¿El muerto y ser feliz es una
película literaturizada o un cuento breve hecho película? ¿En ella
nacieron antes las imágenes o la voz narradora que nos cuenta lo que
sucede en pantalla? (esto último, evidentemente, a sabiendas de que en
el proceso de montaje las dos partes fueron retocadas para conseguir un
estilo homogéneo). Todo ello preguntas más que razonables que uno
formula al ver el nuevo trabajo de Javier Rebollo, director a
contracorriente que ama el interrogante, o al menos lo antepone a la
respuesta sin aspavientos. El muerto y ser feliz es un misterio:
si antes no sabíamos casi nada de Lola y desconocíamos quién era esa
mujer que buscaba un piano inexistente, ahora asistimos al ocaso, tal
vez a la huida, o quizás a la eternización, de un matón de poca monta
con severos problemas de salud que viaja por los caminos secundarios de
Argentina. La clave de Rebollo reside en observar a los personajes desde
fuera, bien simulando que no se conoce más que lo que capta la cámara o
bien escondiendo a conciencia los datos que circundan la historia.
Datos, además, que en algunos casos son del todo decisivos y que reman a
la contra del cine 'comercial' o 'convencional', aunque tal vez Rebollo
prefiera el término 'habitual': nunca llegamos a conocer al personaje
protagonista, por lo que el peso del film, paradójicamente, recae en un
contenido pero a la vez desenvuelto José Sacristán, obligado a llenar el
personaje a la vez que lo vacía de cualquier sentimentalismo o pista
sobre su verdadera naturaleza e intenciones. Rebollo nos propone un
viaje subyugante, y para disfrutarlo hay que rascar su aparente
superficie de excentricidades, ya que en su interior anida un drama
rotundo, una comedia socarrona, un western de espíritu clásico y una
novela de caballerías modernizada. De Santos sabemos que tiene tres
tumores y que su devenir culmina en una triple posibilidad, el ejemplo
de final abierto más excitante en mucho tiempo; conclusiones, todas
ellas, antitéticas, que trazan diferentes dibujos del personaje (a
saber: vaquero hastiado, caballero andante fantasmagórico o niño al
amparo de un helado): Rebollo, en definitiva, prefiere el multirrelato a
la trama única, y ello precisa de una voluntad de entendimiento que no
compartirán gran parte de los espectadores. El muerto y ser feliz podría
parecer un largometraje muy pagado de sí mismo, pero en realidad es una
gran 'pavada', término ché, que tiene el laconismo, el ingenio y el
surrealismo de Borges y de Cervantes. Un film de viajes, metalingüístico, entre la realidad y la ficción, que junto al Mapa de León Siminiani y Los pasos dobles
de Isaki Lacuesta da forma al espíritu aventurero de un cine español
que aun discurriendo por los márgenes ha venido para quedarse.
Para los que saben que ir al cine es viajar en calidad de copiloto.
Lo mejor: Sacristán cantando el 'Pena, penita, pena'.
Lo peor: La película 'cuesta', incluso poniendo la máxima voluntad y atención.
Nota: 6
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