martes, 6 de marzo de 2018

OSCARS 21: LA FORMA DEL AGUA (2018)


LA FORMA DE LA FALACIA

En estas líneas, no hablaremos de cine. Al menos, no de forma exclusiva. Así lo decidió la Academia de Hollywood en la edición número 90 de sus premios, una de las más largas, intensas, militantes y abiertas de cuantas se recuerden. Es evidente que la posición de los Óscar ha cambiado, como meta de toda la temporada de galardones, como espectáculo mediático y como representación de toda la industria cinematográfica. Ya no visionamos las 4 horas de gala y las casi 100 horas de metraje que aglutinan los diferentes trabajos nominados con los mismos ojos. Tampoco los académicos votan según los preceptos del siglo pasado, ni tan siquiera de hace una década, y es de esperar que sus decisiones sean permeables a la intensidad informativa de redes como twitter, casi siempre parcial y muchas veces perniciosa. Todo ello nos motiva para escribir una crónica diferente de lo que fueron y de lo que en los últimos tiempos vienen siendo los Academy Awards. Empezamos con el desglose de una lista de falacias, muchas evidentes, otras subrepticias, que rodean al hombrecillo dorado. 


1. Falacia 1: HARVEY WEINSTEIN. El escándalo saltó en otoño y era de esperar que afectara a toda la carrera de galardones. De la noche a la mañana, Hollywood se ruborizó en bloque ante las acusaciones de abuso de poder y acoso sexual hacia Harvey Weinstein, quien fuera mandamás en Los Ángeles y alrededores en materia de cine. No se trata de justificar al productor de Pulp Fiction (obviamente, hay actos demasiado execrables como para ganarse la simpatía, por mínima que sea, de nadie), pero no es menos escandaloso el hecho de que todo el sector cinematográfico haya restado en silencio durante tanto tiempo, quién sabe si en calidad de cómplice. Desde entonces, la mera cita a Weinstein ha servido de acicate para alimentar una guerra soterrada. Tras él vinieron otros como Kevin Spacey, y la bola de nieve, en su caída libre por la colina de Hollywood, no sólo consiguió eliminar al propio actor del montaje final de una de las películas en liza (Todo el dinero del mundo de Ridley Scott), sino que, de la noche a la mañana, logró que nadie quisiera acordarse de las dos estatuillas y del enorme talento del intérprete de American Beauty, como si la separación entre la vida personal y la laboral, incluso la presunción de inocencia, fueran, esto sí, una mera ficción. Lo más paradójico de todo el asunto es que, en plena “caza de brujas”, la película de la temporada que hablaba más y mejor sobre la discriminación femenina, la desigualdad racial en los Estados Unidos y la violencia machista era Wind River, ausente en todos los saraos de este invierno. ¿Motivo? Se trata de una producción de Harvey Weinstein. ¡Tiene retranca! 


2. Falacia 2: TIME’S UP y ME TOO. Hollywood aprovechó el impacto y decidió que el Time’s Up y el Me Too debían ocupar el grueso más importante de la Awards Season, con más resonancia si cabe que el Oscarssoblack y variantes recientes. Sería injusto por nuestra parte no reconocer que en todos los años han existido discursos extracinematográficos que han afectado a la recepción de las películas, como tampoco puede negarse que en todo el debate existen unos principios arbitrarios que al resto de los mortales se nos escapan (y que, de alguna manera, aportan misterio e interés a los Óscar), y aun así parece evidente que la fuerza de los lobbys, así como las brutales campañas publicitarias que orquestran las majors en beneficio de unos films y en perjurio de otros, nunca fueron tan decisivas como ahora. Lo más triste es que, por el camino, la reivindicación se ha reducido a un hashtag, a dos "pines" y a varios vestidos negros en las alfombras rojas. Y al simplificarse, se ha banalizado. ¿La igualdad no es un asunto de temáticas, no de cuotas? Porque que las mujeres ocupen tantos por ciento irrisorios en ciertos sectores del cine no obedece tanto a una cuestión de discriminación como a un factor coyuntural de orden social, incluso educativo. ¿Por qué tiene que sorprendernos que no haya mujeres en la terna de los Óscar si éstas apenas filman el ocho por ciento de los estrenos anuales? ¿O su ausencia en apartados técnicos en los que la mujer, incluso en las escuelas de cine de la actualidad, sigue ocupando posiciones anecdóticas? En resumen, la industria del cine prefirió bañarse de gloria y protesta, aparcar “el verdadero problema” (el cine, pese a su influencia en la cultura popular, podrá influir en él, pero no erradicarlo) y convertir los Óscar en quintaesencia de sus consignas, olvidando que los premios, por concepto, deben ser un homenaje “a los/las mejores” de los distintos rubros, y que el factor diferencial, sea éste racial, sexual o de género, debe quedar fuera de un juicio puramente artístico. 


3. Falacia 3: LAS CAMPAÑAS. Así las cosas, las películas de la temporada se han visto obligadas a promocionarse como el vagón principal del “cambio”. Todos los films, en mayor o menor medida, han insistido, con el Óscar como excusa y como objetivo, en subrayar su “supuesta” sensibilidad femenina y en cuánto visibilizaban, de nuevo “presuntamente”, a las minorías. Tal vez por ello causa cierta hilaridad que Dunkerque y El instante más oscuro, los únicos títulos que no podían esconder su masculinidad (lo contrario hubiera sido ridículo), hayan sumado entre ambas 5 de los premios más incontestables de la velada. O que Lady Bird se fuera de vacío. O que Wonder Woman estuviera ausente la noche en la que Logan tenía una candidatura a guión adaptado. Sí, todo es mucho más complejo de lo que parece. Sí, admitimos que para toda presencia o ausencia en los Óscar existe un contraargumento o una explicación de varios párrafos. Pero… ¿a nadie le preocupa, ni tan siquiera un poco, que en la conversación no se haya hablado, única y exclusivamente, de cine? De hecho, quien escribe no tiene claro si La forma del agua ha sido la ganadora por representar “el lobby” (recordemos: la historia de una mujer muda de clase baja, amiga de un hombre homosexual, compañera de trabajo de una afroamericana maltratada y amante de un anfibio con tintes de represaliado político) o precisamente por todo lo contrario. En el lado opuesto, eso sí sirve para explicar la injusta victoria de la chilena Una mujer fantástica en película de habla no inglesa, más si cabe en una terna donde figuraba una profunda reflexión sobre el arte como la sueca The Square, o cuando la francesa 120 pulsaciones por minuto, la extranjera más premiada en suelo estadounidense, hubiera podido representar por igual al colectivo LGTBI, con el añadido de que su discurso histórico sobre la militancia social de los 90 del Sida demuestra lo poco sólidas que son ciertas militancias del presente. Todo resulta tan “literal” que ruboriza. Que cada uno piense lo que crea conveniente. 


4. Falacia 4: LOS LATINOS. Trump, como presidente de los Estados Unidos, será el leitmotiv de los Óscar incluso cuando “el pato Donald” ya no ocupe el sillón de la Casablanca. Tiene gracia que el cine español, tan injustamente acusado de parcialidades y posicionamientos políticos, parezca, en comparación con la maquinaria estadounidense, un sector “apolítico”. Y lo que es peor: extrañamente homogéneo y unánime en sus opiniones. Sea como sea, la atmósfera política ha avivado un aperturismo hacia la comunidad latina que, en verdad, ya se había gestado en años anteriores. Aperturismo, de nuevo, con matices. Porque que Iñárritu, Cuarón y Del Toro ganen estatuillas por películas habladas en inglés, con actores norteamericanos y financiadas desde los Estados Unidos, confesémoslo, no supone ninguna medalla para el cine mexicano, ni para la lengua española, ni para la cultura que une a esos hablantes. Es más: mientras México quiere aplaudir La forma del agua como producto “propio”, en las mismas fechas, La región salvaje de Amat Escalante, estrenada con año y medio de retraso respecto su victoria en Venecia (mismo escenario donde empezó la leyenda de lo nuevo de Del Toro), se ha medio vetado en los patios de butacas del país. Eso, por no hablar del encarnizado debate sobre El laberinto del fauno y Biutiful, películas que en el pasado computaron para el medallero mexicano siendo, de pleno, producciones españolas. ¿No es evidente que el tema de las banderas y de la “representatividad” está haciendo equilibrios en la cuerda de la demagogia? Aunque, aprovechando la exaltación de “el otro lado del muro”, y a colación de Coco (película doblemente oscarizada que, de nuevo, no es mexicana), es muy curioso el desdén que ha tenido entre nosotros Ferdinand, una película cuya trama sucede en España y que apela a ciertos clichés nacionales. Mucho nos tememos que los antitaurinos no han estado por la labor de visibilizar una película protagonizada por un toro, y que los taurinos (asumámoslo: por desgracia, el bando mayoritario) han visto en la cinta un discurso que les resultaba demasiado difícil de aplaudir. Igualmente, lo más vergonzoso no es que esas cuestiones no hayan estado sobre la mesa, sino que nadie confesara que Ferdinand, por motivos fílmicos, no merecía la candidatura. El asunto latino seguirá en pocas semanas, justo cuando el cine mexicano en bloque pueda contar sus nominaciones a los Platino con los pocos dedos de una mano. 


5. Falacia 5: LA NUEVA ACADEMIA. La Academia viene insistiendo en los últimos años en su renovación en cuanto a número y perfil de miembros. Que la institución está trabajando para dar voz a todos es una evidencia: ahí están los números. Pero, como siempre, hay que matizar la realidad. Primero, porque no todos los participantes de la Academia votan en los Óscar: si eres un anciano con problemas de salud o una persona que encadena varios proyectos al año (ambos ejemplos, la mar de habituales), lo más razonable es que no tengas tiempo de visionar un panorama amplio de lo realizado por tus compañeros y que, por lo tanto, te abstengas de formar parte del proceso de selección. Segundo, porque la nueva votación por orden de prioridad condena el recuento a una injusticia “interna”: si bien es imposible seguir con la votación “simple” de antaño al tener más películas donde elegir y más participantes en el juego, no tiene sentido obligar a los votantes a “ranquear” del 1 al 9 sus películas favoritas en la categoría principal si al final, por mucho empate que pueda haber, la victoria se dirime en las posiciones altas, con el añadido injurioso de que la suma de papeletas no es “acumulativa”, sino que surge de una superación de rondas y reparticiones de segundas y terceras plazas que hacen que el fallo final sea del todo sesgado. Tercero, porque la categoría de película de habla no inglesa, sometida a no menos cambios recientemente, funciona por unos mecanismos tan opacos, se diría incluso que azarosos, que corre el riesgo de quedar obsoleta en un mundo globalizado en el que cuesta encuadrar a distintos niveles “una película” como “representante de un país”. Y cuarto, y tal vez el más importante, porque los Óscar siempre serán un símbolo de la cultura norteamericana, una esfera que, por mucho que hagamos propia, nos es ajena: tal vez eso explica que un fenómeno tan local y para nosotros tan incomprensible cono Déjame salir haya tenido su espacio en guión original, que el documental Ícaro (gran película, por otra parte) se impusiera a Caras y lugares, o que el apartado de corto de animación haya servido para exaltar el deporte rey del país en detrimento de dos joyas francesas. Por no hablar del falaz argumento por el cual, de la noche a la mañana, películas de perfil “académico” (vaya usted a saber qué significa ese término) como la excelente Los archivos del Pentágono merecen menos espacio que representantes indies, de un histerismo demostradamente pasajero (¿o alguien se acuerda ahora de Juno?), como Lady Bird. Que nadie se olvide que los Óscar son, per se, unos premios conservadores, y eso, objetivamente, no es ni bueno ni malo: el problema es cuando la crítica, los festivales u otros galardones responden con los mismos raseros, negándole al medio cinematográfico su polifonía de voces y de criterios. 


Pese a lo dicho, que nadie se lleve a engaño. Los Óscar son importantes. Siempre lo fueron. Y entretenidos, sin duda alguna. El Moonlightgate no los ha desacreditado: lo raro es que no hubiéramos tenido ninguna riña de sobres los ochenta y tantos años anteriores. En las nominaciones, las buenas películas siguen ganando por goleada a las mediocres. Nos representan incluso cuando quieren construir de forma premeditada muros o puentes. De hecho, nos permiten hablar de preocupaciones que están en nuestro día a día, en otros sectores alejados del glamour kitch de Los Ángeles. El canon artístico seguirá sujeto a lo que dicte el Óscar, y en el fondo es revitalizante que El hilo invisible consiguiera tantas candidaturas pese a ser obviada en escenarios paralelos. O que Call Me by Your Name consiguiera la nominación a mejor película partiendo de un presupuesto modesto y un año después de su primera presentación en público, una eternidad para los parámetros actuales. O que el éxito de La forma del agua abra camino a futuras cintas de género fantástico en el Dolby Theatre. O que, pese a ciertas ignominias (The Florida Project, por ejemplo, pudo haber aspirado a todo), ciertas nominaciones (citamos una: el montaje de Yo, Tonya) hayan roto con el abecé de los Óscar (es sintomático que cada temporada finiquite una estadística: la de este 2018, demostrar que se puede ganar la estatuilla sin aspirar al SAG al mejor reparto). Seguiremos, vaya, atentos a los caprichos del Óscar. Con un deseo: que el cine deje de usarse como macguffin y vuelva a ser el verdadero protagonista. 


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CALL ME BY YOUR NAME Reseña / Podcast
DÉJAME SALIR Reseña / Podcast
DUNKERQUE Podcast
EL HILO INVISIBLE Reseña / Podcast 
EL INSTANTE MÁS OSCURO Podcast
LA FORMA DEL AGUA Reseña / Podcast
LADY BIRD Reseña / Podcast
LOS ARCHIVOS DEL PENTÁGONO Reseña / Podcast 
TRES ANUNCIOS EN LAS AFUERAS Reseña / Podcast


El mejor host: Jimmy Kimmel, el presentador más lúcido que han tenido los Óscar en largo tiempo. Que no haya dos sin tres. 

Lo más divertido: La rifa de una lancha acuática para el ganador que diera el discurso más corto de la noche. El premio fue para el diseñador de vestuario de El hilo invisible

Lo más retro: El inicio de la gala, homenaje en blanco y negro a las primeras entregas de premios. 

Lo más nostálgico: Los excelentes videos en homenaje a los 90 años de los premios Óscar. Imposible no emocionarse al ver tantos instantes tan bien montados de tantas buenas películas. 

Lo más emocionante: Mary J. Blige y su sublime interpretación del tema Mighy River. Es la única mujer candidata al Óscar a la mejor canción y actriz secundaria en un mismo año. La música, por suerte, volvió al show. 

Lo más escultural: Gal Garot, Margot Robbie y Jennifer Lawrence, las más guapas de la noche. 

Lo más resbaladizo: Viola Davis, a punto de caerse por culpa de su vestido rosa. Su catálogo de pelucas extravagantes, por cierto, sigue sin tener fondo. 

Lo más twiteado: La cara de Jennifer Garner y el gesto de Del Toro al comprobar que en el sobre de Mejor película sí estaba el nombre de La forma del agua


Lo más risible: Salma Hayek, simulando emoción al hablar del Time’s Up, añadiéndose un segundo apellido “porque sí”, poniéndose en el escote toda la bisutería de la ciudad y apoyando a un Del Toro que nunca la ha dirigido. ¿Por qué no se quejó por el vacío a su nada desdeñable Beatriz at dinner

Lo más brillante: Los cristales swarovski que decoraban el escenario. 

Lo más machacón: Kimmel y su simpática guerra con Matt Damon. Debería convertirse en un gag recurrente. 

Lo más original: El agradecimiento en lengua de signos de la responsable del corto de ficción The Silent Child

Lo más desafinado: Gael García Bernal, con una voz pírrica cantando Recuérdame. El actor se sumó a todas las victorias mexicanas sin, en sentido estricto, haber ganado nada. 

Lo más ausente: Cassey Affleck, único ganador del año anterior que no entregó premio, algo que obligó a la organización a cambiar sus presentadores, creando momentos y parejas de lo más variopintas. 

Lo más joven: Sandra Bullock, preocupada por parecer una treinteañera en su gag; Mirren y Fonda, bromeando con la edad del Óscar; y Rita Moreno, que vistió el mismo atuendo que había llevado en los Óscar de West Side Story. ¿Alguien notó alguna operación de estética de más en la cara de Faye Dunaway? 

Lo más WTF: El presunto robo de la estatuilla de Frances McDormand en el backstage. Ladrones de Hollywood: ¡yo de ustedes iría con mucho cuidado con McDormand!

Lo más demencial: La decisión del canal ABC de entrevistar a pie de alfombra a todo invitado vinculado a Weinstein, a Black Panther y al Me Too, incluso en detrimento de aquellos que sí aspiraban a premio. 


Lo más veterano: Oldman, McDormand, Rockwell y Janney, cuatro ganadores con una edad media de casi sesenta años. La veteranía es un valor y se agradece que Hollywood, tras consagrar a jóvenes de moda como Vikander, Redmayne, Stone, Larson o Lawrence, haya optado por valores seguros. Es la primera vez que los cuatro intérpretes se llevan, además del Óscar, el Globo de oro, el SAG, el Critics y el Bafta. 

Lo más recordado: McDormand animando a todas las mujeres de la sala a levantarse de sus butacas. Miss Coen y sus lúcidos disparates han sido uno de los divertimentos de la temporada: ¡gracias Frances! 

Lo más ingenioso: La visita de Jimmy Kimmel y algunos de los presentes a una sesión del Teatro Chino de Los Ángeles. Un momento brillante se mire por donde se mire. 

Lo más soso: La cara de Christopher Nolan, de una autocomplacencia verdaderamente antipática. 

Lo más cool: La camisa de James Ivory, con el rostro de Chalamet dibujado a carboncillo. Es el ganador del Óscar de mayor edad (89 años). Agnès Varda, otra octogenaria, no pudo ganar el Óscar de honor y otro premio en competición en el mismo año. 

Lo más justo: El premio para el director de fotografía Roger Deakins tras tantas nominaciones frustradas. La Academia saldó una de sus cuentas pendientes. 


Lo más patriótico: El vídeo en homenaje a, en términos ingleses, “all the military men and women”. ¿Era necesario? 

Lo más aburrido: Emma Stone, repitiendo el juego de palabras de Natalie Portman en los Globos de oro al presentar “los cuatro directores nominados y a Greta Gerwig”. Paradójicamente, llevó el atuendo más masculino de la noche. 

Lo más terrenal: Comprobar que hasta las estrellas de Hollywood necesitan gafas para leer el teleprompter o que también sufren accidentes (véase las muletas de Jodie Foster). 

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