Cinoscar & Rarities sabe que cuando habla mal de una película tiene tendencia a ponerse irónico. Créanme que con estos Zombis Nazis toda ironía es poca. Es una lástima que su director no sepa ofrecer un espectáculo de humor y terror equilibrado. Y sin duda estos nazis de ultratumba, los verdaderos malditos bastardos, son más placenteros cuando el film abraza lo friki y no lo suelta. No es una película de mal gusto (debería), no da miedo (debería) y sólo sacará algunas sonrisas (sí, debería troncharnos). Vaya, que una cosa es querer ser una parodia y otra es ser una mala película. Zombis Nazis es ese tipo de película en la que los protagonistas duermen desnudos aunque la temperatura presenta grados negativos (eso sí: no se quitan el gorro de la cabeza. Es que estos noruegos son raros...). Es ese tipo de película en la que los protagonistas follan en un cagadero. El nivel intelectual de sus jóvenes, ingenuos, guarros protagonistas (bueno, del guionista, que aquí perdió alguna neurona en el intento) es apabullante: aseguran que una joya que data de 1942 tiene 50 años (no salen las cuentas). Vaya, que todo es un desastre. Nada tiene sentido. Y aburre. Menos mal que en los últimos minutos tenemos una lucha cuerpo a cuerpo entre humanos y nazis para alegrar al personal. ¡Viva el despelote y la amputación! ¿Sabían que los intestinos son como cuerdas que se estiran metros y metros? No es políticamente incorrecta pero se ha ganado un puesto de honor entre lo más extravagante del año. Un consejo: descárguenla (porque, créanme, no vale los seis euros de la entrada del cine) y visionen sólo la última media hora (lo demás es una colección de lugares comunes, clichés y demás torpezas basadas en la cultura del 'copiar y pegar' de películas que ya de por sí dejaban mucho que desear). Si Hitler levantara la cabeza... (casi mejor que no lo haga: no sobreviviríamos a una secuela). ¿Algún judío en la sala?
Hay que quedarse con lo bueno, que aquí se traduce en contadas escenas: esa cabeza nazi volando como un balón de fútbol, el truco de la motosierra (la arma más eficaz, también la más cinéfila) o esa escena final tan, tan, tan previsible (claro: cuando a uno le persigue un nazi sangriento y encuentra un coche para huir, lo primero que se hace es abrocharse el cinturón de seguridad... olé). Los sádicos se quedarán con ganas de más y los fans del género pedirán la hoja de reclamaciones en las taquillas del multicine más cercano. Un festival cutre, cuna de la escatología nórdica. Tiene chispa, pero no prende en llama. Sangre que sabe a mermelada de fresa.
Nota: 4
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