martes, 15 de abril de 2014

Crítica de CACHITO, de Enrique Urbizu


Pistoleros, camioneros y prostitutas
CACHITO, de Enrique Urbizu (España, 1996)
¿De qué va?: El día que muere su abuela, Toñi descubre un secreto familiar que cambiará su vida: su madre sigue viva y trabaja en un hotel cerca del sur de España. Toñi, sin equipaje y haciendo autostop, llega hasta el lugar donde hace 15 años estuvo su madre: el hotel resulta ser un puticlub, y el dueño del local decide secuestrarla para satisfacer los fetichismos de un cliente. Un camionero exconvicto saldrá en su ayuda, y a partir de ese momento unos y otros se verán envueltos en una frenética persecución por las carreteras de Andalucía. El objetivo: llegar a Tarifa y encontrar a la madre de la joven.
El dato: Quinto largometraje del realizador vasco Enrique Urbizu, tras el cual estuvo un lustro sin rodar hasta La caja 507. Fue el segundo trabajo en el cine de Amara Carmona tras Alma gitana y el primero que rodó Perugorría en España, famoso por Fresa y chocolate, junto a Dile a Laura que la quiero. Se estrenó en marzo de 1996 sin apenas repercusión y nunca fue editada en dvd.


Reseña: El cine de Enrique Urbizu pone sobre la mesa las constantes del cine norteamericano masculino, del thriller de acción al western, y las iberiza, de forma que sus películas resultan puro cine y al mismo tiempo productos de mirada enteramente cinéfila, ya que Urbizu no imita sino que toma modelos y los adapta sin caer ni en la copia ni en el ridículo. Cachito es una road movie muy bien contada, con una viveza admirable, unos personajes definidos y un crescendo digno de esas tierras andaluzas polvorientas que en su día acogieron los rodajes de los spaghetti westerns de turno. Urbizu monta su film de forma que cada personaje tiene un rol definido dentro del poblado (el malo, el subnormal, la puta, el salvador, la joven ingenua: Bigas Luna ya jugó con esas etiquetas). Cachito no tiene demasiado sentido (dista de ser la profética crónica de corrupción de La caja 507, el relato intimista de La vida mancha o el inteligente juguete narrativo que era No habrá paz para los malvados), y no le hace falta: es un digno entretenimiento, carne honrosa de videoclub, repleto de comedia extrema y roña maloliente. Sancho Gracia realiza el trabajo más desenfadado y mítico de su carrera, parodia incluso de Curro Jiménez, junto al actor de 800 balas. Jorge Perugorría pone toda su carne cubana en el asador y matiza un dandi de carretera estimable. Amara Carmona, desaparecida del cine, es la perfecta niña virginal. Aitor Mazo interpreta un retrasado mental sin higiene tan creíble que cuesta entender por qué no fue nominado al Goya. Y Elvira Mínguez está estupenda como madame pasada de vueltas y harta de todo. Un juguete con callos en los dedos y, paradójicamente, nombre de balada inofensiva. No pasará a la historia, pero es un divertimento quinqui más que eficaz.


Para cinéfilos con alma de vaquero.
Lo mejor: Su sentido del ritmo.
Lo peor: El gag de la olla y la cocaína.


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