Steve McQueen firma con 12 años de esclavitud su ascensión a los cielos académicos, un peldaño más de una consagración que se ha producido poco a poco y que ha puesto el nombre de McQueen en la vanguardia más interesante de nuevos genios: Hunger lo convirtió en un hito indie, mientras que con Shame se consolidó en los circuitos festivaleros y llegó a las salas de medio mundo por la puerta grande y con polémica. En ese camino, se agradece que 12 años de esclavitud no sea un drama a la vieja usanza, y que por lo tanto no traicione los principios más radicales, tanto visuales como temáticos, de sus anteriores trabajos. Con todo, McQueen afronta la biografía de Solomon Northup desde la máxima pulcritud, algo que no sucedía en Hunger y la poesía fúnebre que llenaba la vida del preso Maze Prison. 12 años de esclavitud se beneficia del estilo impúdico de su artífice para hacer que la violencia, tanto implícita como explícita, llegue con toda su dureza al espectador, pero también se percibe en ella cierta corrección, un respeto demasiado reverencial hacia el propio Solomon, el tiempo histórico retratado y el pasado de ficciones sobre el racismo y los tiempos de esclavitud (este año, desde distintos estilos y con distintos postulados, hemos visionado dos miembros destacados de esa lista: Lincoln y Django desencadenado).
En definitiva, hay algo en 12 años de esclavitud
que no deja respirar a la propia historia, pese a las grandes
interpretaciones de su reparto y a la innegable pericia técnica
demostrada por un cineasta hasta ahora más austero a lo que medios se
refiere. El film cuenta con la verdad de la historia en mayúsculas, pero
como relato en minúsculas no consigue describir el drama de su
protagonista, no consigue dar relieve a sus personajes, y al final la
obra resulta tan perfecta como poco emocionante, tan convincente como subjetividad histórica como poco viva como análisis o reflexión de lo que se
cuenta: en consonancia con esta idea puede citarse la fallida transición
de los primeros fotogramas entre el Solomon esclavo y el ciudadano
libre que fue en su día, recurso que traiciona cierta
estructura cronológica y esencia del relato; o el escaso relieve de
personajes secundarios, incluso en los casos en que su presencia en la
historia es decisiva para que la trama avance (en este apartado destaca el misterioso personaje de
Brad Pitt). Finalmente, aunque el film va más allá de la típica crónica de penurias y traza una aguda descripción de los distintos caracteres blancos (el negrero 'por imposición del contexto', como sucede con el amable personaje que interpreta Benedict Cumberbatch; y en contraposición, el amo abusivo que defiende un poderoso Michael Fassbender, así como su tiránica mujer), y pese a la profundidad de algunos diálogos (el momento en que una esclava critica a Solomon por su relación con el capataz y su incapacidad por llorar por la familia que ha dejado atrás, la sorprendente merienda con la negra convertida en nueva rica, etc.), 12 años de esclavitud resulta una visión demasiado parcial y poco sentida, aunque rezuma convicción y aplomo, de una parte importante de la historia reciente de los Estados Unidos.
El film no consigue la catarsis, pero tampoco la denuncia, seguramente
porque detrás del magno trabajo de Chiweter Ejiofor existe una
personalidad sometida a un yugo más importante: el de un McQueen
superado por la relevancia del material que tiene entre manos. Los tres
largometrajes del director son el dibujo de tres individuos superados
por sus circunstancias, pero en este caso la vinculación del personaje a
una clase social y a un tiempo histórico hace que la proyección de lo individual a lo general sea más evidente y, por lo tanto, menos
interesante y más imprecisa. Ello hace de 12 años de esclavitud un film de visionado más fácil de lo que parece, un blanco accesible para la Academia de Hollywood (lo mismo puede decirse de la ligeramente inferior El mayordomo).
No sabemos si finalmente la cinta acabará venciendo en los Oscar,
pero lo que sí demuestra su presencia triunfal en la temporada de
premios es que determinados discursos siguen tan inmóviles como hace
décadas: si los peplums del viejo Hollywood pecaban de cierta
grandilocuencia y de un dramatismo llevado hasta el patetismo, productos
como 12 años de esclavitud, en cuya narrativa se detectan menos florituras y al mismo tiempo la imparcialidad de
los manuales clásicos, se elevan como versiones modernas, matizadas
pero no corregidas, de un fácil relato de sometedores y sometidos. 12 años de esclavitud es
poderosa, pero para quien escribe el gran interés del film está en esos
años que anteceden y preceden a la esclavitud de Solomon: ahí estaba el
terreno minado de matices y reflexiones, la película definitiva sobre
la guerra entre blancos y negros que 12 años de esclavitud, por diferentes ataduras, no es. Una invitación más para abrazar la dialéctica serena y sabia de Lincoln o la vena lúdica de Django desencadenado, ambas sin abusos emocionales ni artimañas fáciles, como las grandes revisiones del pasado (más la primera que la segunda) del último cine estadounidense.
Para seguir la pista de una Norteamérica que lame sus heridas con la ayuda del cine.
Lo mejor: La brutalidad de sus escenas clímax. Algunas decisiones visuales con el sello de McQueen, especialmente las preciosas filmaciones de las plantaciones en silencio.
Lo peor: En verdad, aporta más bien poco.
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Nota: 7
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