Que quede claro desde el principio que Gomorra será un clásico del cine europeo, una película que está gozando de una popularidad un tanto gratuita pero que recibirá la recompensa de aquello que se prevé eterno, indeleble. Gomorra tiene el don de quien sabe estar en el lugar y en el momento adecuado porque desentierra un tema ya sabido pero poco tratado, una temática que tiene componentes culturales, políticos y filosóficos que no solo atañe a la Italia de Berlusconi. La Camorra es un pozo más dentro de nuestro sistema capitalista, un desierto de moralidad y humanidad donde reina la ley de la calle, los magnates de pistola y lengua afilada que imitan a Al Pacino y compañía sin ningun tipo de glamour. Porque la visión de Mateo Garrone opta por lo estéticamente feo, por retratar la realidad desde su escenario directo. Pero estos ambientes sórdidos bofetean al espectador lentamente; solo a las pocas horas después de ver la película se es consciente de la grandeza del film. Uno, pues, desea poder recuperar la película en otro momento, cuando la valía de la historia ya sea incuestionable. Sin duda, el cine italiano inicia con Gomorra una nueva etapa alejada de Fellini, Antonioni, Moretti o Benigni.
Pese a lo apunto anteriormente, Gomorra tiene un grandísimo defecto de estructura, un problema que dificultará la comercialización del film y su mantenimiento en las salas masificadas (incluso su aclamada andadura en los próximos Oscars). Garrone introduce sin ton ni son los personajes, los retales que, al final, nos proporcionaran una mirada desangelada que afecta a niños, adolescentes, adultos y abuelos por igual. Uno inicia el relato desde la confusión, mezcla personajes y tramas, incluso se añora alguna indicación anterior sobre el tema a tratar (el final, como ya he apuntado, solventa el fallo). Bien pensado, todo ello tiene sentido: la película no tiene principìo y, por lo tanto, tampoco goza de final cerrado. Estas confusiones se solucionaran en próximos visionados pero el público de multisala no lo abrazará como debería. Paralelamente, aprecio que el film no haya optado por el artificio de Ciudad de diós, la inconcreta e inconclusa política y estilo de Tropa de Élite o la vacuidad americanoide de El jardinero fiel. Garrone no encuentra el equilibrio, pero al menos sabe confeccionar un producto coherente con su mensaje y discurso, algo que no supo hacer Meirelles. El qué tiene que ir acorde con el cómo, y Gomorra supera el examen con nota.
Algunas escenas de Gomorra han pasado a formar parte de la memoria colectiva de la contemporaneidad: los dos jóvenes desnudos disparando a una nada de barro y charcos, un final previsible pero demoledor, esos cubos metálicos que agonizan e infectan la tierra de vertidos tóxicos, etc. Es sonrojante que tal situación se de en la Europa ideal e idealista, paradigma del progreso y la modernidad. Existe en Gomorra un discurso soterrado sobre la parte animal que escondemos en los extraradios de las grandes capitales. Querer olvidar, pero, no significa que no exista lo olvidado y Gomorra, libro y película, recupera el aliento del documental, del autor que presume contento de estar ante una realidad que, en el fondo, le pertenece. Gomorra es discutible pero debe serlo, una película que despista porque debe despistar. Dudo de su carrera en los Oscar, tal es la aridez de tema y estructura, pero Gomorra, al igual que 4 meses, 3 semamas, 2 días, no necesita ningún hombrecito dorado para ser uno de los títulos más importantes del año.
1 comentario:
He oido hablar tanto (mayoritariamente bien) de Gomorra que ya la tengo como una de mis más urgentes visionados. Me la perdí en las salas...
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