martes, 2 de febrero de 2016

CRÍTICA | NADIE QUIERE LA NOCHE, de Isabel Coixet


Frío que arde
NADIE QUIERE LA NOCHE (NOBODY WANTS THE NIGHT), de Isabel Coixet
Festival de Berlín 2015: Sesión inaugural. Premio Gaudí al mejor maquillaje y peluquería. 9 nominaciones a los Premios Goya
España, 2015. Dirección: Isabel Coixet Guión: Miguel Barros Fotografía: Jean-Claude Larrieu Música: Lucas Vidal Reparto: Juliette Binoche, Rinko Kikuchi, Gabriel Byrne, Matt Salinger, Velizar Binev, Ciro Miró, Reed Brody, Alberto Jo Lee Género: Drama Duración: 110 min. Tráiler: Link Fecha de estreno en España: 25/11/2015
¿De qué va?: Josephine se traslada a un remoto pueblo canadiense para encontrarse con su marido, un explorador inmerso en una travesía en el Polo Norte. Con la ayuda de unos esquimales autóctonos, decidida a vencer las inclemencias del clima y del suelo quebradizo, Josephine inicia un viaje que cambiará su vida por completo.



A Isabel Coixet le gustan los personajes que buscan el amor en los lugares más insospechados. En Nadie quiere la noche, la directora catalana nos lleva al corazón del Polo Norte con su aplomo viajero habitual, el mismo que ya nos guió por rutas sensibles de Vancouver, Nueva York y Tokio, pasando por las estrecheces de una autocaravana y de una plataforma petrolífera. Con todo, nunca antes un personaje de Coixet había mostrado tanta obstinación y fiereza como la Josephine que interpreta Juliette Binoche, una intrépida aventurera que intenta sobrevivir en mitad de la nada con el único objetivo de encontrarse con su esposo. Un tour de force sólo al alcance de las grandes damas del género, con la capacidad de lucha y la pasión de los grandes personajes de la literatura romántica. El recorrido (incómodo, inhóspito) asustará a muchos espectadores, pero Nadie quiere la noche interioriza el carácter guerrero y obstinado de su protagonista: en su primer tramo, es un potente film de aventuras en la nieve, y en su segunda mitad se entrega sin cortapisas a la locura y a la desazón. El cine es un ejercicio de entrega absoluta, y Coixet busca oro allá donde sólo parece haber hielo, aun a sabiendas de que su obcecación puede ganarse las antipatías de la audiencia. Tal vez no alcance el clímax sentimental que promete, pero ahí reside parte de su grandeza: sigue fielmente a su heroína para, en el último momento, arrebatarle todo. Coixet se ha ido al fin del mundo para paradójicamente reencontrarse a sí misma. Es, sin lugar a dudas, su mejor película tras La vida secreta de las palabras. Porque de ella, además de un frío que cala los huesos, queda el espíritu de lucha de Josephine. Cine valiente que, para quien escribe, merece un aplauso rotundo.


Para los que van al cine para perderse.
Lo mejor: Vuelve la mejor Isabel Coixet.
Lo peor: No todos empatizarán con la insistencia de su heroína.


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