lunes, 23 de mayo de 2022

CRÍTICA | APRENDIENDO A CONDUCIR, de Isabel Coixet


APRENDIENDO A CONDUCIR
EE. UU., 2014. Dirección: Isabel Coixet Guion: Sarah Kernochan


Tras firmar trabajos poco satisfactorios como Ayer no termina nunca y sobre todo Mi otro yo, con Aprendiendo a conducir Isabel Coixet regresa al cine personal y sensible que la hizo célebre hace unos años. El film es un proyecto que la actriz Patricia Clarkson presentó a Coixet durante el rodaje de Elegy. Clarkson había leído un relato autobiográfico que se había publicado en The Newyorker, y creía firmemente que esa breve historia debía llevarse a la gran pantalla. La catalana se comprometió a dirigirla y mantuvo su palabra durante casi ocho años, el tiempo que separa Elegy de Aprendiendo a conducir. Una espera larga, pero la mar de provechosa.


En el Nueva York contemporáneo, Wendy, una escritora de éxito, debe hacer frente a la separación de su marido. Ante la disolución de su matrimonio, Wendy se plantea abandonar Manhattan, pero para ello necesita aprender a conducir y ganar en independencia y tiempo para ella. La película, por lo tanto, nos cuenta cómo el camino de Wendy se cruza con el de Darwan, un hindú ya maduro, con un pasado turbulento a sus espaldas, que trabaja como taxista y como profesor de autoescuela. 


Aprendiendo a conducir es una pequeña gran historia sobre la libertad y la emancipación. Un cuento que nos desvela cómo vivir en un mundo ajetreado, bullicioso y convulso, marcado por los prejuicios, la intolerancia y la multiculturalidad. Wendy, el personaje protagonista, es un ejemplo de cómo aceptar los avatares del destino y de cómo debemos sobreponernos a los hechos y a las acciones, ya sean nuestras o de segundas personas, que cambian nuestra existencia por completo. Wendy pierde un marido, pero por el camino gana mucho más: se reencuentra a sí misma, se reafirma como mujer, como artista y como madre, aprende a perdonar, aprende a aprender (porque, por muy madura que sea, acepta que hay cosas que desconoce o que no están bajo su control) y entabla una preciosa amistad con un ser, su profesor de conducción, con el que a priori no guarda nada en común. 


Con el personaje de Darwan, Coixet describe un Nueva York de barrios en los que se dan cita inmigrantes, trabajos precarios y vidas al límite. Pero, afortunadamente, la directora no cae en los clichés de cierto cine ‘good feeling’ ni en los choques obvios de culturas: todo fluye de una forma natural. No es, en otras palabras, la clásica historia de ‘mujer rica conoce hombre pobre’: el film va más allá, y al final resulta más real y humano. Tampoco cae en los tópicos de los films sobre conflictos culturales: obvia la comedia de situación, es concisa, elude cualquier subrayado y hábilmente evita incidir en el pasado de los personajes, o al menos no de una forma impúdica o lacrimógena, como podría esperarse, por ejemplo, de gran parte del cine norteamericano.


Una película serena, tranquila, amable pero no condescendiente, aparentemente liviana pero nada banal. Un film que seguramente muchos considerarán ‘menor’ o ‘pequeño’, pero que en verdad encuentra su magia en la anécdota y en lo rutinario. Estamos ante una de las obras más positivas de la directora: volvemos a tener una protagonista femenina convulsa ‘made in Coixet’, pero en esta ocasión sí hay espacio para la esperanza. Una película para públicos adultos que quieran pasar una hora y media agradable. Y, sobre todo, una película que puede gustar mucho a las mujeres de 40 o 50 años que quieran ver historias plausibles, películas que cuenten parte de sus problemas, de su realidad y de su mundo… algo en el que el cine de nuestros tiempos no suele reparar. Un entretenimiento agridulce y veraz que seguro reconciliará a muchos con el cine de Coixet.



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