Se ha definido a Entre nosotros, ganadora del Gran Premio del Jurado y el Oso de oro a la mejor actriz en el Festival de Berlín 2009, como el retrato de una pareja en crisis. La idea no me parece del todo acertada. Esta es una película sin argumento que narra el devenir de un amor de verano, desde la carnalidad más ardiente hasta los primeros indicios de un enfriamiento insalvable. Entre nosotros es más bien un ejercicio sobre la intimidad y la obsesión amorosa. Un experimento, no una exploración. Una película personal. Una trama de personajes que se complementan, se contradicen y se pelean. Narra lo inarrable: el encaprichamiento, la necesidad del otro, el deseo de estar con alguien. Podría ser una película no verbal, pero la directora inunda sus propuestas de pequeños diálogos que no dicen nada y a la vez lo son todo. Anécdotas, pequeñeces, casualidades. Entre nosotros es una propuesta extraña, hasta cierto punto incómoda, incluso cuesta adentrarse en los planteamientos de fondo y forma que propone la realizadora. Una película que transmite una turbia sensación de intimidad, la misma que, intuímos, entablaron por obligación actores y directora. De este filmar tan cercano, Entre nosotros logra ser un compendio original de momentos escritos y otros improvisados. Como una relación amorosa, en definitiva. Algunos la aburrirán y otros la relacionarán con otros juegos del cine europeo más reciente, incluso con Bergman. A pesar de que me parece una película llena de momentos muertos, Entre nosotros deja la sensación de haber visto una historia diferente, muy bien interpretada (Birgit Minichmayr se lleva la palma), interesante en líneas generales.
Uno de los elementos que más me interesan de Entre nosotros es la relación entre los personajes y el espacio. Gitti y Chris, él y ella, cara y cruz, están de vacaciones en la segunda residencia de los padres del chico. Hay un claro desapego entre los personajes y su entorno, no sólo porque la película supone su alienación total con cualquier contacto con el exterior, sino porque las casas que filma Maren Ade son lugares demasiado funcionales, impersonales, fríos. Ello le permite a la realizadora centrarse en la relación de amor y dependencia de sus criaturas, así como construir una sutil, cuidadísima sensación de vacío, extrañeza. Al fin y al cabo son dos turistas, extraños en tierra extraña: la confirmación de que todo es efímero. Por eso Entre nosotros me parece una película muy desnuda, muy teatral, muy simbólica. Incluso ese viaje a unas montañas cercanas funciona a modo de metáfora de los escollos que la pareja tendrá que superar durante la segunda hora de metraje. Historia de personas que no tienen claro absolutamente nada, seres que se entregan pero que están a la expectativa, soñadores. Hay algo de verdad, también de ejercicio maniqueo. Esa es la dualidad de Entre nosotros, una película que requiere de espectadores pacientes. Un amor estival con sus curvas y rectas, la propuesta más singular de un verano marcado por la poca pasión de sus estrenos cinematográficos. Toda una curiosidad.
2 comentarios:
A pero parece buena, eso si, para verla una tarde tranquila, y con el mate al lado. La voy a ver!!!
La voy a tener en cuenta aunque por lo que cuentas no sé si será de las que me gustan, pasa que suele gustarme bastante el cine de esas fronteras.
Por lo demás espero ansiosa tu análisis de True Blood!!! la tercera temporada me tiene como loca! ajaja.
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