lunes, 31 de agosto de 2015

CRÍTICA | TRES COLORES: AZUL, BLANCO y ROJO, de Krzysztof Kieslowski


Tres colores: Azul, Blanco y Rojo Cinoscar Summer Festival 2015: Clausura Francia, 1993-94 Dirección: Krzysztof Kieslowski Género: Drama

 KIESLOWSKI: SU DESCUBRIMIENTO INTERNACIONAL

Cuando No matarás se proyectó en el Festival de Cannes 1987, Krzysztof Kieslowski se convirtió no sólo en la sensación del certamen cinematográfico por excelencia, sino en el autor europeo más relevante de finales de los 80 y principios de los 90. Occidente descubrió a Kieslowski en La Croisette, pero tuvieron que pasar un par de años más para que el predicamento del cineasta polaco entre la crítica se viera reflejado en las carteleras del continente. Por ello, la Trilogía de los colores que Kieslowski filmó a modo de homenaje a los ideales de 'Libertad', 'Igualdad' y 'Fraternidad' fue y sigue siendo el buque insignia de Kieslowski, y para muchos sus únicos trabajos, con el permiso de La doble vida de Verónica, que tuvieron relevancia en los circuitos comerciales y festivaleros. Obviamente, la carrera del director abrazaba más matices y mayor número de obras, pero el 'fenómeno Kieslowski' guardaba, tal y como sucede en las ficciones del polaco, una melancólica chanza: Europa encumbró a Kieslowski tras tantas décadas en la sombra, y su consagración vino de la mano de tres films que homenajeaban de forma implícita el bicentenario de la Revolución Francesa. Como el apátrida que, tras pelearse con la censura y la clase social, artística y dirigente de su país, recibe el cometido de honrar a la tierra recién conquistada. Toda una ironía.

Krzysztof Kieslowski, en el rodaje de Tres colores: Azul

Por ello, la trilogía tricolor puede entenderse como el reflejo de una Europa gris, desnortada, marcada por el dolor y por las vicisitudes de los hombres y de los dioses (en el sentido más agnóstico del término: sin atisbos de religiosidad, pero con una gran carga espiritual). Kieslowski no podía hablar de Europa porque, en el fondo, ni él conocía Europa ni Europa lo conocía a él. Europa, por lo tanto, adquiere en sus tres últimas obras la en trascendentidad de concepto. Su espacio es el de la inconcreción. Su discurso es el de la ambigüedad. Y su máxima voluntad, más que en cualquiera de sus trabajos anteriores, era realizar un compendio de películas de formas marcadamente líricas. Unos quisieron ver en este último apunte un intento por parte de Kieslowski por contentar al nuevo público que se abría ante él. Para otros, sólo fue una lógica evolución de un cine que, tras la militancia política de sus inicios, ya había mostrado grandes dosis decia y poesía en el magno Decálogo. Sea como fuere, el éxito de los tres films (Azul, en Venecia 1993; Blanco, en Berlín 1994; y Rojo, en Cannes 1995, además de sus premios internacionales y sus 3 candidaturas al Óscar) escribió el nombre de Krzysztof Kieslowski en los anales de la historia del séptimo arte. Su fama se ampliaba, al igual que su filmografía.


KIESLOWSKI: SU CONSAGRACIÓN

Pero... ¿cómo podía abordar Kieslowski términos tan volubles como los de 'libertad', 'igualdad' y 'fraternidad'? Si alguien intentase explicar dichos conceptos, seguramente destacaría la relación del 'individuo' con la 'sociedad' que lo define y acoge: al fin y al cabo, uno deviene libre e igual cuando su entorno así lo concibe, de la misma forma que uno quiere cuando se siente querido por los demás. Las tres palabras, en definitiva, marcan lazos bidireccionales, pero Kieslowski va más allá al concebir el proyecto a modo de tres películas 'independientes', protagonizadas por tres 'individuos' que sufren una evolución 'personal' a lo largo del metraje. Para Kieslowski, la libertad, la igualdad y la fraternidad no nacen de un colectivo: emanan del ser humano, de cada persona y de sus circunstancias. En contraposición, el conjunto ciudadano sólo ofrece estándares, corsés y normas que intentan regular, siempre de forma torpe e injusta, el inabarcable universo de cada 'sujeto' (ese es el término que el estamento judicial utiliza para referirse a un 'individuo'): por ello, la Trilogía puede leerse como una crítica a esa Europa de la unión de pueblos. 'Tres colores', hablando de lo que nos une, también incide en aquello que nos separa. Una operación cargada de inteligencia y subversión que ahora, en la Europa de la crisis económica y la dictadura de los mercados (y con ellos, la derrota de los principios morales), todavía tiene mayor sentido.

Con todo, el cambio en la mirada de Kieslowski es evidente en su Trilogía final. Si en No matarás se contaba la impotencia de un abogado al sentirse aplastado por el sistema reinante (el mismo que aplastó mucho antes al asesino que éste representaba ante las Cortes), en los personajes de Azul, Blanco y Rojo el sentimiento de opresión se manifiesta y canaliza mediante otras estrategias. El individuo es el epicentro de la Trilogía, y en consecuencia los dolores que acometen a sus criaturas son cuestiones que sólo pueden dirimir ellas mismas, mediante sus propios medios, sirviéndose de su plena subjetividad. El devenir de Julie en Azul, de Karol en Blanco y de Valentina en Rojo está condicionado por un contexto (social, moral, político), pero sus acciones obedecen única y exclusivamente a decisiones personales. En el cine de Kieslowski, los personajes son los dueños de su propio destino, y el director actúa como espía cómplice, cual narrador distanciado que por momentos parece conjugar sus verbos en primera persona. Eso, al menos, en apariencia.

Juliette Binoche en Tres colores: Azul

KIESLOWSKI: LA TRILOGÍA TRICOLOR

Tres colores: Azul explica la historia de Julie, una mujer que pierde a su hija y a su marido en un accidente de tráfico. La música del compositor Zbigniew Preisner, aunque recorre de forma transversal toda la trilogía, alcanza en esta primera entrega su máxima expresión, ya que la aportación orquestral está asociada al oficio del esposo fallecido y, por lo tanto, a los vestigios de esa relación que atormenta a Julie. Kieslowski sigue a su heroína desvalida, sumida en un estado de depresión y rabia, con un respeto y una pulcritud pocas veces vista en el cine contemporáneo. La libertad, con estas señas, se expresa en la capacidad de su personaje por desasirse de sus fantasmas y seguir adelante, aunque ello implique aceptar los secretos más dolorosos de su marido. Kieslowski no habla de una libertad material, sino de un concepto más profundo. Tres colores: Azul es una historia de reconciliación, de superación y de reivindicación. Juliette Binoche, no por casualidad la heroína por excelencia del cine europeo de las últimas décadas, defendía con maestría un papel tan bello como complicado. La libertad, en definitiva, como proceso de cicatrización y crecimiento personal.

Zbigniew Zamachowski y Janusz Gajos en Tres colores: blanco

Tres colores: Blanco es por muchos motivos el film más vinculado a la etapa anterior de Kieslowski. El director no sólo sitúa gran parte del film en su Polonia natal, sino que aprovecha esa cita para hacer una crítica (más explícita, menos metafórica) a la Europa de fronteras e inmigrantes. La película narra la bajada a los infiernos de un peluquero al ser abandonado por su esposa para posteriormente explicarnos su resurgir mediante estrategias muy propias de nuestros tiempos: el engaño, la especulación y el tráfico de influencias. Blanco nace como una historia de camaradería (el encuentro de dos marginados en el metro parisino) y termina con la consecución romántica de un miserable reconvertido en mafioso (la historia de venganza acaba en un magnífico plano carcelario). Una trama más accesible, sin duda muy actual, con la que Kieslowski abraza el relato social y la comedia lacónica (el humor, aunque helado, está presente: véase, por ejemplo, el testimonio del sibilino personaje de Julie Delpy al confesar que su matrimonio nunca ha sido consumado por la vía carnal). La igualdad conseguida con malas artes, pero en el fondo desde los sentimientos más puros. ¿Puede alguien reivindicar su igualdad por la vía legítima y pacífica en la Europa del prejuicio? La pregunta sigue teniendo su enjundia en pleno 2015.

Irène Jacob en Tres colores: Rojo

Finalmente, Tres colores: Rojo cierra la Trilogía con el retrato de Valentina, una joven estudiante convertida en modelo que entra en contacto con un antiguo juez que se dedica a espiar las conversaciones telefónicas de sus vecinos (la premisa, una vez más, denota la gran actualidad del cine del polaco: ¿qué haría hoy ese personaje en pleno boom de las redes sociales y el tráfico de datos vía internet?). Si el amor es uno de los motores de los tres films (Julie ama al marido difunto, Karol ama a su esposa a pesar de los pesares), en Rojo éste se despliega con una relación menos evidente pero más compleja: entre el anciano juez y la virginal Valentina surgen unos lazos de padre-hija, de maestro-alumna, de amantes imposibles y de amigos insospechados. En Valentina pesa la sombra de un novio que no puede tener, y el anciano actúa bajo el influjo de un amor que ya no puede recuperar. A su vez, la presencia de un vecino de Valentina que oposita para ser juez ofrece a la historia una complejidad inusual. Kieslowski, de nuevo, incide en el peso de las casualidades, de los destinos que parecen escritos y de las vidas que se cruzan por caprichos del azar. Azul es el episodio más emocional, Blanco el más crítico, y Rojo el más intelectual. Aunque éste último, paradójicamente, tenga la 'fraternidad' como principal leivmotiv. El amor en todas sus vertientes, pero sobre todo un amor convertido en un laberinto de dudas, que puede llegar a doler. La película, en definitiva, que mejor aúna el impulso y el raciocinio que habita en el cine de Kieslowski.


KIESLOWSKI: ÚLTIMAS PARADOJAS

Y cuando su cine gozaba de una gran popularidad en todo el mundo, Kieslowski se apagó. El director falleció en marzo de 1996 de un ataque al corazón. El destino impredecible que tantas veces había retratado en la gran pantalla se manifestó una vez más. La conmoción en los medios de comunicación y los circuitos cinematográficos fue enorme, y la estupefacción fue mayor cuando se descubrió que, a pesar de su anunciado retiro, Kieslowski estaba preparando una nueva trilogía sobre el 'Cielo', el 'Infierno' y el 'Purgatorio'. Kieslowski quedaría para siempre cual misterio sin resolver, y su cine creció en el tiempo como expresiones de los misterios de la vida y de la muerte.

En una de sus últimas intervenciones, Kieslowski reafirmó su deseo de no volver a hacer cine: Tengo un chalecito en los lagos de Masuria y pienso vivir allí. Pasaré el tiempo sentado en mi butaca preferida en la terraza. Tendré al lado muchos libros, muchos cigarrillos y mucho café. La única cosa que temo es que me sienta demasiado bien. Una descripción muy parecida a la casa del juez de Tres colores: Rojo. Y de esa relación puede extraerse una última paradoja: ¿no era ese personaje un alter ego del propio director? En la última escena de Tres colores: Rojo, el juez ve por televisión a los personajes de la trilogía tras sobrevivir al hundimiento de un ferry en el Canal de Mancha. Su expresión denota curiosidad, pero nunca asombro; incluso podría afirmarse que el juez sabía de antemano el futuro que correría ese ferry y sus tripulantes. Tal vez porque Kieslowski, al final de la Trilogía, al final de su obra, quería recordarnos que él, a pesar de todo, era el dueño y señor de su vida y de sus películas, el único capaz de decidir si sus personajes debían vivir o morir. O, al otro lado de la balanza, puede que el director deseara evidenciar que los caprichos del destino también le competen a él, y acepta su fragilidad como ser humano incluyéndose como un personaje más. Preguntas sin respuesta de un cineasta brillante que con sus tres últimas obras (testamentarias, monumentales) transformó el cine de fin de siglo.

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