sábado, 6 de junio de 2015

CRÍTICA | LA DOBLE VIDA DE VERÓNICA, de Krzysztof Kieslowski


LA DOBLE VIDA DE VERÓNICA (LA DOUBLE VIE DE VÉRONIQUE), de Krzysztof Kieslowski
Especial Kieslowski: Cinoscar Summer Festival 2015: Director homenajeado
Polonia, 1991. Dirección: Krzysztof Kieslowski Guión: Krzysztof Piesiewicz y Krzysztof Kieslowski Duración: 90 min. Género: Drama Escena: Link Reparto: Irène Jacob, Halina Gryglaszewska, Kalina Jedrusik, Aleksander Bardini, Philippe Volter, Jan Sterninski, Jerzy Gudejko, Wladyslaw Kowalski, Guillaume de Tonquedec
¿De qué va?: Weronica vive en Polonia. Véronique en Francia. A pesar de la distancia, ambas sienten que no están solas. La música y una enfermedad cardíaca marcarán el devenir de ambas.
Palmarés: Festival de Cannes 1991: Palma de oro a la mejor actriz, Premio FIPRESCI de la crítica y Premio del Jurado Ecuménico. Candidatura al Globo de oro y al Independent Spirit Award a la mejor película de habla no inglesa.


La doble vida de Verónica es una película construida a partir de intuiciones. Kieslowski hace confluir la vida de dos mujeres que, a pesar de la distancia geográfica, restan unidas en todos los aspectos más importantes de su devenir: cuentan con la misma edad, un físico idéntico y una vinculación especial con la música, y con ésta al arte en general. El director consigue que sus imágenes sean un viaje hacia la trascendencia, entendiendo este término como una exploración del 'más allá', no en un sentido religioso, sino enteramente humano: las protagonistas intuyen que están conectadas con alguien que desconocen, que no están solas en el mundo y que sus sentimientos cambian según arbitrariedades que no dominan, pero a las que se entregan con generosa convicción. Kieslowski presta todo su oficio en visibilizar lo inasible: la frágil unión de Weronica y Véronique ni puede ni debe explicarse con palabras, y por lo tanto sólo puede expresarse con un fluir de olores, colores y dolores, evitando cualquier intelectualización, diálogos trascendentes o coreografías formales que redirijan la mirada del espectador. Por ello, La doble vida de Verónica es una experiencia, una sucesión de instantes en vidas ajenas que terminan siendo propias, la posibilidad de trasladarse al otro lado del espejo y de ver el mundo que nos rodea con la familiaridad y la extrañeza melancólica de quien sabe que, tras la mundana cotidianidad, tras los confines conocidos, hay 'algo más', o tal vez 'alguien más'.


Kieslowski nutre su película con interesantes lecturas, si bien el director equilibra fondo y forma, de tal manera que su obra resulta bella y coherente sin necesidad de reparar en la carga simbólica de sus objetos. Con todo, un análisis atento de La doble vida de Verónica debe evidenciar el rico universo que preside la película. Así, el círculo de cristal con el que juegan las protagonistas es una representación del mundo, por lo que la observación de la esfera sería también un estudio de un misterio despegado de lo terrestre, ajeno a lo plausible. El hilo que Verónique rescata del cubo de basura y que Weronica tensa en sus manos no deja de ser una materialización de las débiles constantes vitales de dos seres marcados por la enfermedad. La cita constante al mundo de los juegos convierte el film en una exploración de la infancia perdida, culminada con un fuerte vínculo hacia la figura del padre: al fin y al cabo, las dos Verónicas se asoman a la complejidad de su entorno con la curiosidad, el espíritu naïf y la entrega de un niño, sin la madurez y el razonamiento lógico que puede esperarse de un adulto (Véronique dice que 'cree haberse enamorado', como si todo fuera nuevo para ella y, a la postre, todas sus emociones fueran vívidas en un grado superlativo). El amor como sublimación de un bienestar interno, el anillo como símbolo de compromiso y la música como elemento tanto narrativo como dramático redondean está ópera dividida en dos, pero en verdad parcelada en tres arias operísticas: vida-muerte-resurrección.


Uno de los aspectos más interesantes de La doble vida de Verónica es su capacidad para resultar transparente y ambigua al mismo tiempo. Kieslowski filma la película en tonos ocres, con una estética otoñal y una concepción fotográfica que bascula entre la realidad y el onirismo. Kieslowski se muestra detallista y amante de la perfección, pero la película dista de resultar acabada, o al menos no parece que esté ejecutada según la planificación más enfermiza, bajo la obsesión estética del 'auteur' tradicional. El director no juega a ser el dios de la narración (como, en ciertos momentos, sucede con el cine de Von Trier o Malick), sino un poderoso catalizador y transmisor de sensaciones; no observa su historia 'desde fuera', sino que parece entregarse al azar y a cierta 'joie de vivre' en el propio set de rodaje; y, como resultado, La doble vida de Verónica no es una burbuja de vida, sino una expresión de la vida misma, con sus sinsabores y sus alegrías, sus misterios y sus certezas. Por ello, La doble vida de Verónica es un film humilde, sin la ampulosidad de los diálogos de Bergman, rebajada del carácter político explícito de Angelopoulos, con una cadencia pausada pero nunca lenta que establece distancias con Tarkovsky. Puede afirmarse, en resumen, que con La doble vida de Verónica el cine europeo logró por primera vez una obra íntima pero no introvertida, capaz de hablar de lo intangible sin que por ello el material fílmico resultante fuera inaccesible al gran público.


Finalmente, resulta atractivo acercarse a La doble vida de Verónica a partir de los condicionantes históricos y artísticos que la dieron forma. El film de Kieslowski, en su constante dualidad, es también una metáfora de la carrera de su artífice: Weronica se transforma en Véronique, y con ella el cineasta polaco se traslada a Francia para culminar una carrera de reconocimiento internacional. La imagen que teníamos de Europa a principios de los 90, como continente físico y estado anímico, era muy diferente a la de ahora: por aquel entonces los Balcanes todavía no habían entrado en conflicto, vivíamos bajo la euforia de la Expo y los Juegos Olímpicos del 92, y creíamos (o queríamos creer) en la Unión Europea y en el hermanamiento de pueblos, por lo que una película como La doble vida de Verónica, capaz de hablar de las conexiones humanas, que reforzara la idea de que todos estamos hechos de una misma materia y que somos parte de una misma realidad, tenía mucho sentido y podía leerse como un signo positivo de los nuevos tiempos, una actualización del cine de místicos como Dreyer y de algunos de los autores citados anteriormente. Y si a nivel social y político se hablaba en términos de cohesión, las postrimerías del siglo XXI confirman la disgregación de los principios narrativos en forma de tramas paralelas, historias cruzadas, multiplicidad de narradores y destrucción de la tradicional concepción del espacio y del tiempo cinematográficos: no por casualidad, Tres colores: Rojo de Kieslowski perdió la Palma de oro pocos años después en favor de Pulp Fiction, la quintaesencia del cine de su década. La doble vida de Verónica también participaba de esa ruptura, pero su aportación era más serena, menos efectista. También más atemporal.


En resumen, La doble vida de Verónica ofrece todas las virtudes y los matices que presiden el cine de Kieslowski. Estamos ante una obra que es un 'puente de historias', y tal vez por ello conecta tanto con el cine lírico de su autor (el Decálogo y la Trilogía de colores) como con el cine de carácter político de sus inicios. La doble vida de Verónica, en otras palabras, es el título perfecto para empezar a descubrir la obra de Kieslowski, o bien para revisitarla. En próximas semanas, seguiremos explorando la filmografía de Krzysztof Kieslowski.

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