La adaptación al cine de la magna novela de León Tolstói ha sido el nuevo reto de Joe Wright, un cineasta curtido en el cine de época que se ganó el respeto de crítica y público con las exquisitas Orgullo y prejuicio y Expiación, también traslaciones del papel a la gran pantalla. Ana Karenina bebe de todo ese bagaje y es tanto el proyecto más ambicioso de Wright como su película más compleja a lo que forma se refiere. El archiconocido drama de burguesías hipócritas, amores imposibles y mujeres desdichadas es en esta versión del 2013 una ópera imaginativa, una joya de orfebrería visual que arrolla y envuelve. En un escenario vacío van desfilando los distintos personajes, paisajes e interiores de una Rusia de calles heladas y almas muy calientes, de forma que Wright crea una ficción a varios niveles: las tensiones de Ana y sus impulsos adúlteros tienen como marco los distintos decorados de un escenario teatral que es espacio y al mismo tiempo un mecanismo para hacer avanzar la historia. En sus mejores momentos, Ana Karenina se despliega como una exquisita retahila de vestidos y música de cámara, una estudiada estrategia para que el espectador sienta o cuanto menos intuya la convulsa interioridad de su protagonista. Wright, con su estrategia visual, con esos bailes con coros al ralentí y unos atrezzos que se concatenan como muñecas rusas (nunca mejor dicho), consigue que el visionado de Ana Karenina sea una experiencia singular, una forma elegante de poner a prueba y llamar la atención de todos y cada uno de nuestros sentidos. Todos excepto uno, por desgracia el más importante. Y es aquí donde Ana Karenina cae y se hunde. Más allá de su atmósfera fragante, el parco guion nos niega la posibilidad de sentir a flor de piel los dilemas de la protagonista. Y lo que es peor: alarga sin sentido la historia hasta dejarla en cueros, totalmente vacía, excesiva e impostada, sin nada más con que alimentar a su audiencia que con los caprichos de decoración y maquillaje. Nada que ver con un cine de alta gama, por muy generosos que sean sus complementos y su presupuesto. Puestos a firmar una pieza tan hueca pero tan hermosa como Ana Karenina, a Joe Wright le hubiese beneficiado muchísimo más emprender el rodaje de un spot publicitario de colonia navideña, justamente el anuncio prototipo que anuncia Keira Knightley y que aquí da una vida a una Karenina tan bella como postiza. O todavía mejor: el sentido musical de ciertas escenas deja intuir que Wright tal vez hubiese brillado más tras las cámaras de Los miserables, con la sospecha además de que Hooper su hubiese sentido más a gusto dando forma a esta Karenina moderna que al espíritu revolucionario de su película. Wright, en definitiva, ha llegado a la cima de un cine despampanante y colosal, su sentido romántico sigue en pie y su capacidad por poner en orden los diferentes apartados técnicos de su criatura es película a película más evidente. Con todo, dista de tener la humanidad y la complejidad del buen narrador. Esperemos que con el tiempo Wright, además de ser un gran artesano, sea un gran autor. De momento Ana Karenina deja tibio pero no indiferente: nos pone la miel en los labios, el gusto dura durante un metraje limitado y luego las expectativas se desvanecen en la bruma donde se desvanecían El solista y Hanna. Con todo, una película que merece ser vista en los relieves en aumento de la pantalla de cine.
Para estetas que no tengan tiempo de leer la novela original
Lo mejor: Es una delicatessen visual.
Lo peor: El guion es poco robusto.
Nota: 5
Nota: 5
1 comentario:
Hay que tener mucho cuidado con los sentimientos, saber interpretarlos, como si de música se trataran. La de la reciente adaptación de Anna Karenina, sobre el clásico de Tolstoi, a menudo suena demasiado exagerada y vacía. Me quieres, no me quieres. Eso sí, la puesta en escena es grandiosa y original, en particular las escenas de baile, te dejas llevar imaginándote que si uno fuera tan gracilmente liviano... Un saludo!!!
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