lunes, 16 de enero de 2012

Canino, parte 2: Crítica de ATTENBERG

En Grecia parece que todo está en crisis menos su cine. Debe ser que las mejores obras se producen en los momentos de vacas flacas... el caso es que Attenberg, unida al recuerdo de Canino (Kynodontas), deja una imagen especial y bastante homogénea de la que podría ser una nueva corriente dentro del basto conjunto del cine europeo: historias con un humor negro y absurdo muy sutil, soterrado, ya que en verdad son dramas con crítica social y moraleja final. Attenberg, premiada con la Copa Volpi a la  mejor actriz y representante griega a los Oscar 2012 (elección suicida o tal vez muy recurrente: sorprendentemente, Canino consiguió la nominación), suma y sigue en un mosaico de la desazón, el sinsentido y la soledad de personajes asexuados y aniñados que seguramente completará Adikos Kosmos (Mundo injusto), premiada en la reciente edición del Festival de San Sebastián. Attenberg, puestos a definirla, es la historia de una joven de 23 años que no sabe nada de sexo y que tiene que enfrentarse a la inminente muerte de su padre. De alguna manera, la protagonista de Attenberg se comporta como si una de las chicas de Canino saliese de su castillo fortificado y no supiese cómo hacer frente al mundo que le rodea. También demuestra el fracaso del padre, educador y dictador en Canino: el anciano enfermo de Attenberg quiere abandonar un siglo XX que asegura no haber servido para nada, y como legado, en calidad de antiguo arquitecto, deja un barrio urbanizado de casas blancas, vacías, impersonales, monumentos fúnebres alrededor de un terreno con barro donde nunca emanará la vida y de un mar frío donde yacerán sus cenizas. La ingenua protagonista, imitando los rituales de apareamiento de los animales que contempla en la televisión, deja una imagen bastante simbólica de lo absurdo y lo trascendental que debate Attenberg: nunca logrará ser alguien normal, nadie a su manera lo es, y de esos hombros que mueve casi por arte de magia nunca nacerán dos alas que la alivien de su estado de apatía. Attenberg viene a decirnos que todo es irracional, que la sucesión de vida y muerte puede que no tenga sentido, y que la felicidad es incompatible con nuestra naturaleza. Una oda al patito negro y marginado con las frías formas del cine que más duele y la melodía nostálgica del hit Tous les garçons et les filles de Françoise Hardy.


Nota: 7

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