lunes, 25 de mayo de 2020

CRÍTICAS | FESTIVAL DE CANNES 2019 (II)



ESPECIALES (HORS NORMES)
Francia, 2019. Dirección: Olivier Nakache y Eric Toledano
Sección oficial fuera de concurso del Festival de Cannes. 8 nominaciones al César

La firma del dúo Nakache y Toledano está asociada a una comedia coral con discurso social y vocación popular. La fórmula parece fácil, pero está al alcance de pocos superdotados. La Francia multicultural y desigual encuentra aquí su enésimo espejo, entre crítico y amable, ahora a vueltas con el tratamiento de las personas con autismo y los adolescentes con necesidades educativas especiales. Vincent Cassel en uno de sus trabajos más inspirados y el siempre eficiente Reda Kateb comandan una lucha a contracorriente por salvar dos organizaciones sin ánimo de lucro que han operado 15 años al margen del sistema, paradójicamente legitimadas por los vacíos legales y las necesidades de las distintas partes implicadas (padres, cuidadores, enfermeros, etc.). El binomio se las ingenia para crear gags casi infantiles (la palanca del metro), sketches efectivos (la queja no atendida del vecino), coletillas recurrentes (ese Tinder judío) e instantes inspirados en los que el artificio cómico se alía de forma orgánica con los postulados militantes del filme (el concurso de siglas). Con tantos recursos en su recámara, es fácil entender el éxito de taquilla en su país y la enorme aceptación que tuvo en los pases del último Festival de San Sebastián. El cine de Nakache y Toledano sigue sabiendo a verdad, aunque sobredimensione la entrega de sus personajes, pese a no salir de su zona de confort (siendo justos, definida a su vez por la asunción de no pocos riesgos). En términos de ejecución y escritura, probablemente la mejor película hasta la fecha de sus directores.



ROUBAIX, UNE LUMIÈRE
Francia, 2019. Dirección: Arnaud Desplechin
Sección oficial a concurso del Festival de Cannes. César al mejor actor protagonista

El alma de la Nouvelle Vague sigue viva gracias a Desplechin, el más discursivo y apasionado de todos los cineastas galos en activo. Sus personajes se quieren perdidamente pero se pelean. Los suyos son relatos de encuentros y enfrentamientos. En su cine existe una fe ciega en la palabra y en el poder del arte, en todas sus facetas. Conviene recordar todo ello ante una propuesta aparentemente de ruptura, ligada a un género (el thriller), a un paisaje (Roubaix, municipio al nordeste de Francia, tocante con Bélgica, de casi 100.000 habitantes) y a un tiempo (la Francia convulsa de 2020), como Roubaix, une lumière. Desplechin se acerca al thriller criminal con la estilización del cine norteamericano de los 70 (esos colores ocres y fríos) y a la vez con vocación de cineasta realista (los interrogatorios y la reconstrucción final del crimen aparecen en pantalla con el tiempo y la dicción morosa y triste de la realidad). De esa dicotomía surge una película inusual, incómoda, elegíaca, punto de encuentro de otras cintas y tendencias. Una anomalía, en definitiva, en la carrera de un autor que, por primera vez, captura la humanidad e inmundicia mediante silencios. O tal vez no tanto: el vínculo amoroso nunca subrayado entre los personajes de Seydoux y Forestier, el apoyo paternal que el jefe de policía (Dem) ejerce con su nuevo empleado (Reinartz) y los breves apuntes sobre el pasado familiar del protagonista funcionan como subtramas, más bien como subtexto emocional, de una historia que plantea con fiereza, también con modestia, lo mal que se tratan las personas entre sí. A la postre, la "luz" del título es la mayor aportación de Desplechin. Pero la esperanza, lejos de ser un concepto positivo, es  aquí un estado agridulce de cambio, de utopía, de vértigo...




EL REFLEJO DE SIBYL (SIBYL)
Francia, 2019. Dirección: Justine Triet
Sección oficial a concurso del Festival de Cannes y Sevilla


Tras Los casos de Victoria, película que despertó una incomprensible simpatía en su país de origen, Justine Triet pisó la alfombra cannois con El reflejo de Sibyl, divertida crónica de las derivas de una terapeuta que se obsesiona con una de sus pacientes. En el menú cabe casi de todo: cine dentro del cine, verborrea alleaniana, una reflexión sobre la suplantación de identidad y la figura del doble, una parodia sobre la creación, un recital interpretativo de Virginie Efira y un guion que toma infinidad de riesgos. Que casi nadie le haya reído las gracias, ni en Francia ni en España, es un misterio digno de estudio. Frémaux la situó estratégicamente casi al término de la competición del festival, a modo de refrigerio elegante. Puestos a pedir enmiendas, alguien debería darle a Efira esa nominación que los César de este año, tan generosos en polémicas, no quisieron brindarle (basta comparar su aportación con la de la ganadora, la Anaïs Demoustier de Los consejos de Alice, para echar el grito en el cielo). Imperfecta, barroca, indefectiblemente francesa (porque el gentilicio, en este caso, funciona como adjetivo), y aún así superior en creatividad e ideas a un tanto por ciento importante de todo el cine que desfilará por salas y plataformas este 2020. 


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