

La película quiere ser el título definitivo y más completo sobre el grupo terrorista R.A.F., una intención loable, pero no exempta de subrayados y de un metraje alargado en demasía. El devenir de unos jóvenes alemanes que durante la década de los 70 abandonaron sus hogares, se instruyeron cual militares en Oriente Próximo y formaron la consabida banda terrorista es la columna vertebral del relato, el motor narrativo de una primera hora y media bastante satisfactoria. La posterior reclusión en la cárcel y las tramas que conciernen a las generaciones más jóvenes de la banda acaban diluyendo el conjunto, seguramente porque ya hemos visto la misma historia en ocasiones anteriores. El estilo, aunque sobrio, quiere gustar a demasiados públicos e incluye unas escenas de acción (la mayoría, tiroteos interminables) que harán las delicias de las plateas adolescentes. R.A.F., por su manera de entender la acción, se presenta como un film joven que hereda los patrones del cine estadounidense contemporaneo (no en vano estuvo nominada al Oscar). Pese a esto, la estructura biografista, larga y grave hasta decir basta, demuestra que el film quiere seguir fiel a los cánones clásicos de informar, a la obligación moral de ceñirse a la realidad, aunque esta sea alambicada y dificil de resumir. He aquí la paradoja de la cinta: su narración y estilo son tan reconocibles y contradictorios como los personajes del film. R.A.F. titubea y al final no parece dispuesta a abrir un debate sólido y valuoso. Nada que ver, por lo tanto, con los que parecían ser sus referentes.

Parece evidente que, tras esta mezcolanda de documental y cinta de acción (hay cosas peores: solo hace falta recordar Valkiria), el camino para un nuevo episodio de la historia alemana se abre a muchas posibilidades. R.A.F. es el paradigma que no debe seguirse: o se es fiel a la historia (El pianista) o se altera la realidad a favor del entretenimiento, asumiendo todas las consecuencias que ello conlleva y sin ofender a la inteligencia del espectador (El libro negro sería un buen ejemplo). Hay que elegir y Edel, director del conjunto, nunca sabe por donde tirar: este es el talón de Aquiles de un film que no dejará ninguna huella. El año que viene, otra (y esperemos que mejor).