viernes, 25 de agosto de 2017

CRÍTICA | CAMPO DE SUEÑOS (FIELD OF DREAMS), de Phil Alden Robinson


Así en el cielo como en Iowa
CAMPO DE SUEÑOS (FIELD OF DREAMS), de Phil Alden Robinson
3 nominaciones al Óscar: mejor película, guión adaptado y banda sonora original. Nominada al PGA y DGA
EE. UU., 1989. Dirección y guión: Phil Alden Robinson Reparto: Kevin Costner, Amy Madigan, James Earl Jones, Ray Liotta, Timothy Busfield, Burt Lancaster, Gaby Hoffmann, Dwier Brown, Frank Whaley Género: Drama sobrenatural Duración: 100 min. Tráiler: Link Fecha de estreno en España: 09/02/1990
¿De qué va?: Una tarde, un granjero oye unos sonidos extraños en sus tierras de cultivo. Una voz le insta a construir un campo de béisbol en su propiedad. El hombre decide hacer caso al mensaje a pesar de las reticencias de su esposa. Una noche, un hombre venido del pasado aparece en el campo de juego.


El cine estadounidense es proclime a discursos triunfalistas. Ya sea retratando la vida de la Norteamérica profunda o yéndose a la conquista de mundos exteriores, la cinematografía por antonomasia despliega su arsenal de efectos especiales y mensajes subliminales para demostrar su poderío, una influencia de la que ningún espectador, con independencia de su nacionalidad o ideario, queda inmune. Lo que es más inusual es que el cine norteamericano una espiritualidad y derivas fantásticas en un drama familiar tan difícil de prever como de discurso profundamente yanki. Campo de sueños arranca con una sucesión de fotografías que ilustran la vida de Ray, y cuando éste recibe un mensaje de naturaleza divina el protagonista deja de ser un padre de familia entregado a la explotación de sus tierras para asumir la tarea de salvador de toda su comunidad. En otras palabras, el individuo se convierte en una metáfora de su país, con la iconografía deportiva y los valores asociados al "being american" (la fe, el esfuerzo colectivo y la defensa de la libertad y de la unidad familiar). El conjunto puede sonar indigesto para espectadores que no rindan culto a la bandera barriestrellada, pero el director Phil Anden Robinson se las ingenia para llamar nuestra atención a base de migrar del drama intimista al relato fantástico, de lo plausible a lo increíble, en poco más de hora y media de medidos despropósitos. Campo de sueños convence porque, a pesar de la aparatosidad de su trastienda, esconde cierto halo naïf que conecta, aunque sea mínimamente, con el cine familiar de Spielberg o las obras más logradas de Shyamalan. Una cinta particular a la que vale la pena acercarse con reservas pero con curiosidad, y cuyo desenlace, lacrimación aparte, parece demostrar que los mismísimos Estados Unidos, al igual que el Cristianismo, se sustentan sobre un profundo sentimiento de culpa y unas tormentosas relaciones paternofiliales.


Para creyentes, crédulos y curiosos de todo tipo.
Lo mejor: Su fusión de géneros.
Lo peor: Es más sensiblera que sensible.


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