El 'caballo negro' es aquel que sin ser favorito llega a la línea de meta antes que nadie. Aquel con el que nadie contaba y que al final consigue imponerse. Negro por invisible, porque es más una sombra que un ser. También por oscuro, por alternativo, por raro, por inadaptado. La obra de Solondz está plagada de caballos negros en potencia. De hecho, Solondz ha consagrado su filmografía en desvelar las complejidades y miserias de esas almas sin pena que vagan por la Norteamérica de nuestros días. No las vemos, pero están. Y el objetivo de Solondz las filma con candor y a la vez con crudeza, entre el paternalismo y lo lacerante. Por eso su cine incomoda a la par que atrae: amamos sus criaturas y al mismo tiempo las repudiamos, porque son imágenes deformadas de tipos y prototipos que conocemos, que encarnamos.
El caballo negro de la película es Abe, un hombre orondo, con trabajo pero sin oficio, mucho menos con beneficio. Un pobre miserable que hace bromas en bodas de otros para llamar la atención de las chicas más apocopadas. Un adolescente escondido en un cuerpo de hombretón que colecciona muñecos y pósters de series y películas de los 80. Eso hasta que decide coger el toro por los cuernos, aunque su atrevimiento sea más bien un acto de puro egoísmo y pese a que su cambio obedezca a la estrategia de un pobre diablo que se agarra a un clavo ardiendo. Quiere casarse con Miranda, una chica desequilibrada y enferma que sigue enamorada de su amanerado ex novio. Un cuento del hijo descarriado en una Norteamérica obsesionada con el éxito y las apariencias que abre el cine de Solondz a la esperanza: Abe puede a pesar de todo imponerse y triunfar.
Con todo, Abe va diluyéndose y Solondz vuelve a filmarnos una bajada a los infiernos, en este caso con una media hora final singular, lo más onírico que ha rodado nunca. La lástima es que la película carece del humor negro de entonces, de la belleza negra de las antiguas obras de su autor. Todo negro. Dark Horse deja el cine de Solondz en cueros, y de ella sólo obtenemos la exageración por la exageración, un festival de distorsiones, un conjunto de ridículos que aspiran a ser metáforas y que no tienen significado. La impronta de Solondz sigue presente, pero no fluye, no divierte, no conmueve, no escandaliza. Al final el único negro es el color del luto, el ostracismo donde debería permanecer para siempre la peor creación de Solondz. Abe no triunfa y su obra tampoco: no por casualidad es la única cinta de Solondz que no se ha estrenado entre nosotros. Muchísimo mejor volver a Happiness o Palíndromos, las mejores carreras de caballos del universo Solondz.
Para seguidores del cine indie norteamericano
Lo mejor: Blair, una actriz muy desaprovechada.
Lo peor: Empequeñece si la comparamos con los anteriores Solondz.
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2 comentarios:
Concuerdo contigo... Un sinsabor de Solondz que no alcanza ni a divertir ni a conmover.
Tal vez está bien para el patetismo que pretende comunicar, aunque yo me quedo con Happiness o Welcome to the Dollhouse.
Saludos.-
Sinceramente, a mi Solonz hace tiempo que dejó de llamarme la atención.
Coincido con Ana , yo me quedo con ese clásico contemporáneo que es Happiness.
Saludos
Roy
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