La familia es una institución y, como tal, viene dominada por unas reglas. Su principal característica es el innatismo: todo el mundo tiene una familia más o menos grande, unos parentescos que en ningún caso podemos escoger. Mon fils à moi explica qué ocurre cuando la naturaleza lógica de la familia se destruye y qué lleva a sus miembros a romper los límites no establecidos pero conocidos entre madre y padre, abuelos e hijos. La familia basa nuestra formación y cultura, nos describe y nos determina, nos une y a la vez nos puede separar. No existe peor situación que el miedo que nace y crece dentro de la propia casa familiar, un hecho del que no queda exempta ninguna clase social. Como en el caso de Mon fils à moi, es la clase media alta, con cultura y recursos, la que aparece corrompida: lo mismo ocurre con los films de Claude Chabrol y otros tantos films franceses que se han estrenado últimamente (una nómina fantástica que abarca Un cuento de navidad o Las horas del verano). Nadie nos enseña a ser padres y tampoco existe el manual del hijo perfecto. ¿Dónde está el límite, y más cuando los niños empiezan a ser mayores? ¿La madre debe educar o controlar, o las dos cosas, o estamos ante términos sinónimos? Todos estos son los temas que propone la película, un discurso amplio y valiosísimo que nos afecta a todos. Cine social, en definitiva, pero también cine negro, una historia de escasos diálogos y muchos momentos de tensión.
La pantalla se abre y ante la casa de nuestros protagonistas aparece una ambulancia y un dispositivo de policías. Algo ocurre, piensa el espectador, y la película arranca con esta incertidumbre interna. El motivo del revuelo es un hecho cotidiano que nace de la dinámica entre los cuatro miembros de la familia (nunca sabemos el nombre de la madre y del pare: son figuras que funcionan como esquemas perfectamente aplicables a otras tantas familias). La semilla del mal aparece en forma de lentos movimientos de cámara y un recital de miradas diabólicas: todo en Mon fils à moi respira e inspira tensión, incluso cuando madre e hijo se funden en un simbólico baile inicial. Si en El vídeo de Benny los padres sufrían en primera persona los errores cometidos (Benny, desatendido y descarriado, es el reflejo de las carencias de los primogénitos, también de toda la sociedad que lo rodea), en Mon fils à moi sufre el hijo, víctima de los desaires y cambios de humor de una madre dictatorial (la frustración parece congénita y los mayores ceden y descargan su amargura sobre los pequeños, los indefensos). En el personaje de Nathalie Bay hay el dibujo de una enferma mental, una persona que no acepta que su hijo crezca y que entiende que su retoño le pertenece a modo de objeto. Esta represión es sólo la grieta de un edificio en ruinas: la figura paterna brilla por su ausencia, siempre enfrascado en su trabajo y carente de autoridad; mientras que la hija mayor, testigo de la represión, no puede compartir pensamientos o problemas con su entorno. En una escena inicial, los pequeños celebran con una lucha de cojines la marcha de los menores: hay una barrera entre padres e hijos, una distancia infranqueable que, al final, sólo puede crear monstruos (el propio Benny en el caso de Haneke). Algo ocurre, sin duda, y el terror es considerable: todo respira verdad, todo parece posible, todo se asemeja demasiado a casos que conocemos o vivencias propias.
La madre es el alma de la película. Nadie espera que una madre actúe en contra de su hijo, algo que tampoco le ocurre a nuestra protagonista: con su sistema de horarios fijos, actividades extraescolares y controles de todo tipo, cree estar haciendo lo correcto por el niño de sus ojos, y más cuando considera su hija mayor como un caso perdido, indomable. El amor se alía con el dolor, una contradicción: la madre observa el cuerpo desnudo del pequeño y él se tapa sus partes íntimas, algo que la mayor no entiende (la desnudez, la indefensión del hijo ante la fuerza del que impone). Los roles familiares de la actualidad se basan en un control semejante: de alguna forma, el niño busca novia y asiste a fiestas porque quiere escapar de aquello que lo hace infeliz. La película también trata a madre e hijo como novios que se quieren, se pelean y luego se reconcilian: el hijo esconde una de sus jugarretas y le regala bombones a su madre, aunque sabe que ella no los aceptará; y ella, asfixiada entre las cuatro paredes de cuarto, responde altiva con otros bombones, esta vez para hacer las paces. Hay un toma y daca, una lucha, una erosión, con el añadido de que los bandos en combate deberían luchar bajo una misma consigna: la de una unión familiar falsa. Mon fils à moi deja muchas preguntas en el aire (¿qué ocurrió entre madre e hija o por qué Nathalie Baye actúa como actúa?): proponer, insinuar, es más efectivo que solucionar, algo que también hace Haneke en todos sus trabajos. El narrador final nos recuerda que, pese a todo, la vida continuó, algo coherente porque en la vida real los problemas serían mucho más grandes (aquí los conflictos nacen de escapadas nocturnas y prendas de ropa escondidas, pero fuera de la pantalla existen cuestiones como las drogas). Una película, en definitiva, que entronca con el aquí y con el ahora, todo en un conjunto de impecable cine negro.
Mon fils à moi ganó la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián 2006, mérito que compartió ex-aequo con la iraní Half Moon. Nathalie Bay, la mano que mece la cuna, también logró el premio a la mejor actriz, reconocimiento merecido por su madre fría, odiosa. Película austera, poco conocida, ópera prima de Martial Fougeron e injustamente olvidada entre la crítica (incluso la francesa: no tuvo ninguna nominación en los César de ese año). Mon fils à moi trata uno de los temas favoritos del blog (las luces y sombras de la familia y sus miembros) y es desde ya una de las favoritas para llevarse el Cinoscar Award al mejor descubrimiento cinematográfico del año. Apúntenla en la lista de visionados urgentes.
2 comentarios:
No la conocía. Y ya que ha comentado la de Half Moon, si no la ha visto se la recomiendo. Para mí falla al final, pero es muy interesante.
Un saludo!
Sin duda alguna seguiré tu consejo, sinceramente no conocía la existencia de esta película y al saber que actúan: Nathalie Baye y Olivier Gourmet, será un motivo más para verla...
Saludos!
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