sábado, 12 de abril de 2014

Crítica de UN PLAN PERFECTO (GAMBIT), de Michael Hoffman


Los hermanos Coen saben cuándo tienen entre manos un material con posibilidades, y tal vez por eso han dejado que el guion de Un plan perfecto, no muy alejado de las pesquisas cómicas de Quemar después de leer y otras, lo dirigiese Michael Hoffman, un cineasta bastante hacendoso. Sin haber visto la primera versión de los años 60 y desconociendo qué película hubiese resultado con otro capitán al timón, hay que reconocer que Un plan perfecto, desde sus animados títulos de crédito, es un inusual ejercicio por traer hasta la actualidad la esencia sofisticada de la screwball comedy de antaño. A la contra de las comedias bobaliconas que nos llegan del otro lado del charco, en Un plan perfecto no hay palabras gruesas, el humor descansa sobre la estupidez simpática de sus criaturas y la parodia se sitúa inteligentemente en el terreno de la irrealidad e idealización absoluta. No encontrarán en toda la lista de estrenos del año pasado un producto tan blanco y entrañable como este, aunque en el fondo también sea bastante inofensivo y perecedero. Seguramente la presencia de Cameron Diaz prometía a ciertos sectores la comedia desaforada que Un plan perfecto no es, mientras que Colin Firth, asociado en su última etapa a films de cierta hondura dramática, ha confundido a los que buscaban una comedia ' de qualité', nada parecido a este plan que no se toma en serio ni a sí mismo. Sin llegar a ser una maravilla, ver a Firth en apuros haciendo equilibrios en la fachada de un hotel de lujo, a Diaz simulando ser una tonta con enjundia y a Rickman con el rictus más severo que el que ya vimos en la saga Harry Potter tiene su qué. No es un plato completo, pero como té con pastas a entrehoras cumple de sobras. ¿O somos demasiado benévolos?


Para los que disfrutan con el contagio de la risa tonta.
Lo mejor: Su falta absoluta de pretensiones.
Lo peor: No deja la huella de los films en los que se inspira.


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