La cárcel, escenario decrépito, el lugar frío, sucio y brutal que precisa toda sociedad avanzada, ha sido el eje de un sinfín de películas, algunas de ellas clásicos como La fuga de Alcatraz o Cadena Perpetua. Cual Eastwood, nuestros hermanos de Prison Break buscan salir de la prisión a toda costa, el inicio de una carrera a contrareloj y sin respiro que vemos/vivimos en temporadas siguientes. El factor cinematográfico es clave para entender Prison Break. Al igual que 24 o CSI, Prison Break se desmarca de cualquier crítica o moraleja y nos ofrece un espectáculo de pura adrenalina, una acción en continuo crescendo cuyo único y loable fin es entretener a una audiencia joven, la misma que asiste a las salas para ver el último título de Vin Diesel o Jason Statham. Y siguiendo las pautas del mundo teen, la serie ha sabido alzar a su protagonista, un sosainas pero efectivo Wentworth Miller, en un ídolo de pegatinas y fondos de pantalla, un sex symbol que, al igual que Bond, utiliza una expresión fría y hierática como mayor rasgo de masculinidad. Iniciada la acción, pero, no hay belleza que valga y Prison Break se presenta como una serie joven y a la vez masculina, un cliché que, si se analizara contrastando encuestas y rankings de audiencia, acabaríamos acatando como verídico. De hecho, la mujer es la gran ausente de la serie (la única dama de interés, Verónica, muere al inicio de la segunda temporada). Quizá los productores de la franquicia, conscientes de ello, han querido lavarse las manos con un futuro spin-off donde la protagonista, la fugada, la víctima y verdugo del delito, será una mujer. Sin duda, Tarantino debería dirigir algún capítulo.
Prison Break está tan unida al formato, al tempo, a la narrativa cinematográfica, que su división inexacta en capítulos sabe a poco. Prison Break peca de excesos tras rastrear lo genial de su idea; acaba siendo un chicle eterno y pegajoso que se alarga sin interés ni sabor. Creo que la serie debería haber terminado al final de la primera temporada; incluso aceptaría lo abierto y negativo de su conclusión (cabe imaginar, pues, que nuestros fugados vuelven a la cárcel tras ser atrapados). Pero la manía contraproducente de aprovechar el éxito de toda serie que supere los 10 millones de televidentes (hablamos siempre de EE. UU.) ha condenado la serie hasta cuatro temporadas. Debo confesar que solo he visionado las dos primeras. La segunda temporada es irregular, un añadido chapucero respecto la excelente primera temporada. Prison Break ha acabado siendo a su pesar víctima de su propio éxito, un estrellato que nunca tuvo la fuerza de Perdidos o Héroes. Parece, pues, que estamos ante el final de la serie. La fuga, la carrera posterior, ha tenido, pese a quien le pese, una meta.
Prison Break ha marcado desde sus inicios el devenir de La Sexta, un canal de televisión un tanto pobre que ha utilizado la serie a modo de estandarte. La gallina de los huevos de oro ha desaparecido y parece que no alterará la historia de la televisión norteamericana. Prison Break debe tomarse como una comida ligera, la fórmula que nunca falla pero nunca entusiasma. En esta tierra de nadie, Prison Break puede presumir de ser una de las series adolescentes que más espectación ha creado (personalmente, prefiero Prison Break antes que Héroes o Verónica Mars) y que más valores ha creado para el futuro, tanto a nivel de actores, guión y aspectos técnicos. Prison Break es la historia perfecta que nunca hemos podido ver en la gran pantalla. Atrás quedan las tardes de tensión, las uñas mordidas, los sustos de infarto y las piruetas narrativas de antaño. Prison Break sobrevive en el recuerdo y eso la hará inmortal.
NUEVA ENTRADA TV: SÁBADO 20, DEXTER
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