viernes, 20 de mayo de 2011

SER FIELES A WOODY ALLEN


A veces con el cine uno entabla relaciones casi extramatrimoniales. Allen es el ejemplo más claro de fidelidad y seguimiento. No basta con haber crecido con sus películas. No basta con que su silueta sea tan célebre como la cara oronda de Hitchcock. Como amante, Allen es el anciano seductor que va cambiando de maquillaje y que con el tiempo va innovando posturas para sorprendernos. Él es Woody, el tío Woody o el gran Woody. Hay gente que tiene una foto suya en el comedor, entre las imágenes de sus familiares. No hay nadie que sepa reunir a su lista de acólicos cada año en las puertas de los cines, esperando esa cita anual en la oscuridad de la sala. Es como la revisión médica o la visita al dentista: un ritual que se produce cada doce meses y del que no hay manera de librarse. Algunos años atina más que otros, pero con Allen importa más la actividad, el hecho de saberse testigos de una nueva historia del neoyorkino. Cada una de sus películas es una nueva invitación a formar parte de sus guiones vodevilescos y una excusa para hablar de aquello que nunca pasa de moda: la vida en sus pequeñas grandes miserias, vistas con las cuotas necesarias de filosofía, ironía y tragedia. Como todo artista que prolonga su carrera durante décadas y abarca a varias generaciones, su figura no se limita al éxito de un título. De Diane Keaton a Mia Farrow hasta llegar a Scarlett Johansson, de Annie Hall a Delitos y faltas hasta Match Point. Sus títulos de crédito tan característicos. Sus bandas sonoras con piezas clásicas, ritmos jazz e incluso ópera. Sus detractores, porque también los hay, dirán que se repite hasta decir basta o que otro gallo cantaría si, de no ser Woody Allen, el susodicho podría rodar una película al año, cambiando en su hoja de ruta Nueva York por Barcelona, París por Londres, Los Ángeles por Roma. Pero el cinéfilo es un animal de hábitos, y Allen es el antídoto a un panorama de descargas y desarraigo con la figura del cineasta. Encima sus películas siempre son éxitos de taquilla, aunque en los videoclubs de su Norteamérica natal, y a pesar de su colección de nominaciones al Oscar, sus películas figuren en el apartado de 'cine extranjero'. Después de los exámenes, Allen y su Medianoche en París serán la máxima prioridad. Mientras me voy preparando para la cita, acicalándome y recordando todo lo bueno que nos ha dado Woody Allen. Ser fieles a Woody Allen es lo más parecido a seguir una religión sin dogma. Ojalá, como presagian muchos críticos, Allen haya recobrado el vigor de sus mejores historias. Y si no, bastará con ver la belleza de su rostro, la experiencia que esconden sus arrugas, el saber hacer de un director que es un género cinematográfico en sí mismo. ¡Grande Woody!