DANS PARIS, de Christophe Honoré (Francia, 2006)
Christophe Honoré vive el cine antes que la vida. Por eso lo inverosímil tiene todo el sentido del mundo en sus ficciones. Sus personajes viven al máximo, sienten y actúan de forma visceral y desenfrenada. Poesía y teatro forman parte de su existencia. Lo grave se mezcla con lo absurdo. La poesía se fusiona con el teatro. Construye y desconstruye las constantes del tiempo y el espacio sin posibilidad de saber qué es real y qué forma parte de un arrebato de pasiones desatadas. Seres frágiles que bailan y cantan, gritan y comen, follan y duermen, se pelean y se reconcilian. Pocos directores hacen que Louis Garrel, fetiche e ideal de belleza pálida y romanticismo dieciochesco de su autor, se dirija a cámara hablando al espectador introduciendo un relato que le pertenece y del que en parte es ajeno, que protagoniza y al mismo tiempo narra. A Honoré le importan más las emociones que las razones, quizás porque lo emocional carece de lógica: de aquí que Romain Duris y su ex pareja tarareen una chanson française al teléfono como si estuvieran manteniendo una discusión íntima. Una historia que contrapone la vitalidad de un hermano y la apatía del otro, la joventud del primero y el desengaño del segundo. Porque Honoré se encuentra a gusto en los contrastes. Trata a sus criaturas como amantes confesándose en la cama, y acto seguido los convierte en niños grandes leyendo un cuento infantil que termina con su conflicto interno. El sexo desaforado convive con el intento de suicidio. Una relación fraternal que roza lo homoerótico es también la crónica de un matrimonio roto de hace años, una ruptura reciente y el inicio de un amor. Una película en la que no es difícil detectar cierta impostura y aplaudir la verdad de unos actores dejándose llevar, sintiendo en sus carnes aquello que Honoré parece vivir eufórico y voyeur desde el ojo de la cámara, la mano del montaje y la pluma del guión. Garrel recorre la capital francesa de punta a punta antes de la Nochebuena, y Duris se pasa toda la película entre cuatro paredes, recordando viejos momentos y escuchando discos de otros tiempos. Tiene cierto sentido que Honoré haya titulado una de sus obras con el nombre de la ciudad por la que paseaba Ludivine Sagnier en Les chansons d'amour o Léa Seydoux en La belle personne, en la que el mismo Duris moría de cáncer en Paris o en la que el bohemio Garrel de Soñadores y Les amants réguliers encarnaba el espíritu del Mayo del 68. Una ciudad de colegios y bares, de luces y mucha vida nocturna, el mapa de las interioridades de sus personajes, el escenario de los vaivenes emocionales y sexuales de los seres de Honoré. Este París está restringido a los fanáticos de su director. Los demás ya pueden olvidarse de transitar los mundos telenovelescos de un director único. Dans Paris a veces peca de inconexa o poco consistente. Pero aun queriéndola odiar la amas. Aún queriéndola olvidar la recuerdas. Película radical y especial que requiere de espectadores a contracorriente.
Christophe Honoré vive el cine antes que la vida. Por eso lo inverosímil tiene todo el sentido del mundo en sus ficciones. Sus personajes viven al máximo, sienten y actúan de forma visceral y desenfrenada. Poesía y teatro forman parte de su existencia. Lo grave se mezcla con lo absurdo. La poesía se fusiona con el teatro. Construye y desconstruye las constantes del tiempo y el espacio sin posibilidad de saber qué es real y qué forma parte de un arrebato de pasiones desatadas. Seres frágiles que bailan y cantan, gritan y comen, follan y duermen, se pelean y se reconcilian. Pocos directores hacen que Louis Garrel, fetiche e ideal de belleza pálida y romanticismo dieciochesco de su autor, se dirija a cámara hablando al espectador introduciendo un relato que le pertenece y del que en parte es ajeno, que protagoniza y al mismo tiempo narra. A Honoré le importan más las emociones que las razones, quizás porque lo emocional carece de lógica: de aquí que Romain Duris y su ex pareja tarareen una chanson française al teléfono como si estuvieran manteniendo una discusión íntima. Una historia que contrapone la vitalidad de un hermano y la apatía del otro, la joventud del primero y el desengaño del segundo. Porque Honoré se encuentra a gusto en los contrastes. Trata a sus criaturas como amantes confesándose en la cama, y acto seguido los convierte en niños grandes leyendo un cuento infantil que termina con su conflicto interno. El sexo desaforado convive con el intento de suicidio. Una relación fraternal que roza lo homoerótico es también la crónica de un matrimonio roto de hace años, una ruptura reciente y el inicio de un amor. Una película en la que no es difícil detectar cierta impostura y aplaudir la verdad de unos actores dejándose llevar, sintiendo en sus carnes aquello que Honoré parece vivir eufórico y voyeur desde el ojo de la cámara, la mano del montaje y la pluma del guión. Garrel recorre la capital francesa de punta a punta antes de la Nochebuena, y Duris se pasa toda la película entre cuatro paredes, recordando viejos momentos y escuchando discos de otros tiempos. Tiene cierto sentido que Honoré haya titulado una de sus obras con el nombre de la ciudad por la que paseaba Ludivine Sagnier en Les chansons d'amour o Léa Seydoux en La belle personne, en la que el mismo Duris moría de cáncer en Paris o en la que el bohemio Garrel de Soñadores y Les amants réguliers encarnaba el espíritu del Mayo del 68. Una ciudad de colegios y bares, de luces y mucha vida nocturna, el mapa de las interioridades de sus personajes, el escenario de los vaivenes emocionales y sexuales de los seres de Honoré. Este París está restringido a los fanáticos de su director. Los demás ya pueden olvidarse de transitar los mundos telenovelescos de un director único. Dans Paris a veces peca de inconexa o poco consistente. Pero aun queriéndola odiar la amas. Aún queriéndola olvidar la recuerdas. Película radical y especial que requiere de espectadores a contracorriente.
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LA BELLE PERSONNE, de Christophe Honoré (2008)
La princesa de Clèves es una novela francesa del S. XVII atribuida a Madame La Fayette. Se considera una obra de referencia de la literatura francesa, valorada por muchos críticos por fusionar las tendencias del romanticismo con una mayor complejidad psicológica de personajes. La novela ha sido lectura obligatoria en los institutos franceses y ha sido adaptada al cine por nombres como Delannoy, De Oliveira y Zulawski. El último en hacer su versión sui generis de La princesa de Clèves ha sido Honoré. El resultado es un experimento arriesgado en el que queda poco de la historia original y pervive un notable sentido del fatalismo de una Jane Eyre del S. XXI. Honoré antes de cineasta fue escritor, un dato que nutre sus películas y que aquí es más importante que nunca. Honoré también realiza un juego curioso: la historia la protagonizan adolescentes que seguro han leido La princesa de Clèves, y que como resultado han sido atrapados por el negativismo y la truculencia de la obra. Ejemplo de literatura dentro del cine, no de adaptación cinematográfica. La belle personne no es una versión de La princesa de Clèves, sino la historia que Honoré ha filmado bajo el influjo del libro. Tras ver La belle personne se me ocurre que el cine de Honoré no deja de ser una repetición y variación del modelo romántico fatalista de Romeo y Julieta en lo temático, y en lo formal tiene la juventud de quien lee esa historia de amores imposibles como si fuera lo más importante del mundo. La belle personne sabe a sitios ya transitados, a amores ya sentidos, a compilación de libros ya leidos; y al mismo tiempo recrea y simula la frescura de quien descubre un lugar (París) y siente el amor por primera vez, por lo que permite acercarse a La princesa de Clèves desde una perspectiva nueva, como soporte de un cuento totalmente diferente. La belle personne es moderna y anacrónica, joven y nostálgica. Traslada las complejidades de una trama palaciega a los pasillos de un instituto. Un ejercicio valiente que a ratos parece una jugada maestra y en otros un salto a una piscina sin agua. Honoré sigue fiel a sus historias de amores homosexuales, a rimas y tópicos propios y ajenos. Esta belle personne de rostro frío podría ser una belle dame sans merci: la gran novedad es que la protagonista no sufre la trama de amores cruzados, sino que se convierte en víctima del triángulo que se forma a su alrededor. También hay que apuntar que es la película más narrativa de Honoré: siguiendo sus conexiones con la literatura, la película tiene en su corazón dramático una visita a un cine, el viaje en metro y la posterior confesión al profesor de italiano que da vida Garrel en relación a una carta de remitente y destinatario misterioso (todo en orden cronológico, ciñéndose a una linealidad inaudita en Honoré). No interpreten la radical decisión final del protagonista como una demostración de que La belle personne carece de guión porque en verdad es lo más cerca que Honoré ha estado de ceñirse a un libreto. Si acaso volvemos a estar ante un reflejo de los seres prototipo de su autor que entienden la vida en contraposición a la muerte, el blanco en relación al negro obviando toda la gama de grises. ¿No será el propio Honoré el que siente las dudas de la dama enamorada? ¿Y el que cree que nada tiene sentido y decide acabar con todo saltando al vacío? La belle personne nos enseña el Honoré adolescente que desea amar y ser amado. Como Dans Paris nos traía el Honoré más familiar, Les chansons d'amour el más libertino, 17 fois Cécile Cassard el más poético, Ma mère el más sexual, y Homme du bain el más voyeur. Que nadie reste méritos a la película más refinada de un autor de imaginación desbordante y poco dominio de las medidas.
La princesa de Clèves es una novela francesa del S. XVII atribuida a Madame La Fayette. Se considera una obra de referencia de la literatura francesa, valorada por muchos críticos por fusionar las tendencias del romanticismo con una mayor complejidad psicológica de personajes. La novela ha sido lectura obligatoria en los institutos franceses y ha sido adaptada al cine por nombres como Delannoy, De Oliveira y Zulawski. El último en hacer su versión sui generis de La princesa de Clèves ha sido Honoré. El resultado es un experimento arriesgado en el que queda poco de la historia original y pervive un notable sentido del fatalismo de una Jane Eyre del S. XXI. Honoré antes de cineasta fue escritor, un dato que nutre sus películas y que aquí es más importante que nunca. Honoré también realiza un juego curioso: la historia la protagonizan adolescentes que seguro han leido La princesa de Clèves, y que como resultado han sido atrapados por el negativismo y la truculencia de la obra. Ejemplo de literatura dentro del cine, no de adaptación cinematográfica. La belle personne no es una versión de La princesa de Clèves, sino la historia que Honoré ha filmado bajo el influjo del libro. Tras ver La belle personne se me ocurre que el cine de Honoré no deja de ser una repetición y variación del modelo romántico fatalista de Romeo y Julieta en lo temático, y en lo formal tiene la juventud de quien lee esa historia de amores imposibles como si fuera lo más importante del mundo. La belle personne sabe a sitios ya transitados, a amores ya sentidos, a compilación de libros ya leidos; y al mismo tiempo recrea y simula la frescura de quien descubre un lugar (París) y siente el amor por primera vez, por lo que permite acercarse a La princesa de Clèves desde una perspectiva nueva, como soporte de un cuento totalmente diferente. La belle personne es moderna y anacrónica, joven y nostálgica. Traslada las complejidades de una trama palaciega a los pasillos de un instituto. Un ejercicio valiente que a ratos parece una jugada maestra y en otros un salto a una piscina sin agua. Honoré sigue fiel a sus historias de amores homosexuales, a rimas y tópicos propios y ajenos. Esta belle personne de rostro frío podría ser una belle dame sans merci: la gran novedad es que la protagonista no sufre la trama de amores cruzados, sino que se convierte en víctima del triángulo que se forma a su alrededor. También hay que apuntar que es la película más narrativa de Honoré: siguiendo sus conexiones con la literatura, la película tiene en su corazón dramático una visita a un cine, el viaje en metro y la posterior confesión al profesor de italiano que da vida Garrel en relación a una carta de remitente y destinatario misterioso (todo en orden cronológico, ciñéndose a una linealidad inaudita en Honoré). No interpreten la radical decisión final del protagonista como una demostración de que La belle personne carece de guión porque en verdad es lo más cerca que Honoré ha estado de ceñirse a un libreto. Si acaso volvemos a estar ante un reflejo de los seres prototipo de su autor que entienden la vida en contraposición a la muerte, el blanco en relación al negro obviando toda la gama de grises. ¿No será el propio Honoré el que siente las dudas de la dama enamorada? ¿Y el que cree que nada tiene sentido y decide acabar con todo saltando al vacío? La belle personne nos enseña el Honoré adolescente que desea amar y ser amado. Como Dans Paris nos traía el Honoré más familiar, Les chansons d'amour el más libertino, 17 fois Cécile Cassard el más poético, Ma mère el más sexual, y Homme du bain el más voyeur. Que nadie reste méritos a la película más refinada de un autor de imaginación desbordante y poco dominio de las medidas.
Nota: 6'5
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Otras partes del ESPECIAL CHRISTOPHE HONORÉ:
Reseñas de LES CHANSONS D'AMOUR y HOMME AU BAIN
Reseñas de MA MÈRE y 17 FOIS CÉCILE CASSARD
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