La adolescencia, el primer amor, el conocimiento de un nuevo mundo, los problemas familiares, el microcosmos que se da cita en un instituto... todo ello es un filón para el cine. El cine es un viaje, y no hay viaje más apasionante, también inevitable y natural, que el despertar sexual, la revolución de las hormonas, el paso invisible pero palpable de la niñez a la adolescencia. El cine francés cuenta con esa obra fundacional que es Los cuatrocientos golpes y recientemente estrenó French Kisses, una acertadísima visión de la adolescencia. A diferencia de estas, Stella es una película de frontera temporal: su protagonista tiene 11 años, es una niña muy especial y pronto va a sufrir los problemas que conlleva el hacerse mayor. Stella no habla de la adolescencia, no de forma directa, pero esa etapa está ahí latente, a la espera, dispuesta a trastocar la existencia de la niña. Stella vive en un caos ordenado: sus padres regentan un bar y pasa las noches sirviendo cervezas. Domina a la perfección las reglas del póker, las alineaciones de los equipos de fútbol y las manías de los clientes habituales. Conoce y tararea las letras de las canciones que suenan en el local, pero no logra concentrarse en la escuela. Stella vive al borde de la marginación social, pero la película, su película, es un cuento lleno de nostalgia por la inocencia que se va. Aunque a duras penas tenga una amiga de verdad. Aunque pase sus vacaciones al lado de un descampado que más bien parece un vertedero. Aunque, sin necesidad de explicitar peleas o momentos dramáticos, notemos cómo el ambiente familiar se va derrumbando poco a poco. Stella podría ser tan crítica como Los cuatrocientos golpes, o tan gamberra como French Kisses, pero prefiere jugar a otro nivel. Se ve sin darse cuenta. No sucede nada y a la vez ocurre todo. Y lo más interesante: entre los fotogramas de Stella se esconde la magia de la inocencia y se cuela la vida en su estado más puro, auténtico, sensible. Ver a Stella jugando, cantando, siendo espectadora y narradora de sus propias vivencias, es un espectáculo exquisito. Señores: no será una gran historia, no será técnicamente perfecta, pero es cine. Y del bueno. En resumen, Stella es una película pequeña que resulta simpática con mucha facilidad. Se trata de entender que lo sencillo, en la gran pantalla, nunca es fácil. Así que Stella es a su manera una gran película a reivindicar que logra construir una atmósfera, un estado de ánimo, una sensación de añoranza hacia la niñez que nunca volverá.
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