ESCENA 04: La escena de la ducha de PSICOSIS (PSYCHO), de Alfred Hitchcock (EE. UU., 1960)
Comentario: La obra del maestro del suspense no podía estar más de moda. La revista Sight and Sound ha otorgado a Vértigo el título de la mejor película de la historia del cine, superando todo un clásico en este tipo de listas: Ciudadano Kane de Orson Welles. Además, la serie Bates Motel y la película Hitchcock de Sacha Gervasi han vuelto a demostrar que tras décadas de cine de terror el interés por las obras de Hitchcock, muy especialmente Psicosis, sigue vigente para varias generaciones de cinéfilos (no precisamente gracias al penoso remake que hizo Gus Van Sant a finales de los 90). Los premios de la Academia, que nominaron el film en cuatro categorías (recordemos que el dueño de la 'oronda silueta', por muy increíble e injusto que parezca, solo ganó un premio especial), no supieron apreciar las virtudes de una película que cincuenta años después es un icono del séptimo arte, una obra popular y querida, un título que recuerdan incluso los poco amantes del cine. Psicosis supuso una auténtica revolución, e incluso de estrenarse ahora seguiría resultando igual de rompedora: film parco en palabras, con una atmófera prodigiosa, con una protagonista que muere a mitad de metraje y un malo con una psicología y psicopatía tan misteriosa como terrorífica. Podríamos quedarnos con cualquier escena, pero el momento de la ducha ya es historia. Por culpa de Hitchcock nunca volvimos a oir el inocente discurrir del agua en el plato de ducha de la misma manera: adiós a los baños relajantes. Y por culpa de Hitchcock, todo lo demás, o casi todo el cine de gritos y cuchillazos que vino después, nos parece un juego de niños. Nunca vemos el cuerpo herido de Janet Leigh, todavía menos sus partes nobles (la censura del momento poco pudo cortar). Ni tan siquiera conocimos el rostro del asesino en el momento clímax: las sombras son más aterradoras. El montaje prodigioso permite plasmar la tensión de la escena sin necesidad de ofrecernos estampas escabrosas: aunque no vemos el filo del arma cortando la piel de la dama, sí sentimos el efecto del golpe gracias al genio. La música provoca escalofríos desde la primera nota. Y el momento pausado que sigue, prolongación sutil y originalísima del shock, esconde una solución que luego haría suya Polanski y siguientes: el desagüe por el que se cuela la sangre es tras un fundido a negro el ojo sin brillo del cadáver, enmarañado entre la translúcida cortina de baño. Un prodigio en todos los sentidos, una secuencia tan sencilla en apariencia como rica en detalles.
¿Preparados para 'la ducha'?
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