

Eastwood actúa cual equilibrista al adaptar guiones ajenos, una tarea que solventa con gran atino. Si no fuera por este hecho, nadie dudaría que Gran Torino ha sido escrita por y para míster Clint. El guión, aunque con algún vache, se asienta sobre la antítesis (la muerte de la esposa en paralelo a la llegada de los nuevos vecinos, el cumpleaños de Walt coincide con la fiesta de sus amigos Mong,...) para desembocar en un final rotundo e inesperado. Es aquí cuando el relato da un completo giro y los fotogramas pretéritos cobran un significado especial, siempre abiertos a múltiples lecturas y futuros visionados. Decir que Gran Torino es la peor obra del Eastwood más reciente es, aunque cierto, injusto (en todo caso, la menos agraciada sería Banderas de nuestros padres). Dentro de unos años, la crítica recordará a Eastwood como el último gran clásico del cine norteamericano. La nostálgia, elemento extracinematográfico, convertirá Gran Torino en una obra maestra, toda una ironía para un personaje que vive de los recuerdos de un pasado mejor.
