El amor entiende de colores
BLANCA COMO LA NIEVE, ROJA COMO LA SANGRE
(BIANCA COME IL LATTE, ROSSA COME IL SANGUE), de Giacomo Campiotti
Italia, 2013. Dirección: Giacomo Campiotti Guion: Fabio Bonifacci y Alessandro d'Avenia, a partir de la novela homónima de Alessandro d'Avenia Fotografía: Fabrizio Lucci Música: Andrea Guerra Reparto: Filippo Scicchitano, Aurora Ruffino, Gaia Weiss, Luca Argentero, Cecilia Dazzi, Romolo Guerrireri, Flavio Insinna Género: Drama romántico Duración: 105 min. Tráiler: Link Estreno en España: 10/10/2014¿De qué va?: Leo está obsesionado con Beatrice, una chica que va unos cursos más avanzados que él. En especial, Leo ama el pelo rojo de Beatrice. Su día a día está condicionado por los pocos momentos en los que puede ver o coincidir con la chica, pero no se atreve a confesarle sus sentimientos. Un día, Beatrice no va al instituto y su mejor amiga le comunica una noticia terrible: Beatrice tiene cáncer. Leo pronto se pondrá en acción...
Vivimos en tiempos contradictorios. La crisis económica ha traído consigo una mayor competitividad en todos los peldaños sociales y laborales, una deshumanización preocupante de los problemas que sufre la gente de a pié y una total impunidad de los corruptos que nos han gobernado durante muchos años y que todavía ahora se aferran a sus púlpitos y sueldos vitalicios. Queramos o no, la realidad se cuela en el cine (de lo contrario, ¿para qué hacer cine?), pero resulta muy curioso que las nuevas tendencias de las ficciones juveniles estén totalmente desapegadas del malestar general de nuestro día a día (bien pensado, ¿no vamos al cine para evadirnos?). Eso explicaría el éxito de sagas como Crepúsculo, el nuevo boom del cine fantástico, la aceptación de los blockbusters con superhéroes de por medio, la infalible fórmula del 'chico conoce a chica' y otras constantes de la actualidad.
Para ejemplificar todo lo dicho basta con observar la aceptación popular de un título tan reciente como Bajo la misma estrella: el amor de dos adolescentes enfermos que, obviamente, termina implorando la lágrima del espectador con su dilatado final trágico. Blanca como la nieve, roja como la sangre sigue el mismo esquema y sus similitudes con el film de Josh Boone son notables (target de público similar, adaptación en los dos casos de una novela superventas), pero hay algo en ella que la distancia de todas sus compañeras de género. La cinta italiana tiene una frescura poco frecuente y un personaje protagonista que se acoge a la utopía puber de que todo es posible si se pelea por ello, una premisa tan naif que termina por ganarse la simpatía del espectador. Tan naif como real, porque casi nunca el cine norteamericano sabe llevar a la gran pantalla las pulsiones propias de la edad, la sensación de comerse el mundo, de poder cruzar todas las fronteras sin miedo al fracaso. Blanca como la nieve, roja como la sangre es imposible pero en cierta manera veraz, muy anclada al aquí y al ahora, pero al mismo tiempo con un espíritu ingenuo muy propio del cine de los 80. Bajo la misma estrella idealiza el concepto de amor juvenil, mientras que Blanca como la nieve, roja como la sangre idealiza el ímpetu del joven soñador: puede parecer lo mismo, pero la diferencia, en forma y fondo, es considerable.
Por todo ello, Blanca como la nieve, roja como la sangre se impone como una interesante variación del cine juvenil, con la fuerza de los primeros amores pero sin la ñoñería habitual, con la pesada sombra de la enfermedad pero sin caer en tremendismos. Mientras Bajo la misma estrella opta por deformar la visión de nuestros jóvenes, la propuesta italiana incluye un educativo discurso sobre la amistad, el altruísmo, la fidelidad y la autosuperación frente a los retos más cotidianos. Increíble pero cierto: en pleno siglo XXI, puede hacerse un cine con valores sin que el producto final resulte falsario, cuanto menos rancio. Parece, en definitiva, que no todo el campo es orégano y no todos los amores prematuros son presa cruel de la 'fórmula Moccia': el film de Giacomo Campiotti tiene una energía inusual, eso a pesar de los pesares (las baladas italianas de turno, la obviedad de su triángulo amoroso, el insulso dibujo de los personajes adultos, etc.). Denle una oportunidad: si saben perdonar sus flaquezas (culpa, de nuevo, por el contexto que nos ha tocado vivir), saldrán del cine con una sonrisa de oreja a oreja y con muchas ganas de vivir. Aquello que, por desgracia, Bajo la misma estrella y otros resuelven desde la lágrima fácil e implacable. Aquello, además, que necesita el espectador cansado de que todo vaya tan mal, tanto en la realidad como en la ficción.
Para los que van al cine a recargar pilas.
Lo mejor: Su impecable reparto. Mejora el libro de base, algo que sucede en muy pocas ocasiones.
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