A tota la tropa del 8 i mig. Feliç aniversari!
Hechos como la tragedia de Japón nos han recordado que el fin del mundo nunca será como lo dibujan las grandes superproducciones hollywoodienses. El tiempo del lobo tiene el logro de ser la única película de la pasada década que, partiendo de un género típicamente norteamericano como el cine de catástrofes, conseguía un drama oscuro que también era un thriller misterioso, una película despojada de cualquier escenografía elaborada y con el estilo atractivo y siempre frío de Michael Haneke. Monstruoso añadió el extra de la cámara en mano, aunque llegó un tanto más tarde que Rec, suficiente para quedarse desfasada: proponía un cine de entretenimiento que, aun no siendo caduco, ya había vivido muestras similares que desacreditaban, aunque solo fuera en parte, el mensaje y la efectibidad de la película (luego llegarían Distrito 9 o Monsters). Los últimos días del mundo suma en esta lista de cataclismos, enfermedades contagiosas, fugas nucleares y caos generalizado. Y añade otro plus: aun situando la historia en la Francia y la España contemporánea, rompe con la lógica narrativa que se podía esperar de una película europea. Surrealista, de unos 130 minutos inabarcables y difíciles de digerir, el film quiere ser la versión desenfadada, la tira cómica que casi nunca ha aparecido en un género tan dado a la trascendencia. Todo importa bastante poco cuando el mundo parece derrumbarse, y los personajes del film sirven como una versión redimida, desmelenada y deslenguada de todos los Robinson Crusoe, literarios y cinematográficos, obligados a sobrevivir en terreno hostil. Sin duda, la cinta necesita de la obsoluta entrega y complicidad del espectador: hay que ser receptivo y entender la película como un juego, una sucesión de sorpresas y despropósitos en la que todo y todos compiten para protagonizar el absurdo más grande, el despropósito más divertido. Al final no hay que ser demasiado cinéfilo para disfrutar de este cómic, un atentado contra la lógica (también espacial: Bilbao y Tarragona en la ficción parecen separadas por escasos kilómetros) que en su último cuarto de hora me recuerda a un Eyes wide shut desenfadado, un jardín mórbido de las delicias mezcla de Greenaway y La gran bouffe. El personaje de Catherine Frot, en el epicentro de unos San fermines imposibles, asegura que Bilbao es una ciudad muy extraña. Tiene sentido, o tal vez no: de la misma manera, Los últimos días del mundo es la película más extraña, por inclasificable, por ecléctica, por ser más excesiva que precisa, de todo el 2010.
HOMENAJE A UN ACTOR
Los últimos días del mundo es la excusa perfecta para volver a disfrutar de Mathieu Amalric, un actor excelente y uno de los rostros clave del último cine francés y europeo. Amalric, menudo y de físico bastante ordinario, encarna al europeo medio, de vida más o menos convencional. Y aun así, la magia que desprende le lleva a interpretar el seductor, el gigoló, el loco. Pocos artistas son tan eficaces y versátiles como él, y parece que la cinefilia, sobre todo la bloggera, más dada a promocionar el cine norteamericano, se olvida con demasiada frecuencia del valor de un gran actor. En La escafandra y la mariposa sus ojos lo eran todo, una mirada 'de sapo' que puede ser atractiva o el signo de una esquizofrenia. Es actor fetiche de Arnaud Desplechin y se mueve como pez en el agua en las fastuosas películas del genio francés (todo sea dicho, con repartos igual de enormes). Ha trabajado con los mejores: Assayas, Miller, Téchine y Resnais. Popular en su país de origen por hits como las dos partes de Mesrine o Chanson d'Amour. Ha sabido escoger bien sus deserciones más comerciales: su malo de Quantum of Solance o su prestancia en Adele y el misterio de la momia nunca traicionaron sus capacidades interpretativas y 'payasescas'. Aún queda mucho que ver de Amalric, presente y futuro, porque muchas de sus películas siguen inéditas en nuestro país: eliminaría cualquier intrascendencia de comedia o terror que pueblan como termitas la carteleras a favor de, por ejemplo, el Visage de Tsai Ming-Liang, la tan aplaudida Michou d'Auber o esa película de título tan sugestivo como es Comment je me suis disputé... ma vie sexuelle. Y encima dirige: Tournée le ha valido la Palma de oro al mejor director y siete nominaciones a los César locales. En Los últimos días del mundo, Amalric vuelve a poner en su coctelera drama y comedia: es el marido infiel, posteriormente despechado, un manipulador y un pelele cuyas amantes van muriendo a medida que avanza el cuento. Con verle basta.
Nota: 8
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