros hubiera sido mera caricatura. Es la primera vez que el terrorismo vasco sirve de macguffin para una trama policíaca, sin ínfulas intelectuales ni discursos graves. También es loable la orquestación de un reparto poderoso, mezcla de reos reales y actores espléndidos (la nómina de secundarios contempla nombres como Manuel Morón, Carlos Bardem, Jesús Carroza, Vicente Romero, Marta Etura y David Selvas). Mención especial para Malamadre, un Tosar carnívoro que acaricia a base de puñetazos su tercer Goya. Y Alberto Amnann, el malogrado y novato funcionario de prisiones, es la gran revelación, no solo de la película, sino de todos los títulos españoles estrenados hasta la fecha. Todo huele a sucio. Todo sabe a premio.



Celda 211 es un caso atípico dentro de nuestro cine. No es difícil imaginar una segunda parte (hay dos personajes vivos, dos odios, dos infiltrados traidores y traicionados que deben concluir su última y más sangrienta pelea) o un remake a la americana, como en su día tuvo REC. Si bien es una película tensa y compacta, está lejos de ser un título perfecto. En el recuento de pequeños fallos figura Antonio Resines, un actor que vuelve a hacer el papel de siempre y que desentona ante tanta fuerza y violencia. El alcaide sin credibilidad también protagoniza uno de los momentos más discutibles: la pelea que deja a una embarazada Marta Etura inconsciente en el suelo. Los guionistas, obligados a justificar la evolución psicológica de su protagonista, incluyen un secundario (Etura) totalmente forzado e innecesario. Igual de impostados son los flashbacks que nos recuerdan la idílica vida de la joven pareja. Monzón hubiera podido empezar de forma plácida y acabar en la cima, pero prefiere ir directo al grano y maquillar el conjunto con obvias digresiones. Pese a todo, nada grave, ningún defecto extra respecto a sus émulos yankis.




Algún espectador incauto no dudará en afirmar que lo mejor de Celda 211 es que no parece una película española. La frase precisa matices, pero es cierta. A juzgar por las caras satisfechas que pude registrar tras la salida del cine, no hay duda que Celda 211 gozará de buen boca-oreja y que puede convertirse en un título importante, susceptible a revisiones y premiaciones varias. El Malamadre de Tosar tiene la fuerza y la personalidad suficiente para hacer historia, algo que no es muy habitual en el cine patrio. A falta de que se estrenen El baile de la victoria, Spanish Movie y Planet 51, parece que el público empieza a reconciliarse con el cine español (y, de paso, salvar sus números rojos). El colectivo parece dar la razón al camino que ha seguido Monzón y el resultado, pese a no ser redondo, es competente. No se la pierdan.