lunes, 19 de febrero de 2018

CRÍTICA | HAPPY END, de Michael Haneke



Cualquier final sólo puede ser feliz
HAPPY END
Festival de Cannes: Sección oficial. Festival de San Sebastián: Sección Perlas
Austria, 2017. Dirección y guión: Michael Haneke Fotografía: Christian Berger Reparto: Isabelle Huppert, Jean-Louis Trintignant, Mathieu Kassovitz, Fantine Harduin, Toby Jones, Franz Rogowski, Laura Verlinden, Aurelia Petit, Hille Perl, Hassam Ghancy, Nabiha Akkari, Joud Geistlich Género: Tragicomedia social Duración: 110 min. Tráiler: Link Fecha de estreno en España: Por determinar




¿De qué va?: Al morir su ex mujer, un hombre y su hija se trasladan a la casa que su hermana tiene en Calais. En la mansión viven, entre otros, el abuelo de la familia, que está a punto de cumplir 85 años. La convivencia entre ellos pronto desvelará los secretos de todos.


Una muerte, una agresión física, una infidelidad, un accidente laboral, dos intentos de suicidio, varias confesiones terribles y un final imposible de olvidar. Feliz, tal vez. Así podría resumirse Happy End, una película que funciona como compendio de toda la filmografía de Michael Haneke y al mismo tiempo como una autoparodia de su estilo. Los acólicos del director encontrarán referencias a Amour, al peso de la tecnología que veíamos en Caché (Escondido) y a los parentescos rotos, crudelísimos incluso, que se colaban en nombres como La pianista. Todo, cómo no, con planos estáticos, diálogos en off y una mirada voyerista.


Haneke ha construido su cinta más conceptual, un tanto opaca, complicada incluso para los férreos defensores del austríaco. Para quien escribe, un absoluto disfrute. Probablemente la mejor comedia, acaso la única, del genio europeo. Socarrona, negra, hiriente. A expensas de una burguesía extraña, cuyos vínculos no quedan claros hasta bien entrada la función. Cortada, para más inri, con escenas de chats, mensajes en redes sociales y grabaciones de smartphones, momentos que funcionan como contrapuntos bizarros de todo lo visto.


Aparece, como se escribió en Cannes, la sombra de la inmigración, las diferencias sociales y la crítica hacia una sociedad deshumanizada. Happy End es mucho más. No concreta nada y lo abarca todo. Une el devenir del personaje más anciano (Trintignant, sublime) con el de la más joven (Fantine Harduin, toda una revelación), como si con el paso de las generaciones nada hubiera evolucionado, sólo degenerado. Un contexto en el que cualquier intento escapista se intuye como la estrategia más lúcida, y la muerte, paradójicamente, como la resolución más feliz. Así, Happy End se impone como uno de esos misterios fascinantes a los que nos gustará volver en futuros visionados. Una película que sabe a cambio y a resumen. A la crónica de un apocalipsis anunciado. A despedida. A enésima obra maestra del director más importante de nuestros tiempos.


Para degustadores de películas abstractas.
Lo mejor: Es lúgubre y divertida a partes iguales.
Lo peor: Tiene garantizada la incomprensión de una amplia mayoría.


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EL PODCAST DE C&R: FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN, DÍA 6

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