Es imposible no referirse al cine de los hermanos Dardenne en una reseña de El amor de Tony, y en general en cualquier escrito que pretenda desmenuzar una película de temática social. De tanto citarlos parece que las obras de los Dardenne corren el riesgo de devaluarse, ni que sea a base de compararlas con otras piezas casi siempre menores. Es una manía más de la crítica, totalmente justificada, curiosa si tenemos en cuenta que no muchos cinéfilos conocen a los autores belgas. Así que se plantea un reto: ¿cómo no ver Rosetta, El hijo o El niño detrás de esta película, una ópera prima de un autor que seguro admira y ha visto la filmografía de los respetables de pe a pa? Vamos a dar un rodeo. Podemos citar las palabras de Lola Dueñas, actriz española que tiene una pequeña pero relevante intervención en la película: El amor de Tony no podría haberse concebido en España, y de hecho su tono cuenta con pocos antecedentes en el cine de uno y otro lado de los Pirineos. No desvelamos nada si confesamos que en El amor de Tony suceden pocas cosas (a priori), se habla poco (pero ojo a cada uno de los diálogos) y todo parece tan natural como la vida misma (aunque ni la vida misma a veces es natural). Es la historia de alguien que busca una segunda oportunidad, y para ello se va muy lejos, motivada por recuperar a su hijo y empeñada en sobrevivir donde sea. También un cuento delicado, frágil y precioso sobre un hombre que lo deja todo, que se estrega, que comprende, que ama. Diremos que para la película es más importante el concepto de pareja que el amor oculto que se va tejiendo entre ambos, así que el título francés se plantea más acertado que la traducción española. Una hora y veinte en la que notarán el sabor del mar (no siempre agradable: también huele a tripas de pescado y a aguas estancadas) y el sol más radiante (su final es simplemente perfecto, pletórico, luminoso, perfectamente ejecutado, con ecos a Los cuatrocientos golpes, otro título megacitado en este tipo de escritos). Y si todo lo dicho aún no logró motivarles, ahí están sus dos premios César a las mejores interpretaciones revelación tanto masculina (él parece James Gandolfini cincelado por Robert Guédiguian) como femenina (ella hereda la fuerza de Émilie Dequenne y la belleza de Cécile de France). Ejemplo de historia mínima (que no ínfima) que no saldrá en ninguna lista de lo mejor del año pero que recordaremos con el corazón. La magia de lo desconocido, la convicción de que la mejor confitura está en los botes pequeños. Muy recomendable.
Nota: 7
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