jueves, 12 de marzo de 2015

CRÍTICA | NEGOCIADOR, de Borja Cobeaga


Negociando... ¿lo innegociable?
NEGOCIADOR, de Borja Cobeaga
Festival de San Sebastián: Sección Zabaltegui, Premio Irizar
España, 2014. Dirección y guión: Borja Cobeaga Fotografía: Jon D. Domínguez Música: Aránzazu Calleja Reparto: Ramón Barea, Josean Bengoetxea, Carlos Areces, Melina Matthews, Jons Pappila, María Cruickshank, Óscar Ladoire, Raúl Arévalo, Secun de la Rosa, Alejandro Tejería, Santi Ugalde, Gorka Aguinagalde Duración: 80 min. Género: Comedia Tráiler: Link Fecha de estreno en España: 13/03/2015
¿De qué va?: Manu Aranguren, un político vasco, recibe la misión de viajar hasta Francia para ejercer de interlocutor entre ETA y el gobierno central. Todo parece apuntar a que el encuentro se desarrollará de forma seria, puntual y secreta, pero el diálogo y las reuniones previstas tomarán tintes cómicos.


Al cine español (o vasco, que para el caso, a efectos de producción y público, viene siendo lo mismo) se le ha recriminado en reiteradas ocasiones su insistencia con respecto a determinados temas: a la cabeza, la Guerra Civil, y tras ésta, problemáticas paralelas como el terrorismo. Han tenido que pasar unos cuantos años y un relevo generacional para que Negociador ponga los puntos sobre las íes, dé un golpe de autoridad (pequeño en apariencia, pero atinado se mire por donde se mire) y demuestre que el problema, tal vez, no ha residido históricamente en la temática sino en la mirada o punto de vista que tomaron los principales directores de la escena local (en el ámbito que nos incumbe, cabe citar a Uribe, Courtois, Camus y Taberna, y más recientemente a Marías y Malo).  


Negociador es una película que se asienta sobre el absurdo, y como tal es una ficción que entiende que la realidad puede llegar a ser tan desternillante que no vale la pena retratarla con pesadumbre o solemnidad. Cobeaja imprime un carácter desmitificador a su obra, sin que esto reste potencia o gravedad a lo que está contando: al fin y al cabo, Negociador puede entenderse como una celebración del sinsentido, una reconciliadora demostración de que lo grave, en verdad, esconde procedimientos y actitudes la mar de disparatadas (en un sentido concreto, como los trámites que realizó supuestamente el gobierno de turno para pactar la disolución de ETA; y en un sentido abstracto, como gran comedia bufa sobre las excentricidades e irracionalidades del sistema y del ser humano). 


Una película fresca y desnuda, directa y libre. Como si Cobeaga hablara sin tapujos ni miedos, con un par de cañas en sangre y mucha socarronería en la pluma, jugando a hipotetizar un episodio entre anecdótico y clave de la historia reciente de nuestro país. Y ello ha sido posible porque Cobeaga es vasco (es innegable el humor del norte, lacónico y a ratos áspero, que recorre todo el film), pero de una generación que puede asomarse a ETA sin resentimientos ni ideologías. Un ejemplo de película menor, en presupuesto y aparato promocional, que supera en originalidad y capacidad cómica a títulos supuestamente más expansivos en público y mensaje (caso de Ocho apellidos vascos, cuyo guión firma el mismo Cobeaga). Desde ya, una obra de culto.

Para reírse de cosas muy serias.
Lo mejor: Ramón Barea.
Lo peor: Algunos rebajarán sus virtudes describiéndola como una mera sucesión de gags.

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