Dignidad e integración
FATIMA, de Philippe Faucon
Festival de Cannes 2015: Quincena de Realizadores. Premios César 2016: Mejor película, guión adaptado y actriz revelación
Francia, 2015. Dirección y guión: Philippe Faucon Fotografía: Laurent Fenart Música: Robert Marcel Lepage Reparto: Soria Zeroual, Zita Hanrot, Mehdi Senoussi, Franck Andrieux, Yolanda Mpele, Edith Saulnier, Kenza Noah Aïche, Chawki Amari, Corinne Duchesne, Emir El Guerfi, Zakaria Ali-Mehidi, Isabelle Candelier, Franck Andrieux Género: Drama social Duración: 75 min. Tráiler: Link Fecha de estreno en España: 13/05/2016
¿De qué va?: Fatima, una musulmana de origen árabe que reside en Francia, intenta hacer todo lo que puede por sus dos hijas: Souad, una joven de 18 años que acaba de empezar su primer año de Medicina, y Nesrine, una adolescente rebelde de 15 años. Fatima no sabe hablar ni escribir en francés, un hecho que la sitúa en una posición desfavorable a la hora de encontrar un trabajo.
Los últimos atentados yihadistas de París y Bruselas han puesto sobre la mesa cuestiones como el radicalismo religioso y los cambios sociales que ha sufrido Europa, en cuyo tejido social se han sumado en las últimas décadas inmigrantes de procedencias muy variadas para participar del supuesto bienestar de Occidente. La inmigración no es un problema, pero sí son focos de conflicto el desarraigo que sufren los recién llegados y el creciente racismo al que tienen que hacer frente. La falta de integración es, en definitiva, uno de los grandes males de la modernidad, y la sociedad europea, en todo su conjunto, deberá acometer esta cuestión si quiere construir un continente y un mundo en el que se imponga el diálogo, la convivencia y el entendimiento entre unos y otros. Parte de ese cambio implica renovar nuestra visión del mundo, y el cine y la literatura, por su capacidad para alterar el imaginario colectivo y para transmitir valores, juegan un papel muy importante. Fatima, la historia de una inmigrante árabe y sus dos hijas, participa de esa renovación al ser un retrato de la inmigración 'desde dentro', y la urgencia de su mensaje queda simbólicamente representada con el premio César que la acredita como la mejor película francesa del año.
Fatima nos acerca la vida de una mujer árabe de 44 años en un entorno hostil. La protagonista encarna el prototipo de mujer coraje de fuertes convicciones religiosas, y sus hijas representan el cambio social de la generación de inmigrantes que ya ha tenido ocasión de crecer en suelo francés: una estudia para ser médica, con la carga económica y el ascenso social que ello implica para la familia, mientras que la pequeña desprecia a su madre porque ésta no domina la lengua francesa e intenta ganarse la vida mediante trabajos no remunerados. En casa de Fatima, en definitiva, se debate una lucha crucial entre los prejuicios de propios y ajenos, entre las adversidades y las ansias de progreso, entre la impotencia que se siente al no sentirse integrado y el menosprecio de vecinos y compañeros de colegio que sí tuvieron ocasión de nacer y crecer en un entorno más favorable. Todo ello le sirve a Philippe Faucon para hablar de la realidad de aquellas personas silenciadas que forman parte de nuestro día a día. Una película que funciona como espejo en el que, queramos o no, nos reflejamos y nos reconocemos.
De los fotogramas de Fatima emanan temas tan interesantes como la inevitable diferencia de clases, el machismo de la cultura árabe y la superficialidad de una sociedad que ha basado sus avances en términos de capital y no de formación. Un conjunto la mar de complejo que en pantalla se resuelve de forma sencilla, con diálogos cargados de verdad, interpretaciones naturales y escenas que respiran autenticidad y dignididad. De esas películas que, con letra pequeña y palabras muy grandes, remueven los cimientos y las emociones de la audiencia. Ilustrativa, pero nunca aleccionadora. Dura, pero ante todo conciliadora. Un film que generará un debate tan inevitable como necesario. Esperemos que el modelo de cine social comprometido que propone Fatima se convierta en una tónica del cine europeo de nuestro tiempo. No por casualidad, la escena más emotiva de Fatima coincide con el momento en el que la protagonista lee en voz alta la carta que ha escrito a su hija acercándole su posición y, sobre todo, confesándole sus sentimientos. Es entonces cuando, como ciudadanos y espectadores, nos damos cuenta del ninguneo que las personas como Fatima sufren en la vida real y en el cine. Una revelación que avergüenza y emociona.
Los últimos atentados yihadistas de París y Bruselas han puesto sobre la mesa cuestiones como el radicalismo religioso y los cambios sociales que ha sufrido Europa, en cuyo tejido social se han sumado en las últimas décadas inmigrantes de procedencias muy variadas para participar del supuesto bienestar de Occidente. La inmigración no es un problema, pero sí son focos de conflicto el desarraigo que sufren los recién llegados y el creciente racismo al que tienen que hacer frente. La falta de integración es, en definitiva, uno de los grandes males de la modernidad, y la sociedad europea, en todo su conjunto, deberá acometer esta cuestión si quiere construir un continente y un mundo en el que se imponga el diálogo, la convivencia y el entendimiento entre unos y otros. Parte de ese cambio implica renovar nuestra visión del mundo, y el cine y la literatura, por su capacidad para alterar el imaginario colectivo y para transmitir valores, juegan un papel muy importante. Fatima, la historia de una inmigrante árabe y sus dos hijas, participa de esa renovación al ser un retrato de la inmigración 'desde dentro', y la urgencia de su mensaje queda simbólicamente representada con el premio César que la acredita como la mejor película francesa del año.
Fatima nos acerca la vida de una mujer árabe de 44 años en un entorno hostil. La protagonista encarna el prototipo de mujer coraje de fuertes convicciones religiosas, y sus hijas representan el cambio social de la generación de inmigrantes que ya ha tenido ocasión de crecer en suelo francés: una estudia para ser médica, con la carga económica y el ascenso social que ello implica para la familia, mientras que la pequeña desprecia a su madre porque ésta no domina la lengua francesa e intenta ganarse la vida mediante trabajos no remunerados. En casa de Fatima, en definitiva, se debate una lucha crucial entre los prejuicios de propios y ajenos, entre las adversidades y las ansias de progreso, entre la impotencia que se siente al no sentirse integrado y el menosprecio de vecinos y compañeros de colegio que sí tuvieron ocasión de nacer y crecer en un entorno más favorable. Todo ello le sirve a Philippe Faucon para hablar de la realidad de aquellas personas silenciadas que forman parte de nuestro día a día. Una película que funciona como espejo en el que, queramos o no, nos reflejamos y nos reconocemos.
De los fotogramas de Fatima emanan temas tan interesantes como la inevitable diferencia de clases, el machismo de la cultura árabe y la superficialidad de una sociedad que ha basado sus avances en términos de capital y no de formación. Un conjunto la mar de complejo que en pantalla se resuelve de forma sencilla, con diálogos cargados de verdad, interpretaciones naturales y escenas que respiran autenticidad y dignididad. De esas películas que, con letra pequeña y palabras muy grandes, remueven los cimientos y las emociones de la audiencia. Ilustrativa, pero nunca aleccionadora. Dura, pero ante todo conciliadora. Un film que generará un debate tan inevitable como necesario. Esperemos que el modelo de cine social comprometido que propone Fatima se convierta en una tónica del cine europeo de nuestro tiempo. No por casualidad, la escena más emotiva de Fatima coincide con el momento en el que la protagonista lee en voz alta la carta que ha escrito a su hija acercándole su posición y, sobre todo, confesándole sus sentimientos. Es entonces cuando, como ciudadanos y espectadores, nos damos cuenta del ninguneo que las personas como Fatima sufren en la vida real y en el cine. Una revelación que avergüenza y emociona.
Para ponerse en la piel del otro.
Lo mejor: Fatima, un personaje generoso tratado desde un punto de vista modélico.
Lo peor: Se la descreditará con argumentos más ideológicos que estrictamente cinematográficos.
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