jueves, 21 de enero de 2016

CRÍTICA | CARTEL LAND, de Matthew Heineman


La guerra de la droga
CARTEL LAND (TIERRA DE CÁRTELES), de Matthew Heineman
Festival de Sundance: Mejor director y fotografía. Nominado al Óscar, Bafta, Gotham, Critics Choice y Satellite Award a la mejor película documental del año
EE. UU., 2015. Dirección: Matthew Heineman Fotografía: Matthew Heineman y Matt Porwoll Música: H. Scott Salinas  Duración: 100 min. Género: Documental. Temática social Tráiler: Link
¿De qué va?: Cae la noche en la frontera entre EE. UU. y México. En mitad de la maleza, unos hombres descargan de un camión unos bidones con droga. A pocos kilómetros, un hombre patrulla la zona con su coche y una radio casera en busca de los narcotraficantes. Al otro lado de la franja, una mujer asiste al funeral de varios de sus familiares, mientras un médico decide tomar las armas y amenazar a los capos de la droga. Un retrato complejo de la llamada 'tierra de cárteles'.


Cartel Land nos traslada a la frontera entre Estados Unidos y México, esa 'no man's land' en la que parece no haber nada pero sucede de todo. A uno y otro lado se libra una guerra invisible: la que protagonizan los distintos cárteles de la droga, armados hasta los dientes y reforzados por misteriosos intereses sociales y políticos. La película de Matthew Heineman tiene vocación de periodismo de campo y de western moderno: cuenta cómo en un lugar sin normas la corrupción se extiende como un virus imparable, atacando a todas las partes del sistema. Cartel Land es crítica, demoladora, sombría. La réplica documental de Sicario, película con la que podría formar una magistral sesión doble. Mientras el director nos enseña los movimientos populares que intentan achicar los tentáculos del negocio de la droga, la película nos lleva de viaje a las puertas del infierno, en el fragor de reyertas callejeras, redadas policiales, funerales y escenas de una explicitud difícil de digerir. Precisamente por su vocación social y por su crítica valiente al estamento gubernamental, sorprende que la película no incida más en el papel que ocupan en esta tupida red de corruptelas los principales nombres de la administración de uno y otro país: da la sensación de que el documental prefiere quedarse en la retaguardia a la hora de gritar que los presidentes implicados son encubridores y cómplices más o menos directos de la barbarie. Pero allá donde no puede llegar el oficio del documentalista (Heineman ya asume infinidad de riesgos), sí alcanza la inteligencia del espectador. No es el film que le alegra a uno la tarde, pero nuestra vocación cinéfila y ciudadana debería  convertirlo en un visionado más que obligatorio. Aunque duela. Aunque dé mucho mucho miedo.


Para los que necesitan un chute de realidad.
Lo mejor: Las dudas que plantea, las verdades que revela.
Lo peor: Que Obama no aparezca como actor secundario.

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