
Tim Burton adaptó con acierto
Charlie y la fábrica de chocolate, el famoso cuento de Roald Dahl. En esa película, una premisa infantil servía para hilvanar una historia de fantasmas del pasado, de segundas oportunidades. Wonka era un ser fantástico con problemas terrenales, antihéroe y a la vez tierno protagonista.
Charlie y la fábrica de chocolate se convertía, añadiendo además la impronta visual de su director, en una película 'adulta', tal vez 'para adultos', siempre apelando a la candidez y a la oscuridad de la platea (los mismos puntos que estudiamos del mítico Willy Wonka, ser contradictorio con su corazón y sus tinieblas, sus excentricidades y su carencia de afecto). En
Alicia en el país de las maravillas deberíamos situarnos en coordenadas similares: otra adaptación de un libro de éxito y una premisa con muchas posibilidades plásticas. Por desgracia, esta nueva versión del clásico de Lewis Carroll no tiene la enjundia de antaño porque
Burton, más que una lectura personal del trilladísimo relato, fabula desde la mirada de un mitómano empedernido, de un autor que no se atreve a alterar la historia que tanto diviniza con tal de no traicionarla. Alicia en el país de las maravillas es excesivamente pulcra y está demasiado preocupada en citar las películas anteriores de Alicia.
Charlie y la fábrica de chocolate es adulta y
Alicia en el país de las maravillas es una película infantil o, mejor dicho, una película para niños (quienes reprocharon a Burton que sucumbiese al sello Disney deberían revisar sus postulados: esta película conecta más con la Alicia de Disney que con la estética burtoniana de toda la vida). Una mayúscula decepción para el fan de Burton. Cuando en los títulos de crédito se oye la cancioncilla de Avril Lavigne, todo nos queda claro: esta es una película de colegio, no de instituto. Básica. Mera sucesión de cosas y personajes que ya hemos visto.
Con otras películas podríamos apelar a la buena caligrafía del film, a pesar de la carencia de literatura. En este caso, discutimos hasta la propia arquitectura visual (recuerden: apartado en el que Burton no admitía debate). Este País de las Maravillas está demasiado pendiente en disparar objetos y resaltar relieves para aprovechar las posibilidades de las tres dimensiones. Cual regalo raquítico con un envoltorio de ensueño, la película sabe definir a sus personajes mediante los atributos físicos más estrafalarios, pero nunca rellena ese exquisito trabajo con unos seres con alma y unas tramas apasionantes. Será que son otros tiempos pero hasta en eso nos han vendido gato por liebre: este País de las Maravillas se me antoja frío, sin brillo, gris; un paraje demasiado parecido a Pandora. No enamora ni visualmente. Y más tibia es la actriz Mia Wasikowska, debutante Alicia que nunca llega a convencer...
En esta ocasión, Alicia tiene 20 años y está a punto de aceptar un matrimonio de conveniencia. Cree que ese país fantástico del título es un sueño que tuvo de pequeña y que ahora se repite de forma recurrente noche tras noche. Pero se dará cuenta que ese terreno imaginario existe, y aprovechará ese paréntesis para arreglar la tensa situación del mundo fantástico (la lucha entre las dos hermanas y reinas del lugar) y real (tras ese viaje, la heroína tendrá el valor suficiente para decidir si quiere o no sucumbir a un entorno burgués que nunca le ha gustado). La fantasía es para Alicia la excusa perfecta para evadirse de un mundo que atisba amenazante ('siempre estás distraída', le reprocha su prometido). También para Burton, que aquí filma ciego, sin inventiva; y, como resultado, Alicia en el país de las maravillas no es ni una renovación ni un homenaje, sino una película sin nada que aportar, previsible y prescindible. Y aún así, uno de los éxitos de taquilla del año.