miércoles, 18 de abril de 2018

CRÍTICA | CUSTODIA COMPARTIDA, de Xavier Legrand


Malos tratos
CUSTODIA COMPARTIDA (JUSQU'À LA GARDE)
Festival de Venecia: mejor director y mejor ópera prima Festival de San Sebastián: Premio del público
Francia, 2017. Dirección y guión: Xavier Legrand Fotografía: Nathalie Durand Reparto: Léa Drucker, Denis Ménochet, Thomas Gioria, Mathilde Auneveux, Coralie Russier Género: Drama social Duración: 90 min. Tráiler: Link Fecha de estreno en España: 20/04/2018
¿De qué va?: Myriam y Antoine se han divorciado. Ella solicita la manutención exclusiva de su hijo Julien. Él defiende que esa decisión le impediría ejercer como padre. La jueza sentencia a favor de la custodia compartida. La decisión llevará al pequeño Julien a una situación insostenible.



Se abre la pantalla. En la sala de unos juzgados, un matrimonio recién divorciado se debate la custodia de su hijo. Ellos no hablan: oímos las intervenciones de los abogados de uno y de otro. La jueza escucha, y antes de tomar una decisión en firme la mujer aboga por la custodia compartida. El menor estará con el padre y con la madre según un régimen estipulado de visitas. Desde su asiento, el espectador asume que esa es la solución más razonable. Xavier Legrand consigue que tengamos esa percepción porque presenta a las dos partes de forma ecuánime, con equidistancia. Minutos después, el metraje avanza, el entorno frío de la corte da paso a la rutina del hogar, y poco a poco somos conscientes del error cometido. La película pasa entonces de debatir sobre los nuevos modelos familiares a ser un retrato descarnado de los malos tratos, con una puesta en escena en constante tensión, con planos largos muy bien dirigidos y una resolución que pone los pelos de punta. El drama social muta en thriller psicológico. Incluso en historia de terror. Un punto de vista que nos acerca al protagonista ausente de esa escena inicial: el niño, la principal víctima de todo. Y Custodia compartida, como resultado, se convierte en una de las historias más dolorosas que hayamos visto en mucho tiempo. Podría resultar arbitraria, pero lo más preciso sería decir que su recorrido va de la duda a la certeza, de la tragedia velada al horror expresado de la forma más vívida posible. Podría también acusarse a Legrand de efectista, y aún así es evidente que consigue mover conciencias y encoger nuestros corazones con una facilidad poco habitual tratándose de un director novel. Porque habría que volver a los tiempos de Te doy mis ojos para encontrar un puñetazo en la boca del estómago tan potente y delicado como éste. Porque, tras el último fundido a negro, no somos los mismos. Eso es cine. Cine, además, capaz de cambiar la percepción de todo un patio de butacas y, por extensión, de una sociedad. Señor Legrand: gracias.


Para quienes demandan un cine social sin fórmulas.
Lo mejor: Combina dureza y credibilidad.
Lo peor: Es tan explícita que muchos preferirán quitar la mirada de la pantalla.


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