domingo, 31 de agosto de 2014

CRÍTICA | EL NIÑO, de Daniel Monzón


Monzón: más y mejor
EL NIÑO, de Daniel Monzón
España, 2014. Dirección: Daniel Monzón Guion: Daniel Monzón y Jorge Gerricaechevarría Música: Roque Baños Fotografía: Carles Gusi Reparto: Jesús Castro, Jesús Carroza, Luis Tosar, Eduard Fernández, Sergi López, Bárbara Lennie, Mariem Bachir, Luis Motilla, Ian McShane Género: Thriller Duración: 130 min. Tráiler: Link Estreno en España: 29/08/2014
¿De qué va?: El Niño y El Compi son dos amigos que reciben el encargo de transportar un cargamento de hachís en el Estrecho de Gibraltar. Mientras, las atenciones policiales se concentran en capturar a El Inglés, el hombre que controla el tráfico de drogas de la zona. Para unos, el dinero fácil y la emoción de operar fuera de la ley es suficiente. Para otros, la peligrosidad y la tensión que conlleva el trabajo en la brigada antidroga es un peso demasiado pesado. Aunque en principio parece que las dos historias discurren por caminos separados, pronto confluyen en alta mar cuando Jesús, un agente de policía desencantado, retome su actividad como piloto del helicóptero policial y se marque como objetivo cazar a El Niño en sus constantes viajes de costa a costa.


El cine de Daniel Monzón está dotado de una garra inusitada, de una convicción poco frecuente en el cine español. El director mallorquín ejerció de crítico de cine durante muchos años, y esa pasión por el séptimo arte se refleja en todos sus largometrajes. Monzón sabe que cada género tiene sus códigos y en sus creaciones los reproduce con la curiosidad de un cinéfilo, la pasión de un megalómano y el oficio de un cineasta que va perfeccionando su estilo película tras película. Sólo desde esa óptica pueden entenderse El corazón del guerrero, un delirio delicioso sin miedo al ridículo; El robo más grande jamás contado, versión ibérica del cine de atracos con alma de cómic descacharrante; La caja Kovak, una exploración del thriller psicológico más elegante; y Celda 211, exponente moderno del drama carcelario. Todas ellas, propuestas muy distintas, obras de una filmografía en constante cambio en la que tal vez puede apuntarse un nexo en común: la total adhesión de Monzón a los personajes que viven al límite de la cordura y cuya inconsciencia y vehemencia les lleva a cruzar fronteras y a trazar objetivos fuera de la común, tanto si se trata de un adolescente adicto a los juegos de rol, de un padre de familia que organiza el robo de un cuadro valioso o de un delincuente dispuesto a todo con el fin de poner en jaque a los funcionarios y presos de una cárcel.


Todo ello sirve de excelente introducción para El niño, el quinto largometraje de Monzón. Porque más allá del despliegue técnico de la propuesta, el más complejo al que se ha enfrentado Monzón en toda su carrera, la película funciona como mutación más (ahora, con el cine de persecuciones como nuevo foco de atención) y como ampliación del muestrario entrañable de personajes 'monzonianos' (en este caso, las grandes aportaciones son El niño y El compi, dos jóvenes descarados que viven al límite y que cometen el error de creerse los reyes del Estrecho de Gibraltar cuando en realidad tan sólo ocupan un papel apenas anecdótico en la tupida red del narcotráfico). El director acomete su historia con la habilidad que le caracteriza, y a su vez suma un complejo trabajo de investigación que lo acerca a un cine social de alma policíaca. Muchos compararán El niño con productos de Hollywood, operación tan obvia como inevitable, pero en verdad Monzón está más cerca de un cine europeo poco explorado, menos todavía en el ámbito español, capaz de aunar el espectáculo visual (sin obviedades ni efectismos) con cierto espíritu documental (siempre rehuyendo de cualquier mensaje o moralina), muy en la línea de lo visto en títulos franceses como Ley 627 de Bertrand Tavernier o la reciente Polisse de Maiwen Le Besco.


El niño, en otras palabras, funciona como thriller de masas y como retrato de una realidad social poco explotada en la gran pantalla. También es una doble historia que pone su centro de atención en la rutina de una brigada antidroga y en el día a día de tres veinteañeros que transportan fardos con cocaína de costa a costa en su lancha. Y aunque a veces las dos tramas, pese al vigoroso montaje de la cinta, no se funden o no avanzan con la precisión debida, Monzón sí consigue ensamblar las piezas en su resolución y ofrecer al espectador un muestrario complejo, menos obvio de lo que podría parecer a simple vista, de contrastes y corruptelas varias: allá donde los policías se comportan de forma fría y obsesiva, los narcotraficantes quedan dibujados como seres puros y despreocupados por el mañana (la amistad, temática clásica de las Buddy Movies, tiene aquí una interesante exploración con la comparación de los vínculos que se establecen entre Jesús y Sergio, más ambiguos de lo que cabría esperar en dos agentes de la ley, y entre El niño y El compi, marcados por un 'colegueo' inquebrantable pese a la naturaleza trepa y amoral de los jóvenes narcos). Detalles que son posibles, de nuevo, porque Monzón cuida a sus personajes (éstos nunca son meras marionetas en pos de la acción) y porque conoce el contexto en el que se desarrolla su historia (la excelente fotografía de Carles Susi no sólo da relieve a los momentos de mayor tensión y ofrece espectaculares travellings aéreos, sino que filma las imágenes del Estrecho como lo haría el responsable del mejor reportaje televisivo).


Con todo, El niño dista de ser una obra perfecta. Monzón quiere abarcar mucho y, aun apretando bastante, deja en la periferia del conflicto principal a personajes tan interesantes como los de Bárbara Lennie y Sergi López. También puede discutirse el postizo romance a mitad de metraje (con todo, una seña del cine de Monzón y una subtrama necesaria para explicar la posterior bajada a los infiernos del antihéroe) o la saturación musical de ciertas escenas. Da la sensación, en definitiva, que Monzón o no quiere o no puede ahondar en todos los recovecos de la historia, algo que sí hubiese logrado dilatando el metraje, ampliando el dibujo de los personajes y dividiendo la trama en episodios de una miniserie (la sombra de Mediaset es alargada y se hace notar). 


Aún así, se pongan los peros que se quieran, El niño es un film recio, atractivo y con personalidad. Ni decepciona ni infravalora a su audiencia, detalle que se agradece. Y mientras algunos disfrutarán de la acción bien ejecutada, otros verán en su final, menos taxativo que el de No habrá paz para los malvados pero igualmente evocador, un inteligente resumen que analiza de forma muy sutil el estado actual de las cosas: en la jerarquía del poder nadie conoce a nadie, nadie está a salvo de nada, la línea de lo legal y de lo ilegal es muy fina, y cuando parece que todo se ha resuelto, el influjo de lo corrupto vuelve a colarse en todos los eslabones de la cadena, con nuevos 'niños', cebos, cabezas de turco, ayudantes, infiltrados, perseguidos y perseguidores irrumpiendo en escena. Historias que, esperemos, sean abordadas en el futuro por un cine español que poco a poco, pese a la crisis, va ganando en recursos y resultados.


Lo mejor: En contra de ciertas opiniones, la salsa del film descansa en el trabajo interpretativo de Jesús Castro y Jesús Carroza, el primero con el temple y el atractivo de un enfant terrible, y el segundo con el salero del pillo de toda la vida. La frescura de los diálogos y el humor andaluz tan reconocible redondea el conjunto. La dirección de fotografía y la planificación de muchas escenas no tienen nada que envidiar a las ficciones estadounidenses.
Lo peor: Algunos personajes se quedan un tanto descolgados. Tendremos que aguantar la cantinela de que 'no parece española', como si el cine español fuese un género cinematográfico y Monzón no hubiese dado ya suficientes muestras de su genialidad. Para muchos, restará puntos el hecho de que el film anteponga la diversión a la reflexión, al menos en apareciencia.

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