El personaje de Jennifer Lawrence, uno de los tantos vértices que tiene la trama de la nueva tragicomedia de David O. Russell, revela en un momento clave de la película la gran metáfora de La gran estafa americana: los esmaltes de uñas que mejor huelen están hechos, paradójicamente, de basura. Si tomamos esa idea, cualquier estructura política y social, por muy férrea que sea, tiene en sus archivos algún amago de corrupción. Y si rizamos el rizo, como hacen las criaturas del film por exigencias de la estética setentera, hasta las historias cinematográficas que parecen surgir de la inventiva de su creador tienen en su génesis concesiones, inspiraciones y copias (la corrección obliga a hablar de 'homenajes') de obras realizadas con anterioridad. Esos tres elementos están presentes a lo largo de todo el metraje de La gran estafa americana, meganominada y finalmente gran derrotada de la noche de los Oscar (hasta para lo malo, todo en el cine de Russell parece 'grande'). El mensaje del film es evidente. La crítica tal vez no tanto, porque la película quiere ser ante todo un gran divertimento (de hecho, entretiene y convence en un tanto por ciento bastante elevado). Y la tercera propuesta de interpretación ha quedado explicitada por azar, ya que Russell, el aprendiz, ha tenido que vérselas con Scorsese, el maestro, durante toda la temporada de premios (detalle que para ciertos sectores críticos ha sido suficiente para elevar El lobo de Wall Street y enterrar a La gran estafa americana como un falseamiento, meritorio pero claramente inferior, de sus referentes).
Pero los premios pasan, las películas quedan y en el museo de lo más destacado del cine reciente se agolpan con igual importancia tanto las propuestas rabiosamente originales con otras que saben hacer frente a las acusaciones de plagio, o que siendo falsas se exponen, por las cuestiones que sean, como obras primigenias (como véis, la broma que sustenta el título español de la película da para mucho). Por ello, es de justicia señalar que La gran estafa americana ni es tan grande como apunta su abultado palmarés ni es el timo a gran escala que muchos han escrito. El film se sustenta sobre un elenco prodigioso de actores, y las bondades de todos sus apartados técnicos ayudan a que el espectador se sume a la vorágine retro que plantea la historia: desde los publicitados escotes de Amy Adams hasta la cuidada dirección de vestuario o de maquillaje y peluquería, sin olvidar montaje y fotografía o la interesante selección musical (piezas originales y temas existentes que van de David Bowie a Elton John), la película es un esmerado regreso al thriller de policías y polizones de toda la vida salpicado por la verborrea típica de todos los libretos del ladrón mayor del reino: David O. Russell.
El conjunto aguanta durante hora y media larga, pero al final la jugada no tan maestra se resuelve con demasiados faroles y retruécanos. La gran estafa americana tarda
en dar un golpe de autoridad sobre el tablero y la partida acaba con la
platea un tanto fatigada y unos personajes que de tanto gesticular y
gritar terminan por resultar marionetas en un vodevil grotesco. Una pena, porque La gran estafa americana tiene destellos de genialidad y el swing de los mejores títulos del género.
Con todo, hay que tener en cuenta que el tío Óscar dinamita el encanto
de muchas obras (de tanto citar una cinta, de tanto leer sobre ella y tras tantas expectativas creadas, el repertorio de fobias y
filias, a veces sin motivo, es inevitable tanto para el público de a pie como para los analistas de turno), y que La gran estafa americana,
al ser la más desbarrada de la cosecha 2013 - 2014, era la más débil de
cara a la crítica fácil. Mejor, en conclusión, que tomemos distancias
sobre La gran estafa americana: el tiempo dirá si se gana o no un lugar propio en ese museo del último cine norteamericano.
Si el film lo merece, o si en realidad la película es solamente un gran
repertorio de ases en la manga, ya es opinión de cada uno. Por nuestra parte, La gran estafa americana es un juego con cierta gracia y personalidad que merece segundos y terceros visionados.
Para amantes de las películas que cambian de piel varias veces en poco más de dos horas.
Lo mejor: Todos sus actores: al cuarteto nominado, hay que incluir a Jeremy Renner.
Lo peor: Que Russell siga olvidando una de las virtudes del buen narrador: la concisión.
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Nota: 7
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